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Una vecina de Merlo festejó cien años

Por redacción
| 31 de marzo de 2014
Felisa festejó rodeada de afecto.

Para doña Felisa Zalazar, el secreto de la longevidad se esconde dentro de su nombre. Porque desde la cuna, cuando Piedra Blanca era un monte grande cuyos habitantes más notorios eran los algarrobos, asumió con alegría la dura vida del campo y enfrentó con una sonrisa las difíciles pruebas que le fueron atravesando los días. Y con ese mismo espíritu, brindó por sus 100 años.

 

“Todavía me queda un tiempito para seguir andando", asegura Felisa.


Doña Chicha, como la llaman con cariño sus nietos y vecinos, es una reliquia viviente en Merlo. Habla con dulzura, con una lucidez impensada para una edad que ni siquiera aparenta, aprieta la mano bien fuerte cuando saluda y cuenta: "Hace dos años estaba limpiando y me caí..me quebré la pierna (en realidad, fue la cadera)...y ahora me aburro un poco porque no me dejan cocinar...a mí que me gustaba tanto preparar el locro, la mazamorra y las tortas caseras. Pero algo hago, porque soy porfiada". Ese accidente doméstico la obligó a moverse en silla de ruedas, algo de lo que reniega y que, dicen sus cuatro hijos, en cuanto puede se escapa y trata de dar unos pasitos a escondidas por lo menos de ida y vuelta a la puerta.

 


Vive en Piedra Blanca Abajo, en la misma casa en la que crió a sus cinco hijos, que todavía conserva paredes de adobe mezclados con los arreglos que a la fuerza le imprimieron sus parientes para que esté más cómoda y segura. El mayor falleció y lo recuerda con ternura, pero siempre aclarando que quienes la mantienen viva son sus herederos: 13 nietos y 8 bisnietos. "He pasado una linda vida. Y así la vamos pasando", reflexiona en voz alta.

 


Doña Chicha conoció un Merlo muy distinto al de hoy en día: fue empleada en el Hotel Plaza que solía estar frente a la plaza central, llevaba a sus nietos en sulky al jardín de Piedra Blanca Arriba y hacía tiempo hasta la salida con sus tejidos en la plaza. Hizo todo lo que tenía que hacer para sacar adelante a su familia, sin llorar por un marido que la abandonó cuando toda la prole eran apenas retoños. "Yo lavaba, cocinaba, planchaba, cocía. Todo, todo. Me ayudó mucho don Fermín Romero..él me aconsejó para que siga trabajando y cuide a mis hijos. No quería regalarlos como a mí me regalaron", recuerda, sin una pizca de resentimiento por el pasado. Ese amigo, don Fermín, curiosamente le dio su nombre a la calle en la que vive Felisa. Incluso, cuando recién se casó, vivió un tiempo en la casa de los Agüero, cerca del Algarrobo Abuelo y del poeta, hasta que se mudó al hogar donde el domingo festejó cien años rodeada de la enorme familia que la cuida y la mima.

 


Cuando la intendenta Gloria Petrino la fue saludar en su fiesta, en el patio recién barrido bajo la sombra de un plátano que tiene casi su misma edad, le dijo "Doña Chicha, usted es una reliquia viviente. Es como un monumento". Y ella se reía, tímida..."No, no es para tanto...Todavía me queda un tiempito para seguir andando".

 


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