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La familia Saibene despedirá a Ricardo, después de 39 años

Por redacción
| 30 de marzo de 2015
Recuerdo vivo. Omar junto a la foto de su hermano a los 18 años.

Tanto lo esperó, lo soñó, que hasta creyó verlo en la calle entre la multitud. Quién sabe si Omar Saibene habrá imaginado este momento. Seguramente hubiera deseado un trago menos amargo, pero la vida da cachetadas que toman a uno por sorpresa. Hace menos de diez días su hijo menor le confirmó una noticia que desde hace 39 años era una incógnita: su hermano Ricardo Enrique, desaparecido el 6 de diciembre de 1975 en manos de un comando militar junto con otros tres amigos frente al Parque Sarmiento, en Córdoba, y luego asesinado, había sido hallado en una fosa en los hornos de La Ochoa, cerca del ex centro de detención La Perla. Los restos fueron cotejados con las muestras de ADN que la familia dejó en 2004 y cerró el largo recorrido de búsqueda, lucha y dolor.

 


Es neumonólogo, aunque dejó de ejercer la medicina después que sufriera una afección cardíaca que derivó en intervenciones quirúrgicas, seis bypass, hace varios años. Con Silvia, su esposa, tuvieron tres hijos, ya grandes, las dos mujeres viven en la ciudad y Omar, el varón, en Córdoba. Habla pausado, a veces clava los ojos en alguien y otras, sólo baja la mirada y pareciera que se pierde entre sus pensamientos, que por estos días deben ser abrumadores. “Mi hermano era una persona hermosa, dulce, educado, compañero de sus padres. Éramos muy amigos. Nos gustaba tomar mates juntos. Una persona brillante, mucho mejor que yo”, evocó sentado en el sillón de su casa, mientras estiraba la mano hasta la mesa ratona para tomar el portarretratos de madera con una foto de Ricardo, tomada cuando cumplió los 18.

 


Ricardo era nueve años menor y veía en Omar un ejemplo a seguir: todos en la familia eran hinchas de Boca Juniors, excepto Omar quien era de River Plate y por ende, así también lo decidió Ricardo; los demás eran radicales, menos los hermanos peronistas; Omar estudió medicina y hasta en eso lo siguió Ricardo. Cuando lo detuvieron y lo cargaron a un Chevy color crema tenía 20, estaba en tercer año de la carrera. Su hermano mayor se había vuelto el año anterior, ya recibido.

 


La lucha por esclarecer el misterio tuvo diferentes episodios en la vida del neumonólogo. Denuncias en comisarías cordobesas, juzgados comunes y federales, en el Ministerio del Interior, en el Arzobispado, en los regimientos militares, y hasta llegó a contactarse con los embajadores de Italia y España (Ricardo tenía ambas ciudadanías) y el secretario de la Organización de los Derechos Humanos de Ginebra, en Suiza.

 


“Siempre lo buscamos, salía con alguno de mis primos cuando teníamos un dato. Fuimos a muchas cárceles a buscarlo, a Sierra Chica, a Mercedes en Buenos Aires, todas las de Córdoba. Golpeábamos las mazmorras y decíamos que buscábamos a Ricardo Enrique Saibene, tratábamos de decirle que podía estar enfermo. En Sierra Chica me metieron sin documento y nos tuvieron esperando a mi primo y a mí, separados, por dos horas”, recordó.

 

 


Finalmente, aquella mala noticia asomó y oscureció los días de la familia. Cuando corría el año 84, “una chica (Graciela) Geuna que estuvo detenida mucho tiempo- y escapó a Suiza- termina dando el testimonio. Logró tener el dato de los mismos que los detuvieron- los militares Luis Manzanelli y Vergés del destacamento cordobés 141- le confirmaron que los habían matado porque en ese período lo hacían apenas los detenían, no los tenían mucho tiempo en cautiverio”, relató Omar, hijo. Después de cargarlos al auto fueron llevados al campo La Ribera donde creen que los ejecutaron y luego incineraron en los hornos.

 


Treinta años después, y cinco días antes de cumplirse un nuevo aniversario del golpe militar, otra revelación sacudió a los Saibene: “Nos agarró por sorpresa, el jueves al mediodía me llamó Anahí Ginarte, la responsable de Antropología Forense (EAAF), de Córdoba, a nombre del juzgado Federal, porque la práctica es avisar a la familia apenas los identifican, para que se vayan preparando. Fui el viernes a la mañana, la ansiedad te mata, y porque necesitábamos la confirmación para contárselo a mi papá. Hablé con mis hermanas para que fueran a su casa y poder tener cierto control de la situación. En altavoz con mi papá le conté que existía la posibilidad y él ya se quería venir en auto”, relató el sobrino de Ricardo.

 


El proceso previo a la identificación de su tío comenzó hace doce años, cuando descubrieron unos cien cuerpos en el cementerio San Vicente que según los antropólogos eran previos al ’76. “Me acerqué al Museo de Antropología y traté de interiorizarme y saber si existía la posibilidad de que fuera esa época. En ese momento el líder del grupo me dijo que pensaba que no, pero que de todas maneras iba a empezar la búsqueda sistemática y que sería bueno tomar muestras de ADN de mi papá. Traté de no involucrarlo mucho, pedí lo necesario para tomar las muestras, fui a Villa Mercedes y traje los materiales que teníamos que pudieran servir como registro óseo de fracturas, dentadura, y unas muestras de cabellos que teníamos de mi tío que estaban en un libro de cuando él era bebé”, dijo. Todo fue almacenado en el banco genético de los familiares de desaparecidos.

 


No imaginó, tal vez, que el momento para conocer qué pasó con su tío estaba cerca. “El resultado es lo suficientemente seguro. Ahora estamos esperando porque una de las familias no había aportado muestras de ADN. Entiendo que la postura del juzgado es que como encontraron los cuatro cuerpos juntos validar si ese cuerpo pertenecía a esa familia y hacer una especie de acto donde se valore el aspecto familiar porque los familiares no han tenido su luto, se quiere dar ese espacio”, aclaró Omar. También ahí harían el acta del análisis y uno de defunción.

 


En la familia Saibene han desempolvado aquellas memorias que tenían guardadas, cosas que hacía su padre pero que el joven no comprendía. “Recordé cuando íbamos de vacaciones y mi papá creía ver a mi tío, salía corriendo. Es un sentimiento complejo, no saber es lo peor que te puede suceder, vivir con mi padre una esperanza continua. No lo vio morir, no lo enterró, no lo veló. Mi abuela se murió y hasta el último día lo esperaban, mi abuelo igual. Mi papá creo que también esperaba que un día, como un viejito, le golpeara la puerta. Despierta todo el morbo de lo que pudo suceder hasta que murió, todas las historias tormentosas. La parte más difícil es ver a la persona que sufre en silencio, como a mi papá”, se mostró acongojado Omar.

 

 


Para Silvia, el hallazgo del cuerpo de su cuñado “es, en parte, un alivio pero un duelo también. Hay un sentimiento de culpa por sentirnos tan contentos de saber dónde está, qué pasó, de tener una respuesta, pero estamos tristes”, se sinceró.

 


A pesar del desacuerdo de su mujer, la mañana del 24 de marzo Omar fue al acto en la Plaza de los Derechos Humanos, en el barrio Jardín del Sur, para homenajear a su hermano. Allí, después de que el locutor lo nombrara entre la nómina de desaparecidos, gritó el "Presente" más fuerte, rotundo, de desahogo, una cuenta pendiente que tenía. Y respiró. Y quizás calmó ese pesar que Omar volcó en el poema “Lejano hermano”. Cinco versos rezaban: “tan distante, pero tan amado. Te han escondido, te han robado, quizás muerto, quizás dañado. Te han desaparecido, pero no borrado. ¿Quién nos separó, querido hermano?”. Un fragmento de su pena sin respuesta, hasta hoy.

 


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