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Duro testimonio de una joven que fue violada por su padre

Por redacción
| 11 de julio de 2016
Relato de una víctima. Brenda, de espaldas, el jueves, con la secretaria María del Valle Durán.

Era doloroso para mí venir, remover el pasado, para que me dijeran "bueno, nena, muchas gracias, no le podemos hacer nada. No tenés cómo probarlo", cuenta Brenda M. ahora, a sus 24 años, un poco más aliviada y esperanzada desde que su padre, J.M., de 44 años, está detenido por haberla violado a ella y a su hermana, que ahora tiene 18. Sospechan que también abusó de su hijo menor, hoy de 13 años. En breve, el chico va a declarar en la Cámara Gesell y su testimonio servirá para que el juez Penal Nº 1, Sebastián Cadelago Filippi, que encarceló al acusado, determine si también debe imputar al hombre por atacar al chico.

 


Alivio y esperanza no fue lo único que sintieron Brenda y su mamá, Carina, cuando se enteraron que al acusado lo habían arrestado, el miércoles 15 de junio. También las sacudió la sorpresa. La madre de las víctimas había denunciado a J.M. en 2007, pero en nueve años la investigación nunca prosperó.

 


A él, eso lo llenó de sensación de impunidad, tanto que cuando se cruzaba con su hija mayor por la calle, se le burlaba en la cara. “Él trabajaba en un utilitario repartiendo alimentos. Me veía y me miraba, me rebajaba y se mataba de la risa. Él sabía en ese momento que era impune”, dijo la chica, que está casada y tiene un hijo.

 


A ella y a su madre, la falta de respuestas del Juzgado Penal Nº 1 las sumió en la angustia. Y no pudieron evitar la sospecha de que J.M. se valía de alguna influencia en el tribunal para que no lo investigaran. “Tengo entendido que la familia de él tenía amistades acá. No sé si fue citado alguna vez en esa época. No tengo idea porque nunca me dijeron nada. Venía todas las semanas a preguntar, me atendían en la mesa de entradas y me decían 'no hay novedades”, se quejó Carina.

 


“Me decían que no podía probar lo que me había hecho y lo creí. Y ahora la doctora (María del Valle) Durán me dice que sí, que se podía, pero no lo hacían”, dice Brenda. Habla de la secretaria actual del juzgado de instrucción Penal Nº 1, en el que, en la época en que denunciaron a su padre, actuaban otro juez y otros funcionarios.

 


El jueves pasado, la chica fue al juzgado, a pedir que le brinden asistencia psicológica, porque quiere estar totalmente repuesta para cuando su padre sea sometido a juicio.

 


Brenda accedió a hablar con un periodista de El Diario porque lo necesita, porque quiere que prueben que siempre dijo la verdad, y porque ya aprendió que ella no tiene por qué sentir vergüenza, como le pasó durante mucho tiempo. “Hoy no siento vergüenza. La única culpa que me queda es no haber hablado antes. Es por lo que hoy vine a pedir empezar el tratamiento psicológico. Es mi vida, es mi lucha y la voy a seguir como sea. Quiero que alguien se siente delante de mí y me diga ‘es verdad, no mintió’. No me quiero callar más, si hay alguien que tiene que sentir vergüenza es él”, dijo.

 


“A esas personas –agregó, en alusión a los abusadores– no hay que matarlas, porque uno no es dueño de la vida de nadie, pero hay que hacerlos que paguen”.

 


“Lo único que pido es que algún día él se arrepienta de corazón y le pida perdón a Dios. Yo no soy quién para perdonarlo. Pero sí hay un Dios que todo lo ve y todo lo sabe. Si hay alguien que lo puede perdonar, es Dios, pero primero se tiene que arrepentir”, agrega.

 


Por lo que sabe, su padre no ha dado señales de arrepentimiento verdadero, pese a que hace nueve años, cuando salieron a la luz los abusos, le pidió perdón. La llamó a su habitación y le dijo: “Te pido disculpas, hija, yo no me doy cuenta de lo que hago”. Y trató de convencerlas a ella y a su madre de que no lo dejaran.

 


Hoy “lo sigue negando. Está buscando gente para que declare a favor de él ¿qué pueden saber si esto ocurría puertas adentro? Van a mentir”, afirmó.

 


El acusado de abusos fue descubierto gracias al testimonio de su hijo menor, entonces de 4 años. Le contó a su mamá que el padre le tocaba los genitales y le hacía doler.

 


Cuando su esposa le pidió explicaciones, J.M. tuvo una reacción airada. “Se enojó, puteó, golpeó la puerta y se fue. Ella (Brenda) vino y me dijo ‘¿qué pasó, mami, qué le pasa al loco éste que está gritando?’. Y le conté”, evocó Carina.

 


“Yo tenía 14 años. Fue ahí que dije ‘me puede hacer cualquier cosa a mí’, era el pensamiento que tuve, tengo y siempre voy a tener, pero no me toque a mis hermanos”, acotó la hija. Hasta entonces, cuenta, creyó que ella era la única víctima. “Decidí que hasta ahí llegaba todo, que no iba a callarme más. Decidí contárselo a ella, de la mejor manera que me salió, lloré y le dije que a mí me estaba haciendo lo mismo, que me estaban haciendo daño. Y me acuerdo muy bien que ella me preguntó ‘¿quién, tu tío?’, ‘no, el papi”, le dije”, relató la chica y miró a su madre.

 


“Ese momento –agregó– lo tengo patente porque recuerdo su cara, sus gestos y fue el momento más tranquilo de mi vida porque me di cuenta de que ella me creyó. No dudó de mí, como él me decía. El miedo mío era que ella no me creyera”.

 


El padre le había infundido el temor de que la madre no le creería. Empezó a abusarla justo el día que ella cumplió 8 años. “Cuando esto empezó, yo pensé que era normal, que pasaba en todas las casas, en todas las familias, porque no salía de mi casa. Claro, tenía 8 años, no entendía qué estaba bien o qué estaba mal”, cuenta.

 


“Cuando empecé a salir a la casa de mis compañeras de la escuela y veía cómo las trataban sus padres, ya empecé a entender y ya había algo que no me cerraba. Y ahí es cuando yo empecé a rechazar, a decirle que no me molestara, que estaba mal. Y él me decía que no, que no estaba mal, que era un secreto, que no tenía que decir nada”.

 


Su madre tuvo serios problemas de salud, en parte por mala alimentación, porque él no trabajaba y sólo de vez en cuando hacía una changa.

 


“Yo empecé a bajar de peso, tenía desnutrición, casi me morí, acotó Carina.

 


“Fue –recordó Brenda– cuando yo empecé a atar cabos de que estaba mal y le dije ‘yo voy a hablar con mi mamá’. Él me dijo ‘tranquilizate, no hablés, si vos hablás con tu mamá, se va a morir ¿Por qué crees que va al médico?, imaginate si le decís eso. No te va a creer, aparte, si tu mamá me ama, no te va a creer a vos’”.

 


“Me agarraba por ese lado. Y por eso postergaba. Muchas veces, ella sabe, me acercaba y le decía ‘ma’, ‘¿qué, hija?’, ‘nada’. No me animaba, no encontraba el momento ni la manera y aparte no sabía cómo explicarle a ella que la persona que ella amaba me estaba haciendo daño a mí”, contó la joven.

 


“No podía ir a decirle a alguien ¿che, tu papá te hace tal cosa? Porque aparte él me hacía creer que yo tenía la culpa. Me decía ‘yo te hago esto porque vos me buscás’”, recordó Brenda. Recién en ese punto, por un momento, perdió la entereza que mostró durante casi toda la entrevista y dejó que el dolor le hiciera temblar la voz.

 


Su madre lloró desconsolada cuando escuchó, por primera vez, el relato que su hija le hizo al periodista sobre la primera vez que su padre la abusó con acceso carnal, en un viaje a las sierras. “Yo a eso no lo sabía. Yo le di permiso para que fuera ese día”, dijo Carina, conmovida.

 


“Hay cosas que ella no sabe, yo nunca declaré delante de ella”, explicó Brenda.

 


La joven contó que, en un intento por reconciliarse con la vida, decidió ser madre. Y recién en enero de este año, cuando accedió a la enésima invitación de una amiga de ir a una iglesia evangélica cristiana, encontró un poco de paz. A lo largo de nueve años, la falta de respuestas de la Justicia había acrecentado su drama. Le contó a El Diario que, antes de la maternidad y del encuentro con la fe, tuvo cinco intentos de suicidio. Su madre se sorprendió al escucharla, porque hasta ese momento solamente se había enterado de tres.

 


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