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El último cross de izquierda del toro salvaje

Repudiado por las clases ricas e idolatrado por los pobres, José María Gatica tuvo una vida que se desarrolló en paralelo con un tramo definitorio de la historia nacional. Dos barrios de Buenos Aires cobijaron sus días de plenitud, fortuna, dilapidaciones, decadencia, descapotables y colectivos.

Por Miguel Garro
| 13 de noviembre de 2017

El barrio de Saavedra está en los confines de la Ciudad de Buenos Aires. Tiene casas bajas y algo de la tranquilidad que apenas unos kilómetros más al centro escasea. Es el límite que separa el monstruo de cemento, asfalto y locura que es la capital porteña con el monstruo de ladrillos, calles de tierra y locura que es el conurbano bonaerense. Un oasis ladeado por la General Paz.

 

Entre esos dos estilos de vida (que pueden ser uno solo) se debate y se desafía de manera constante el barrio donde se respira el último aire de tranquilidad bonaerense. Saavedra tiene –además- un dato curioso: la terminal de la línea B de subte se llama “Juan Manuel de Rosas” y a pocos metros de allí está la estación de trenes de la línea Mitre, que se llama “Justo José de Urquiza”. Una forma de unir dos enemigos políticos a través del transporte.

 

Durante no más de tres años vivió en ese barrio, que por entonces era de calles de tierra, José María Gatica. Si bien su carrera boxística estaba en pleno apogeo, el púgil puntano no pudo rechazar una más bien humilde vivienda que le hizo entregar Eva Perón.

 

La casa está en calle Galán 4005 y tiene el número 20 del barrio “1º de marzo de 1948”, bautizado de ese modo en honor al día en que Juan Domingo Perón nacionalizó los ferrocarriles. La dictadura de 1976 le cambió el nombre por “Roque Sáenz Peña”, como se llama en la actualidad.

 


Ciro Mendoza, cantor y fanático de José María Gatica.

 


Es una construcción de techos de tejas a dos aguas y verjas coloniales. Está pintada de blanco y las ventanas de madera parecen las mismas que alguna vez abrió Gatica para respirar el aire matinal, si es que alguna vez se despertó por la mañana. Si bien tiene algunas reformas, la vivienda parece respetar en la actualidad mucho de su construcción original.

 

Para dejar una marca indeleble del paso de “El Mono” por el barrio, un grupo de vecinos gestionó ante la Legislatura porteña la colocación de una placa en la vivienda y la realización de un mural en la medianera, dos ideas que la familia que ocupa la casa ahora –que nada tiene que ver con el boxeador- aceptó gustosa. No así a dar su testimonio para esta nota, afectada por la muerte reciente de un habitante de la vivienda.

 

 La construcción barrial y peronista está al frente de unos terrenos que el Estado le donó al Club Atlético Platense y de unas canchas de tenis construidas por una empresa privada, dos objetivos muy alejados a la idea peronista pero que fueron impulsados por Carlos Saúl Menem durante su presidencia.

 

Pascual Spinelli es, además de un histórico militante peronista, uno de los vecinos que integra la mesa de trabajo, memoria y derechos humanos de la comuna 15 de Capital Federal, un conglomerado de 200 mil habitantes que incluye el barrio de Saavedra. Y fue uno de los impulsores de la instalación de la placa en la casa del Sáenz Peña. “Gatica es un ícono popular muy querido por el pueblo y cuando nos enteramos que había vivido acá empezamos a buscar la forma de homenajearlo”, dijo.

 

Pese a que hay muchos vecinos en Saavedra que no conocen de la estadía del campeón puntano en el barrio, Spinelli se puso la misión de difundir el orgullo de la zona al cobijar al querido “Mono”. “Quienes lo conocieron lo recuerdan caminando por las calles con su habano en la boca y repartiendo caramelos y dinero a los chicos. También están los que lo describen como una persona de carácter impulsivo, rebelde, pero de una honda humanidad”, sostuvo el dirigente barrial.


La Casa del Campeón.

 

La dicotomía que se observaba por las calles de Saavedra en aquellos días es la misma que cuentan los libros de historia, de boxeo, de Argentina y de historias del boxeo en Argentina sobre el deportista: Gatica era adorado por las clases populares pero rechazado por la oligarquía que no le perdonaba que fuera analfabeto y defendiera ciertos derechos de la gente.

 

“En realidad, el apodo “El Mono” se lo pusieron las clases altas para desprestigiarlo y a Gatica no le gustaba nada. La gente más pobre, la que de verdad lo idolatraba, le decía “El Tigre”, un apodo que él consideraba más acorde a su leyenda”, explicó el periodista y escritor Enrique Arrosagaray en el documental de seis minutos “Gatica, una historia de pasión, muerte y resurrección”. La placa recordatoria quedó instalada en la casa 20 en mayo de 2015, cuando se cumplieron 90 años del nacimiento del ídolo, en Villa Mercedes. El mural, por su parte, tardó varios días en realizarse y contó con la participación de muchos vecinos, dirigidos por el autor. Saavedra es un barrio prolífico en ese tipo de arte callejero y cuenta con un ejemplar histórico sobre los 14 desaparecidos que tuvo la fábrica Grafa, ahora convertida en un Walmart.

 

 El mural de Gatica se llama “Mono, las pelotas” y tiene la iconografía peronista como primera visión. Hay un retrato fileteado, un abrazo del Gatica niño en una estación de ferrocarril, otra en plena pelea de box y una tercera con la eterna sonrisa y su pinta más reconocida de galán. Sobre la M de “Mono” hay unos versos de Alfredo Carlino, un poeta, ex boxeador, periodista y peronista que siempre escribió con cariño sobre José María.

 

El próximo paso de Spinelli es realizar un paseo más completo que abarque una suerte de pequeño boulevard que está justo al lado de la casa que ocupó Gatica y que podría tener algún otro atractivo, como material del ídolo que puedan aportar los vecinos y la construcción de una vereda para la mejor circulación.

 

El día que se descubrió la placa en la casa llovió a cántaros en Buenos Aires, por lo que el acto al que estaban invitados el actor Edgardo Nieva –que inmortalizó a Gatica en la película de Leonardo Favio- y Alfredo Carlino debió suspenderse.

 

Ningún familiar del boxeador villamercedino fue invitado ni consultado para hacer el homenaje. Spinelli entiende que “los ídolos que llegan a esa altura ya no pertenecen a la familia, sino al pueblo”.

 

Hay una historia increíblemente casual que Cooltura conoció en el recorrido por el barrio. Justo al lado de la casa donde vivió Gatica, ahora reside Ciro Mendoza, un hombre de unos 80 años, típico porteño, menudo, de desprolijo pelo canoso y barba de varios días. Dice que ése es su seudónimo artístico, porque es cantante, miembro original del Club del Clan, aunque su nombre no aparezca en ningún registro del éxito televisivo musical de Palito Ortega, Lalo Fransen y compañía. “Lo que pasa –explicó- es que al Club del Clan se lo adueñaron cuatro o cinco y a mí, Rocky Pontoni, Cachita Galán y otros, nos dejaron de lado”.

 

Suena más creíble don Ciro con otra anécdota, relacionada al Mono. En diciembre de 1953, José María Gatica venció, en deslucido combate, a Manuel Martínez, en el Luna Park. Por entonces, Mendoza no había entrado todavía al mundo del espectáculo y se ganaba la vida como repartidor de telegramas en el Correo.

 

Para ver la pelea, Ciro faltó a trabajar, los telegramas quedaron sin entregar y recibió como castigo el despido inmediato. “No me importó nada, yo estaba contento porque lo había visto pelear”, recuerda el hombre, quien conoció a “El Mono” cuando tenía unos 12 años y en los carnavales salía por Saavedra con una cacerola a pedir dinero. “Gatica le pedía medio de prepo plata a la gente que pasaba por ahí y me la daba”.

 

Más curioso es el hecho de que a Mendoza no le interesó nunca el boxeo, en absoluto. “Yo lo quería como persona, siempre admiré de él que tenía plata y la tiraba como si no le importara, se la daba a la gente. Era terrible con eso”.

 

Ciro compró hace unos seis años la casa 19 del barrio Roque Sáenz Peña sin saber que al lado había vivido su ídolo. Cuando se enteró, no pudo creer la casualidad y ahora se encarga de mantener la limpieza y el orden en los alrededores del mural.

 

Otra persona que retrató el paso de Gatica por Saavedra es la artista plástica Beatriz Negrotto, quien el año pasado en una exposición en la que retrató a personalidades que pasaron por ese barrio hizo un cuadro con el boxeador como protagonista. La vinculación con Perón, Evita y la película de Leonardo Favio fueron algunos de los elementos que vincularon a la pintora con la vida del boxeador.

 

En su investigación para hacer la obra, Beatriz se entrevistó con algunos vecinos de Saavedra que le dieron el perfil conocido por todos. “Según me contaron, Gatica caminaba por su barrio y cuando encontraba niños en la calle, compraba helados y se los regalaba a todos”, sostuvo.

 

En el cuadro –que fue parte de la exposición “Viaje en el tiempo”, que el año pasado se exhibió en un museo porteño- se puede apreciar al boxeador al volante de un auto descapotable, con una sonrisa socarrona y canchera, rodeado de niños y un heladero con un carrito en bicicleta con cremas heladas de Laponia. A la artista le llamaron la atención algunas contradicciones en la personalidad del villamercedino, como la de ostentar con un auto de alta gama y demostrar humildad al comprar cosas para los chicos y repartirlas desinteresadamente.


El Polideportivo José María Gatica, en Villa Domínico.

 

Como está en los confines de capital, por aquellos años ir a Saavedra era ir a un piringundín de la zona o acercarse al suburbio profundo bonaerense. Sin embargo, allí vivieron otras personalidades reconocidas como Roberto Goyeneche y Enrique Santos Discépolo. Leopoldo Marechal en su obra cumbre “Adán Buenosayres”, situó al infierno en un ombú que está bastante cerca de la casa donde vivió Gatica.

 

Otro punto importante de la vida de José María en Buenos Aires fue Avellaneda, un barrio muy populoso pegado al sector sur de Capital, a varios kilómetros de Saavedra. Fue allí donde murió el 12 de noviembre de 1963, hace 54 años. Vivió en un humilde asentamiento al que, por consejo de los vecinos, Cooltura no pudo entrar para esta nota.

 

Gatica llegó a ese municipio cuando su carrera ya estaba terminada y su vida en decadencia. La revolución libertadora se encargó de perseguirlo por su cercanía al peronismo y le impidió ya no pelear en una Luna Park, el estadio que había llenado decenas de veces, sino hasta convertirse en un simple espectador.

 

Como en cada lugar por donde pasó, algunos viejos habitantes de la localidad guardan buenas anécdotas y la mano oficial también se dedicó a perpetuar su memoria. Un hermoso polideportivo municipal inaugurado hace poco en Villa Domínico lleva su nombre y el objetivo de revalorizar su tarea. En el inmenso gimnasio se practica vóley, handball, básquet y, por supuesto, boxeo.

 

“Nosotros lo que queremos es levantar cierta imagen negativa que tenía Gatica y que se conozca la verdadera historia de un deportista como él”, dijo Ariel Cabrera, ex subsecretario de Deportes de la Municipalidad de Avellaneda.

 

Es que los últimos años de “El Tigre” no fueron de los mejores en cuanto a su comportamiento. Desestabilizado por el alcohol y con la fortuna absolutamente dilapidada, Gatica no tuvo la ayuda que supo brindar en sus tiempos de esplendor y murió en la pobreza, aunque, al parecer, no del modo en que se encargó de relatarlo la historia oficial.

 

El boxeador falleció atropellado por un colectivo de la línea 295 luego de ver en la cancha de Independiente un partido entre el local y River Plate. La piedad y el interés de convertirlo en héroe lastimado indicaron que estaba en los alrededores del estadio vendiendo muñequitos cuando fue embestido por el ómnibus.

 

Pero Oscar Lemos, uno de los periodistas que más supo de la vida de Gatica, tiene otra teoría, aunque con el mismo triste final. Comienza el 10 de noviembre de 1963, el día del partido. El villamercedino fue a la cancha como espectador y en la puerta se encontró con un amigo que vendía diablitos rojos de peluche. Le pidió uno de regalo para sobornar a un policía y que lo dejara entrar. Eso y un típico “Yo soy Gatica… ¿no se acuerda de mí?”, funcionaron como método para sortear el ingreso.

 

 Según Lemos, como Gatica había bebido demasiado, se fue de la cancha antes de que terminara el partido, aburrido y acompañado de un amigo que lo siguió hasta un bar cercano al puente Pueyrredón llamado “El as”. Allí tomaron un vino y cuando quisieron otro, la dueña los echó, lo que causó la furia del pugilista.

 

Fue en ese momento, en la esquina de las calles Herrera y Luján, a varias cuadras de la cancha, cuando Gatica intentó abordar el colectivo en movimiento sin que el conductor lo advirtiera. “El Mono” trastabilló y quedó colgado unos metros del pasamanos del colectivo, hasta que cayó al adoquinado y las ruedas traseras y recapadas del vehículo pasaron por encima de su maltrecho cuerpo.

 

Los miles de golpes que había recibido en su carrera y los miles de litros de alcohol que fueron ingeridos no fueron nada en comparación al peso del micro, que le rompió la cadera, le luxó las vértebras, le fracturó el pubis y le destrozó la uretra. Sin chances de sobrevivir, el puntano murió dos días después en el hospital Rawson. En sólo 38 años había revolucionado la vida social, cultural y deportiva del país, se había ganado amores y odios, había amasado una fortuna que disolvió como si le hubiera echado agua y había pasado de ser un dandy perfumado a un linyera a la espera de la limosna de los otros.

 

Aquel día de hace 54 años nació la leyenda abanderada del lumpenaje. Como no tenía casa ni dinero, lo velaron en la Federación Argentina de Boxeo y lo enterraron en el cementerio de Avellaneda, en medio de una multitud que se trenzó a golpes de puños en pos de un lugar para cargar el cajón.

 

Una corona de Juan Domingo Perón, por entonces proscripto y residente en España, adornó una despedida demasiado temprana.

 

Medio siglo después de su muerte, el Gobierno de la Provincia trajo los restos del boxeador a su provincia natal y los puso en el Palacio de los Deportes de Villa Mercedes, otro emblema donde la memoria del hombre de los puños de hierro brilla a cada paso. Pero esa es una historia conocida por todos.

 

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