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Los elogios de los malos

Por redacción
| 16 de noviembre de 2017

Mucho de lo mejor de la izquierda latinoamericana, ha nacido, vive y perdura, en los claustros universitarios. Allí, libres de ataduras y responsabilidades, con la fuerza de los que están convencidos que han de cambiar el mundo, con la transparente honestidad de los que todos los días lo intentan, con las ideas frescas, con la rabia por las injusticias, con el anhelo de las utopías, con la fuerza de la sangre; hombres y mujeres latinoamericanos creen lealmente que es posible algo mejor. 
No son los únicos que lo creen, ni tampoco son los únicos que lo sueñan, pero a ellos les cabe el orgullo de no traicionarse, de no aflojar ante las tentaciones del poder. El orgullo de leer, de formarse, de discutir hasta el hartazgo, de aceptar el disenso, pero nunca el doble discurso.
Esas mujeres y esos hombres han aprendido que los elogios de los malos no acarrean buenas noticias. Han aprendido a desconfiar del yugo, de los que portan la opresión y el interés individual, antes que el debate genuino y el acuerdo sobre los caminos que han de elegirse para alcanzar el progreso.  
En muchas universidades latinoamericanas es muy probable que hoy se discuta sobre el Banco Mundial, el organismo internacional que destacó el crecimiento inclusivo de América Latina en la pasada década y llamó a la región a apostar a más y mejor educación para superar las desigualdades que aún persisten. Nadie puede discutir la recomendación del Banco Mundial, ya que posee una certeza por la que todos abogan. Pero, “lógicamente”, un discurso de ese calibre, merece desmenuzarse un poco.
“Gran parte del progreso futuro estará anclado en la educación”, alertaron los economistas de la oficina del BM para América Latina al presentar el estudio “Desigualdad del ingreso en América Latina: comprendiendo el pasado para preparar el futuro”.
El informe subraya el “destacable” logro de América Latina en la primera década del Siglo XXI: que sostuvo un crecimiento económico pujante y a la vez redujo la desigualdad. Este “fenómeno alentador” se dio en toda la región, con excepción de Costa Rica, mientras en el resto del mundo aumentó la inequidad a pesar del sólido crecimiento registrado en ese periodo.
¿Qué permitió “este gran paso histórico” en la “tierra de las desigualdades”, como catalogó a la región el explorador Alexander von Humboldt en el Siglo XIX? El BM mencionó diferentes factores sumados al crecimiento: la formalización del empleo, el aumento del salario mínimo, el cambio tecnológico y la liberalización del comercio, así como la apreciación de los tipos de cambio por el auge de los precios de las materias primas, que impactó en las diferencias salariales entre las empresas. Pero, sobre todo, atribuyó este avance hacia la equidad al incremento de la oferta educativa desde los años 1980: “La expansión de la educación se convirtió en la gran igualadora”.
“El aumento del acceso a la educación en la región, incluido el acceso a la educación superior, en la cual se duplicó la inscripción en la última década, se vio acompañado de un aumento en la igualdad de oportunidades”, sostiene el estudio. “Es un fenómeno positivo importante”, dijo el BM, aunque llamó a mejorar la calidad educativa para que la tendencia sea sostenible.
“Los pobres se encuentran rezagados detrás de los no pobres en muchos aspectos, incluido el acceso a la educación. Esas desventajas educativas tardan mucho en revertirse y dificultan tanto la movilidad laboral como su capacidad de conseguir y retener trabajos de alta productividad, en especial en momentos de alto desempleo”, concluye el BM.
No hay demasiado para discutir, y mucho para coincidir. Pero lo dice el Banco Mundial, una institución sostenida por la rentabilidad. Un prestamista del que cada país latinoamericano “ha sufrido” sus recomendaciones. 
Quizás el mundo esté cambiando efectivamente. Quizás aún perduren discursos “políticamente correctos”, mientras las intenciones sean muy diferentes. El tiempo lo dirá. Discutirlo es un primer paso valioso.
 

 

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