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Los Benítez, un ejemplo de perseverancia en el monte

Cambiaron la ciudad por un campito en el Paraje La Aguada, en el árido noroeste de San Luis, donde crían gallinas y chivos para subsistir. Los grandes enemigos son los pumas y los jabalíes.

Por Magdalena Strongoli
| 17 de diciembre de 2017
Foto: El Diario.

A no más de una hora de distancia de la ciudad capital, el calor y la aridez ya se hacen sentir con fuerza. El paraje se llama La Aguada y la entrada es por un camino de tierra. Antes de llegar a la casa de los Benítez hay que cruzar unas cuantas tranqueras que muestran la presencia de animales y de distintos dueños a lo largo de cuatro kilómetros. Por la zona son pocos y se conocen todos. En la mayoría de los casos también son parientes.

 

El camino está bueno. Pero quienes han pasado por la zona dicen que cuando llueve, una rareza en los últimos años, se pone un poco más complicado.  En primavera el clima empieza de a poco a mostrar su lado más hostil. El calor es intenso, abrasador, al punto de hacer que falte el aire. Seco como el  paisaje de jarillas y espinillos.

 

Ése es el contexto en el que viven José Benítez y su esposa René,  que desde hace años eligieron La Aguada como lugar de residencia fija. Trabajaron duro. Ella criaba a sus tres hijos y él pasaba doce horas en una fábrica para conseguir los recursos económicos que luego le permitirían hacer su casa en el paraje ubicado a unos pocos kilómetros de La Calera, en el noroeste provincial.

 

En estos momentos se encuentran, con la ayuda del hijo que heredó el nombre paterno, criando gallinas. Además tienen algunas cabras y un pequeño rodeo vacuno. Las dificultades son variadas. Los pumas y los jabalíes son algunos de los obstáculos con los que tienen que lidiar a diario. Las cabras son las presas favoritas de estos depredadores del monte. René relata que ante cada época de parición, el objetivo es aumentar la manada, pero que su intención se ve frustrada por los ataques. Comentó que respetan al animal nativo de esas tierras y toman precauciones tales como el armado de corrales cubiertos para evitar que los animales cebados ingresen. Cuentan también con  un "pastor", como llaman al perro que ahuyenta con sus ladridos a los pumas.

 

Como bien dijo René: "Ellas ya saben". Salen a la mañana y vuelven a la tarde momento en el que le dan de mamar a sus crías. Tenía en un corral aparte unos chivos que por culpa de los pumas se quedaron sin madre. "A esos les damos leche de otras madres. Les reforzamos con maíz y liga del espinillo", detalló la mujer, quien agregó que no las larga al monte porque no quiere que se las maten y ver si finalmente pueden alcanzar un número digno de cabras. En las buenas épocas estos animalitos dan leche en cantidad para hacer quesillos y otras manufacturas.  

 

En la actualidad tienen 60, entre chivos madres y reproductores machos. "De los 14 que crié el año pasado, quedaron 6 ó 7", dijo con un dejo de tristeza por no haber podido cumplir con el objetivo. José y René tienen cabras mestizas, por eso es que ahora están en la búsqueda de adquirir un reproductor de alguna raza que se adapte muy bien a la aridez de la zona. El que ahora tienen, lo compraron hace dos años en las cercanías de San Antonio, pero nunca fue puro. "Era a lo que podíamos acceder en ese momento. Sin embargo creemos que sería bueno cambiar nuestro macho, que por otra parte ya cumplió su ciclo reproductivo", dijo la señora, que no es veterinaria pero conoce a sus animales con solo mirarlos.

 

Según dijeron los dueños del establecimiento, Senasa los visitó hace unos pocos meses para hacer los controles de rutina y los exámenes le dieron que el rodeo estaba en perfectas condiciones de salud. "Eso es una ventaja y me da mucha tranquilidad", comentó René sobre el estudio clínico.

 

En los alrededores de los cuatro corrales tienen gallinas ponedoras y pollos media pechuga, que son los que se venden enteros. Tienen varios gallos aunque aseguraron que los usan de a uno, ya que tienen pocas gallinas para servir .             

 

El alimento para el engorde de los animales tienen que comprarlo a 170 kilómetros, en Justo Daract, o en  la ciudad. Usan alimento balanceado, maíz y triturado para el caso de las gallinas. "Los pollos llegan a su esplendor con dos kilos ochocientos y vieras lo casero que se ven", dijo René, quien aseguró que en nada se parecen a los industriales. Aquí también hubo pérdidas. "Carlitos -otro de los hijos- compró cien para empezar a criar en la ciudad porque acá no teníamos lámparas y electricidad para dar calor a los pollitos. Un día de temperatura bajo cero perdió alrededor de 20 pollos", contó mientras entre risas se veía a un gallo desarmándole al peón un montículo de basura que había puesto en un rincón.          

 

Una represa en el medio del campo es la que usan para juntar el agua que los ayuda a criar a los animales. "Hace unos días llovió, pero muy poco. Venimos de muchos años de seca y eso se ve reflejado en la producción. Para esta campaña decidimos hacer maíz en cuatro hectáreas que tenemos en la entrada al campo, con la esperanza de que cambiará la racha. En parte fue así. Pudimos hacer que prospere el cultivo, que luego usamos para reforzar el alimento de los animales y para bajar los altos costos que tenemos con los viajes y el traslado de las bolsas. Pero esta vez los jabalíes arrasaron con parte de lo que en pocos días más íbamos a cosechar", relato José, sentado en una silla mecedora en la tranquilidad de su morada.

 

De naturaleza humilde pero con un gran empeño por el trabajo y el sacrificio, criaron a sus hijos, que ya son todos profesionales y tienen sus familias. Los nietos, al igual que sus yernos y nueras, los visitan seguido y es René quien sostiene que no es lo mismo la casa sin ellos. Los hijos ya están grandes, es la descendencia a la que ahora le enseñan los secretos del campo y el amor por los animales. Así pasan sus días los Benítez, quienes pusieron todo su empeño para estar en el lugar donde atesoran los mejores recuerdos.

 

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