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Marisa, una soldadora que le ganó a los prejuicios y al destino

Su madre le decía que ese oficio era sólo para hombres. Se recibió a los 45 años y empezó a dar clases. 

Por Ayelen Anzulovich
| 03 de diciembre de 2017
Felicidad y vocación. La docente disfruta todos los días de poder compartir con los alumnos el taller en la ex Industrial. Hacen desde parrillas hasta maceteros. Foto: Nicolás Varvara.

Rara vez, detrás de una máscara de soldar, aparece el rostro de una mujer. Este no es el caso de Marisa Salazar, de 50  años, quien fue en contra de los estereotipos de género y hoy está a cargo del área de soldadura de la escuela Domingo Faustino Sarmiento, la ex Industrial. A pesar de que su madre le insistía que era sólo un oficio para hombres,  y a tener que dedicarse después a la crianza de sus hijos, a los 45 años logró su sueño de recibirse de profesora de educación técnica y empezar a dar clases. 
Siempre sentada y rodeada por el murmullo de la gente,  la profesora hace cinco años que disfruta todos los días de su trabajo. Con una mirada cómplice, contó como fue el recorrido que tuvo que hacer para poder alcanzar su sueño.
"Empecé mis estudios en la Paula Domínguez de Bazán. Mi papá daba clases en la ex Industrial. Me buscaba todos los días por el colegio y me llevaba al taller", comentó Marisa, quien agregó que lo esperaba hasta que él terminara su trabajo. "Ahí fue donde nació mi entusiasmo por esta profesión. Me pasaba largas horas entre las máquinas, prácticamente crecí en el mundo de la escuela técnica". 
Inquieta y con ganas de alcanzar su meta, de joven se tuvo que enfrentar a los prejuicios de la época. "Cuando tuve que elegir en qué secundaria continuar con mis estudios, mi mamá quería que siguiera en la Bazán o que fuera al Instituto Santo Tomás. Ella consideraba que la soldadura era solo un oficio para hombres, y no le gustaba la idea de que yo eligiera esa profesión", expresó la mujer, quien agregó que eso no fue un impedimento. "Nada me detuvo, yo estaba segura de cuál era mi vocación", afirmó. 
"Para poder ingresar a cualquier institución en esos años te podías anotar en una sola, y tenías que rendir un examen de ingreso", recordó con una sonrisa pícara y detalló cuáles fueron los pasos a seguir. "Según mi madre yo me había ido al Santo Tomás, pero en realidad, en complicidad con mi padre, me fui directo a la Industrial. Me acuerdo que estaba muy nerviosa porque tenía que salir bien sí o sí o me quedaba sin banco", expresó la profesora que feliz agregó: "Tuve la suerte de quedar entre los diez primeros. El problema fue volver a mi casa y contar la verdad. Mi mamá no entendía cómo me podía gustar ese tipo de actividad que está asociada a los hombres. Estuvo un tiempo enojada", contó.
Después de haber conseguido su propósito, Marisa demostró que tenía un gran talento para la soldadura y de que no se había equivocado. "Gracias a mi profesor que me guió y me tuvo confianza pude conseguir buenos resultados", manifestó y agregó emocionada que al momento de terminar sus estudios le entregaron un reconocimiento. "Me dieron un diploma y una placa por tener el mejor promedio. Allí supe que todo el esfuerzo que había hecho valió la pena".
Tras terminar la secundaria Marisa se casó y tuvo dos hijos,  por lo  cual no pudo continuar estudiando. "Mi marido quería que criara a los chicos y no pude seguir con mi carrera. Pero sentía que algo me estaba faltando, no me sentía completa. Mi sueño seguía siendo ser docente en la escuela que me vio crecer", expresó.
En la vida de esta profesora nada fue imposible. "Cuando tenía 42 y mi niños crecieron fui a estudiar la carrera de historia al Instituto de Formación Docente", detalló y también precisó que en ese momento empezaron a dictar el profesorado de Educación Técnica. "Estaba en mi salsa. Empecé las dos y con ayuda de mi familia a los 45 años me recibí y empecé a tener unas horas en el colegio Fray Luis Beltrán", comentó la mujer, quien todavía mantenía la ilusión de volver a su vieja escuela.
Como si el universo jugara a su favor,  Marisa no sabía que algo más la estaba esperando. Impulsada por sus ganas de seguir luchando, descubrió que tenía la posibilidad de concursar por unas horas en la Industrial. "En el 2012 rendí, pensé que no me iban a llamar, pero por suerte cuando estaba durmiendo la siesta, sonó el teléfono y me avisaron de que me presentara. No lo podía creer", señaló con los ojos vidriosos la soldadora y detalló que "hoy estoy viviendo un sueño".
Ya dando clases, la docente se sorprendió al escuchar un comentario de un alumno. "Cuando llegué al taller, los chicos me preguntaban si yo sabía soldar. En ese momento les dije que me acompañaran y les mostré lo que sabía hacer, se quedaron boquiabiertos. Es tan buena la relación que tengo con los estudiantes que los profesores me cargan y me dicen que parezco la gallina con sus pollitos, porque van todos atrás mío", aclaró sonriente.
Salazar ya lleva cinco años disfrutando de su gran pasión que al igual que su padre era estar al frente del taller de soldadura y, orgullosa precisó: "Cuando me pongo una meta tarde o temprano sé que la voy a conseguir. Yo les digo a mis chicos que peleen por sus sueños, que no se rindan. Si alguien les dice que no pueden, no los escuchen, sigan para adelante. No hay una edad determinada para cumplirlo, mientras tengan un hilito de vida hay que darle para adelante", concluyó.

 

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