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Irma Esther "Chicha" Quiroga, la maestra de Alto Tavira

Por redacción
| 07 de marzo de 2017
"Chicha" Quiroga. La maestra, hoy jubilada, recordó con emoción su paso por la escuela de Alto Tavira. En 1965 consiguió su primer trabajo como docente. Foto: Marina Balbo.

Irma Esther Quiroga tiene 70 años y hace 15 que se jubiló como docente. Tuvo distintos destinos,  pero de donde guarda uno de sus recuerdos más hermosos es el de la escuela de Alto Tavira, en el noroeste sanluiseño. Las maestras rurales son auténticos ejemplos de sacrificio, perseverancia y amor. Luis Landriscina, en su espectacular poema “Maestra de Campo”, recuerda la dedicación de estos docentes:  “Y fueron 30 los años/y fueron muchos los niños/ que luego se hicieron hombres y mandaron a sus hijos./ Ella, ella no pudo tenerlos/ porque la flor de su vida/se marchitó entre los montes/ y nunca llegó el amor/ a golpear en la ventana/ de su rancho de cariño”. Y algo debe haber de todo eso en esta mujer que se jubiló y volvió a vivir en su casa en La Florida. Ahí vive ahora junto a su madre Irma Leyes, o doña “Tota”,  que luce radiantes sus 88 años.

 


A Irma o “Chicha”, como le gusta que le digan, la encontramos haciendo las compras. Nos invitó a pasar. La vivienda de construcción antigua no muestra el paso del tiempo. Un enorme patio la rodea, y apenas un par de escalones la separan de la vereda. A la izquierda, unas hortensias muestran su colorido. A la derecha hay un nogal donde cuelgan cientos de nueces. Más al fondo, un parral cuya sombra promete frescura.

 


El living está rodeado de recuerdos, fotos y cuadros por doquier. Un aroma inconfundible a casa de campo, fresca, simple, acogedora, linda. Allí se sienta "Chicha" para contarnos la vida de una maestra de campo. Su vida.

 


“Soy hija de Irma Leyes y tengo dos hermanos, Olga que vive en San Luis y Hugo en Buenos Aires. Mi padre, Carlos Quiroga, era minero en Balde de la Isla,  donde nací el 22 de abril de 1946. Él  murió muy joven a raíz de una enfermedad pulmonar. Mi madre estaba en la estafeta del Correo Argentino y se hizo cargo de la crianza de los tres”, señaló.

 


“Hasta quinto grado fui a la Escuela Nº 70 "Víctor Endeiza". Sexto lo hice en La Florida. Había comenzado la construcción del dique y mi madre fue trasladada a este sitio. Una vez que terminé la primaria, con muy escasos recursos, me mandó a vivir con unos tíos a San Luis, a la casa de Pedro Mallimacci en Sucre y Belgrano para que estudiara en la escuela 'Paula Domínguez de Bazán”, recordó.

 


“Al ser la mayor de los tres, sentía la obligación de ayudar económicamente en mi casa. La situación ameritaba que no descuidara a mi madre y mis hermanos. En 1965 me recibí y tuve mi primer trabajo como docente. Era una suplencia en la Escuela Unipersonal Nº 41, hoy "Ejercito Argentino", de La Florida. Por esas cosas del destino,  fui maestra cuatro años de la escuela de Balde de la Isla, el director era Humberto Vílchez. Después me salió una suplencia en El Morro, pero no estuve mucho tiempo", agregó.

 


 "Era muy incómodo. Vivía en la casa del director de apellido Silvera. Tenía que ir de La Florida a San Luis, después a La Toma, esperar que llegara un ómnibus de Merlo y me dejara en El Morro. Eran muchas  horas de viajes y era cansador”, señaló.

 


“Al poco tiempo, en 1973, me salió la suplencia en Alto Tavira donde el director era Gerónimo Quiroga de Nogolí. Tenía pocas ganas de ir, pero como me dijeron que era una hermosa estancia y que no me faltaría nada, me entusiasmé y preparé  mis cosas. Pero me llevé  una desilusión tremenda, no era nada de lo que me imaginaba. No había ni árboles, no teníamos luz, el agua se sacaba de una represa, eran puros corrales. Era todo muy distinto a lo que me había imaginado, para mí, un desierto”, dijo.

 


“La administraba Juan Menchini en representación de OC (Organización Cangiano) de Maipú y Junín. Era una estancia importante para la zona, y con un grupo de doce niños, hijos de los empleados y de la zona que recorrían ocho o más kilómetros a lomo de burro o a caballo. La situación no era de las mejores, faltaba, pedía largas licencias por enfermedad, la gente del lugar no estaba conforme con él. Hasta que un día don Juan fue a hablar con un señor de apellido Catalfamo en las oficinas de la Inspección General de Escuelas y al poco tiempo me nombraron directora. No sé dónde trasladaron a Quiroga”, reconoció.

 


“Volvía a mi casa cada quince días en el colectivo de Aldo Dasso que pasaba por Árbol Solo y seguía a San Francisco. Después al revés. Una vez en San Luis, había que esperar un colectivo de la TAC o de Maluff que pasara por La Florida. O tenía que esperar que alguien me 'levantara' en el camino y venir en lo que fuera. Me amargaba y sufría, no quería que mi familia me viera así. Todo era muy duro, era desgastante. El casco de la estancia estaba compuesto por una enorme galería, la cocina, las habitaciones que ocupaba la familia del encargado, de apellido Giménez, y mi habitación. Puerta de por medio estaba un aula donde funcionaba la escuela. Estaban las habitaciones de los dueños y por supuesto los grandes corrales, ése era el núcleo central de la estancia Alto Tavira, hoy 'El Silencio", recordó.

 


Señaló que la mercadería para los empleados la llevaba todas las semanas don Juan Menchini, su hijo "Peli" o alguno de sus empleados. A veces los proveían de agua potable que trasladaban en cisternas o recurrían  al agua de la represa. Además de ser salada, el líquido era crudo. La sacaban con tachos para colarla y llenar tinajas donde se mantenía fresca. “Creo que estoy inmunizada, nos servía hasta para bañarnos”, dijo.

 


Irma distribuía a los alumnos en un aula grande,  según su edad y grado. También había que cocinar y hacerse cargo de la higiene. “Era una vida muy sacrificada que a veces cambiaba cuando había una fiesta familiar donde se comía y bailaba con guitarras y bandoneón, hasta la madrugada”, afirmó.

 


Parecería que fue ayer nomás. La ex docente recuerda con detalles su paso por Alto Tavira, se emociona al rememorar a sus alumnos, vecinos y los viajes de ida y vuelta  a la ciudad de San Luis. “Chicha” cruza los dedos de sus manos, se acomoda en la silla junto a la mesa y dice tener cientos de anécdotas a las que siempre recuerda entre sus amigos o sus ex alumnos, que de vez en cuando aparecen por su casa.

 


“Para el Mundial de 1978, nos acercaron un televisor a batería para ver los partidos de la Argentina. No sabe como cuidábamos esa batería. Grandes y chicos, todos limpitos y educados y de todos lados se estacionaban frente al diminuto aparato. Era una gran alegría, son recuerdos imborrables”, destacó.

 


“La escuela más cercana que había era la de Árbol Solo. Su maestra, una señora de apellido Vega era de Nogolí. Con ella nos intercambiábamos poesías, guiones de comedias, canciones patrias, versos, todo lo que utilizábamos en las fiestas patrias. Era muy buena compañera, incluso cuando una de las dos venía a la ciudad por algún trámite, nos ayudábamos”, agregó.

 


“Cuando venía a mi casa era feliz pero me iba muy angustiada, a veces venía los viernes y el sábado tenía que volver a San Luis. Me quedaba en la casa de mi hermana, que vive en Los Inmigrantes y Segundo Sombra. Dejaba a mi madre muy sola, no tenía en que viajar. El colectivo de Aldo Dasso, pasaba por Alto Tavira los domingos, no podía faltar a la escuela”, aseguró.

 


“Irma cuenta que una vez junto a los empleados de la estancia fueron a una fiesta en El Espinillo, unos en sulky y otros a caballo. Cuando quisieron regresar con las primeras luces del día, el caballo que tiraba el sulky no estaba, se había vuelto a la querencia, nos queríamos morir", dijo con una sonrisa.

 


“El ómnibus era el único medio de transporte que pasaba por ahí. Al llegar, don Dasso hacía señas para que le trajeran un vaso con agua, le agregaba bicarbonato, nunca le pregunté por qué. En las épocas de lluvia al pasar por el río Nogolí que es muy peligroso, se bajaba, arremangaba sus pantalones y se metía en el agua iba y volvía hasta el medio del río. Ahí decidía si pasaba o no. Muchas veces tuvo que esperar horas que bajara la crece y poder cruzar. Dasso le conocía los apodos a todos, y cuando uno no tenía para el boleto, lo llevaba igual, después arreglaban. También le compraba revistas, diarios, remedios, alimentos, lo que fuera,  era una persona bondadosa muy querida por todos”, recordó.

 


En medio de la charla se le pregunta  por qué nunca se casó o tuvo hijos. Mira por sobre sus anteojos y dice: “Debo decir la verdad, tuve varias oportunidades, pero creo que el destino de docente me marcó. Dediqué mi vida a los niños".

 


El camino  que siguió en su vida nunca fue sencillo. "Una vez me dije, no soy capaz de adaptarme a vivir en el campo, no me gusta, lo hacía por ser docente nada más. Hoy como ayer, vivo con mi madre a quien nunca dejé sola. Me gusta mucho la parte social de la vida, integro el Centro de Jubilados de El Trapiche. Me siento bien haciendo eso y ayudo a mis sobrinos en todo lo que puedo. Lo único que les pido es que estudien. Aún jubilada, sigo siendo una maestra rural a quien le dediqué toda mi vida", señaló.

 


Dice Luis Landriscina: “La escuela, la escuela/ le había pedido hasta ese sacrificio, /que se quedase soltera/ porque precisaba intacto todo/ el amor que tuviera/para entregarlo a los chicos”. A pesar de los cambios que hubo desde que compuso ese poema, en el país todavía sigue existiendo maestras de campo que trabajan en localidades muy pequeñas.

 


La mayoría de las escuelas unipersonales o que no cumplieran con el mínimo de cupo de alumnos  cerraron. Fue en la época del gobernador Hugo Nicolás Eugenio Di Rissio. La de Alto Tavira no fue la excepción y "Chicha" pasó a estar en disponibilidad. Un año estuvo en esa condición hasta que fue nombrada en la escuela de El Trapiche como maestra titular, cediendo la categoría de directora.

 


Al poco tiempo  quedó nuevamente como directora, después iniciaron un censo para ver si cerraban los números de los alumnos de la zona para que fuera un establecimiento secundario y así fue. Trabajamos muchísimo para eso pero finalmente lo lograron. Así fue mi vida de docente.

 


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