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Arrancó la cosecha de soja

Por redacción
| 23 de abril de 2017
El ingeniero agrónomo Ramiro Goncálvez muestra cómo hace el control de cosecha, que mide la efectividad de la máquina al pasar por el surco.

Cuando marzo ya es un recuerdo lejano junto a los últimos calores del verano y abril se afirma en el almanaque, en los campos de todo el país comienza el movimiento grande de maquinaria agrícola y de camiones con enormes acoplados. Es un síntoma inequívoco de que comenzó la cosecha de soja, el famoso "yuyito" que tanto despreció (aunque fue su salvación fiscal) Cristina Kirchner durante su gobierno y que incluso desató un conflicto de proporciones con el campo debido a que es el cultivo que más divisas le aporta a la Argentina desde el exterior. Tanto que la soja es el único que todavía conserva retenciones a pesar de los guiños que le hizo Mauricio Macri a los ruralistas desde su asunción.

 

El campo se llama "Santa Teresita" y viene en franca recuperación. Pasó de 50 hectáreas agrícolas hace 3 años a tener 400 ahora.


San Luis no es la excepción. También aquí los campos sembrados con la oleaginosa ya están amarillentos y listos para la cosecha, que largó la semana pasada en varios puntos en los que la soja ya está en el esperado estadío R-8. La revista El Campo pasó un día entero en el establecimiento "Santa Teresita", en cercanías de Justo Daract, para observar los trabajos de recolección, hablar con Juan De Cicco, su propietario, y también con los peones que conducen las máquinas cosechadoras y que deben tener una coordinación perfecta para que la producción sea óptima y se aprovechen todos los granos posibles.

 



Un pedazo de historia

 


El campo de De Cicco queda en el paraje Villa Salles, en la entrada a Justo Daract por el oeste, muy cerca de la estación Avanzada del viejo ferrocarril San Martín, que ahora es parte de un enorme cementerio de vagones oxidados que dan testimonio del daño que recibió esta ciudad cuando en los '90 se decretó, con la anuencia de algunos gremialistas, los bombos de un periodismo adicto y el regocijo de los empresarios y sindicalistas camioneros que "ramal que para, ramal que cierra". Como buen pueblo ferroviario, Justo Daract y sus alrededores acusaron el golpe y hoy la zona tiene cierto aspecto fantasmal, con los trenes abandonados y las estaciones derruidas, como la propia Avanzada y, un poco más hacia el centro, el Paradero 656.

 


Apenas el paso perezoso de algunos convoyes del Belgrano Cargas rompe la monotonía en esas vías que le dan pelea a los yuyales. La chicharra suena a lo lejos, junto a la Cruz de San Andrés, en el cruce que marca la entrada a Justo Daract cuando llega un tren, avisando con su sonido más unas luces rojas intermitentes porque se trata de un paso a nivel sin barreras. Más allá, los viejos talleres que en sus años de oro emplearon a miles de obreros son mudos testigos de un presente cruel que se repite dolorosamente en varios pueblos del interior profundo de la Argentina.

 


 En medio de ese paisaje silencioso, en "Santa Teresita’" se respira expectativa y trabajo. Ya desde la entrada, antes de pasar por el frente del pequeño casco pintado de blanco, se divisa la polvareda de las máquinas yendo y viniendo por los lotes ocres y parejos. De Cicco cuenta con una cosechadora propia, una John Deere 1550 de 225 caballos que empujan abriendo melgas de este a oeste, paralelas a la Autopista de las Serranías Puntanas que está un par de kilómetros al norte. Mucho más cerca se divisa la silueta de la Zona Franca, con sus galpones y alambradas.

 


“En esta campaña sembré 400 hectáreas, 200 de soja y otras tantas de maíz, que voy a rotar religiosamente el año que viene porque es lo que más le conviene al suelo”, adelanta el productor, que también maneja una pequeña empresa de aplicaciones de fitosanitarios, por lo que de campo, herbicidas y nutrientes conoce bastante. De Cicco vive con su familia en Villa Mercedes, pero le pone varias horas al día al campo, con el asesoramiento del ingeniero agrónomo Ramiro Goncálvez, quien sabe que llegó la hora de la verdad para ambos, la de comprobar si la siembra fue en el momento justo, si el combate contra las malezas dio resultados y si los rindes van a colmar las expectativas de su cliente y amigo.

 



Control de cosecha

 


“Creemos que la soja va a andar en los 29 quintales por hectárea, un buen número para esta zona. Y después se vendrá la rotación sobre rastrojo, con algún centeno para hacer en el invierno que servirá de cobertura”, explica Goncálvez mientras supervisa el paso de la máquina y lleva adelante una tarea fundamental: el control de cosecha. Lo hará con un aro de hierro de 0,25 metro cuadrado de superficie, lo que representa el diámetro de 56 centímetros, aunque la medida es más casera: “Es la boca de un tacho de 200 litros”, dice con una sonrisa.

 


El ingeniero coloca el aro en distintas partes del campo ya cosechado con un único objetivo: saber cuántos granos hay en el suelo en esa superficie elegida de manera caprichosa pero efectiva. El procedimiento lo repetirá delante de la máquina, luego detrás y finalmente, cuando la detenga, justo debajo de la mole mecánica. “Hasta 10 granos en promedio es una cifra normal”, adelanta. En este caso merodea los 8, lo que representaría 32 granos por metro cuadro, o 32 mil por hectárea, unos 48 kilos de pérdida proyectando los cálculos.

 


Después se sentará a comparar esa cosecha indeseada con un programa que ideó un técnico del INTA-Manfredi (Bragachini), que dice que la pérdida debe estar por debajo de un quintal. “El 70% de la cosecha es del cabezal, que tiene más adversidades, y entre ellas perjudica mucho la humedad, porque las cuchillas empiezan a tirar y romper en lugar de cortar. El 30% restante es de la cola. Entonces hay que medir si hay soja caída de antemano, por ejemplo por efecto del granizo, y luego detrás y en el medio de la cosechadora para saber si está trabajando bien o hay demasiada pérdida”, agrega el profesional.

 


Claro que los 29 quintales surgen de un promedio, porque el campo también tiene un lote en una loma arenosa, donde la fertilidad es menor porque retiene menos agua. Allí el productor se la jugó con un verdeo, un centeno que evita que el suelo se "vuele" y que le dio un rinde medio de 22 quintales. De Cicco no duda en tomar riesgos cuando lo cree necesario, será que a los 37 años y en pleno crecimiento productivo cree que vale la pena jugarse por lo que siente que va a ser bueno para su campo.

 


La zona de Justo Daract es más generosa en cuanto a precipitaciones que San Luis, el sur o las serranías, se parece más a la Zona Núcleo, aunque sin llegar a esos rindes generosos que disfrutan Córdoba, Santa Fe o Buenos Aires. El cálculo es que el promedio de lluvias sube un milímetro por cada 100 kilómetros que uno avanza hacia el este. También tiene sus riesgos, porque el granizo es una amenaza constante. “El año pasado cayó uno tremendo mientras estábamos trillando, las pérdidas llegaron al 47%”, recuerda De Cicco con cierta amargura.

 


Otro problema siempre latente son las malezas, sobre todo el yuyo colorado, que suele hacer estragos en el este puntano, en toda la franja que va de Daract a Fraga. Pero el tratamiento que recomendó Goncálvez en pre-emergencia parece que dio buenos resultados, porque apenas asoman algunas plantas que rompen con cuadro totalmente amarillento que presenta la soja. “Cuando arranqué, hace tres años, lo hice con 50 hectáreas y una rama negra altísima que me quitaba mucha producción. Por entonces no me daba el cuero para hacer más, pero de a poco fuimos enderezando el barco, ganando terreno con los cultivos y mejorando los rindes”, cuenta el productor mercedino, que de todas maneras no es el dueño de todo el campo, que alguna vez a principios del siglo XX perteneció a su abuelo Juan Carlos Torgnielli. Parte tienen sus tías y él se la alquila por un porcentaje, en una jugada que inició hace poco tiempo tras el paso de algunos inquilinos que no dejaron nada bueno para la tierra castigada.

 


Inquieto, piensa a futuro agregar algo de ganadería para hacer un pequeño engorde. Ya tiene los corrales, le falta lanzarse a la compra de terneros, un trámite que hará a la brevedad en algún remate de la zona, seguramente allá por Buena Esperanza, donde hay hacienda de primer nivel.

 


“Los granos ya los tengo para alimentar a los animales”, asegura con entusiasmo. También se acogió a un plan del Gobierno para tener luz. Se llama "Mi energía rural" y le permitió instalar una pantalla solar que le permite contar con electricidad en la antigua casita y hasta poder ver televisión cuando debe quedarse de un día para otro por cuestiones laborales.

 


Pero hoy el objeto de su desvelo es la soja y para ello ve pasar desde su camioneta a la cosechadora y al tractor con la tolva, que maneja Javier y espera paciente la señal del conductor de la máquina (puede ser por handy, con un guiño de luces o levantando el pico de descarga) para acercarse por la izquierda y recibir los granos ya limpios de todo vestigio de la planta. De Cicco lleva adosado detrás de su vehículo un tanque con combustible para repostar tanto la cosechadora como el tractor. Este cronista se subió a la cosechadora para recorrer un par de surcos gracias a la gentileza de Juan, su conductor, y conocer por dentro este trabajo que requiere de paciencia, algo de estrategia y ojos resistentes al polvillo permanente que levantan las cuchillas.

 


Sentado junto al chofer es posible observar que todo lo maneja con las manos: la derecha sobre los controles de velocidad y la izquierda aferrada al volante. “Hacemos unas 25 hectáreas por día en promedio, son unos 4.000 kilos recolectados”, cuenta Juan, quien lleva siempre derechita la plataforma de 7,50 metros de ancho. El recorrido es simple: parte un lote al medio y luego va cosechando hacia los costados hasta completar un cuadrado de generosas dimensiones dentro del lote. La compañía permanente de la máquina son dos perros del dueño de casa, incansables, que siguen el ritmo de las cuchillas, le chumban a todo lo que se acerca a 10 metros a la redonda y hasta se dan el lujo de cazar algunos cuises para ir manteniendo a raya el hambre en las largas jornadas de trabajo.

 


La cosechadora, que avanza a unos cinco kilómetros por hora, consume unos 12 litros de gasoil por hectárea, más otros 5 que se lleva el tractor, un gasto que también hay que tener en cuenta a la hora de hacer los números finales en un panorama de márgenes de ganancia bastante estrechos a pesar de la política amigable que hoy tiene el gobierno nacional con el campo. El maíz le insumirá aún más combustible, sobre todo el tractor, algo que tiene que ver con los rindes, que en el caso del cereal llega a los 10 mil kilos por hectárea, lo que implica más viajes y también más desgaste de todos los componentes mecánicos.

 


Mientras la cosechadora va y viene, en un extremo del campo espera un camión con dos acoplados para recibir los granos de soja y transportarlos. Primero hará un viaje corto hasta Justo Daract, para pasar por la planta de Compañía General de Granos, que tiene un galpón con básculas en la entrada del pueblo, a escasos metros de las vías del ferrocarril, o bien por las instalaciones De Petris. Después el destino final será el puerto de Rosario, donde la soja recibe agregado de valor antes de salir rumbo al exterior, o la Aceitera General Deheza (AGD), en Córdoba. El maíz, cuya cosecha comenzará una vez terminada la de soja, tendrá un recorrido más corto porque De Cicco tratará de venderlo en Diaser, que lo utiliza como materia prima del biodiesel, o bien probará suerte en la nueva planta de acopio que tiene la AgroZal en la entrada de Villa Mercedes, donde el Gobierno prometió condiciones especiales para los productores de San Luis, además de un buen proceso de secado y acopio.

 


La soja que está cosechando la máquina por estos días, siempre que la lluvia le permita transitar el campo porque con barro es imposible, fue sembrada entre octubre y noviembre, un poco después de lo que se acostumbra en la Zona Núcleo, al este de Justo Daract. Es que aquí hay que calcular bien lo que puede pasar con las heladas, tanto las tempranas con la planta en sus primeros pasos de desarrollo, como las tardías, que comienzan a caer recién empezado el otoño. El maíz también tiene sus tiempos: el de primera se siembra a mediados de noviembre, mucho después de la implantación en la Zona Núcleo (entre setiembre y octubre) y el de segunda, considerado "tardío" en San Luis, en diciembre tras algún cultivo de invierno, cuando más al este reina el conocido como de "segunda", que llega a la tierra casi siempre después de un trigo, un cultivo que por aquí no está tan difundido.

 


Como en todos lados, también hay que mirar al cielo y esperar una mano de las lluvias. En Justo Daract el promedio histórico anda en los 650 milímetros, aunque fue escasa esta campaña entre diciembre y febrero. “Recién a partir del 25 de marzo cayó bastante agua, unos 230 milímetros hasta estos días. El promedio anterior daba unos 70 por mes y hubiéramos necesitado al menos 100”, cuenta De Cicco con cierta resignación, sabiendo que lo que vino después mejoró los perfiles, aunque llegó algo tarde para los requerimientos de los cultivos.

 


“El momento más difícil fue a principios de febrero, cuando apretó la seca. Por suerte había reservas de agua, porque el cultivo se consumió el primer metro ya aguantamos con el segundo”, cuenta el productor, siempre bajo la atenta mirada de Goncálvez, que es quien se encarga de hacer esas previsiones en una zona donde todo se hace en secano y la napa se encuentra a unos nueve metros de profundidad. “Para sembrar es recomendable tener siempre dos metros en el perfil, y si no mayor cobertura para que el agua no se escurra. Uno tiene que elegir el camino y darle para adelante, porque si sembrás más tarde resignás rinde por menos luz”, agrega el ingeniero agrónomo.

 


La tarde cae a buena velocidad, con el sol iniciando la despedida hacia el oeste. Ya es hora de prender los focos de la cosechadora, porque el trabajo seguirá su curso un rato más, hasta bien entrada la noche. La soja espera el paso de la trilla y los granos se acumulan en la parte superior, listos para ser trasvasados a la tolva. Se inicia el tiempo de la despedida, pisando firme sobre los rastrojos que dan cuenta de que allí las jornadas se cuentan por hectáreas y quintales. Mañana será otro día y desde temprano volverán a rugir los motores. La cosecha de soja sigue su curso apañando expectativas, sacrificios y una buena dosis de esfuerzo. Como para siempre en el campo, donde la tierra entrega lo que la vida suele escatimar con avaricia. Porque el hombre rural se tiene que ganar todo a pulso, a él nadie le regala nada.

 


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