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Las futuras semillas ven la luz en Candelaria

La estación experimental de BayerLa invirtió U$S 5 millones para crear un centro de innovación tecnológica en el norte de San Luis. Llegó atraída por el agua y sus buenos suelos.

Por redacción
| 23 de julio de 2017

El vigor, la salud y el rinde de un cultivo dependen de múltiples factores. Cualquiera que esté vinculado a la actividad agrícola puede asociarlos al clima, al suelo o al devenir de una campaña. También a decisiones vinculadas con gobiernos y productores, a situaciones económicas, sociales, de mercado o referidas a la sanidad. Pero esos son ‘jugadores’ que entran a la cancha en el último tramo, en los meses en los que la planta comienza a surgir y a dar señales de vida. Hay otros ‘partidos’ que se juegan mucho tiempo antes, unos diez años inclusive. Son los que determinan la calidad de una semilla, que lleva infinidad de investigaciones y grandes cantidades de dinero invertido antes de salir a la luz y transformarse en un producto de mercado.

 

Para llegar al punto culminante de lanzar una semilla al mercado las grandes empresas recorren primero un largo camino. Monsanto no llegó a dar con la semilla Intacta, que tantas discusiones despertó en los últimos años por cuestiones referidas a los derechos de uso y las patentes, de un día para otro. Y así todas las compañías multinacionales, que deben ejecutar una y mil veces la ecuación ensayo-error antes de decidir que un producto está listo para ser presentado en sociedad.

 

Por eso la firma alemana Bayer inauguró el 17 de febrero de este año un centro de innovación tecnológica a un par de kilómetros de Candelaria, en el norte de San Luis, en un predio de perfil muy bajo que está sobre la ruta 79. Allí, durante largos períodos de tiempo, ingenieros agrónomos, profesionales y técnicos de varias ramas de la biotecnología estudiarán en profundidad el comportamiento de distintos eventos en estado celular para dar con las semillas que la empresa podría llegar a comercializar dentro de una década.

 

La inversión de la empresa alcanzó los cinco millones de dólares entre la construcción del edificio, el alquiler del campo por 10 años (tienen contrato hasta 2023 con posibilidad de ampliarlo) y la aparatología de primer nivel que instalaron en un predio que siempre estuvo en producción antes de convertirse en un laboratorio de ensayos, ya que su dueño explotaba el algodón, las hortalizas y algunas frutas de estación que suelen tener mucha calidad en el Departamento Ayacucho gracias al clima y a las condiciones de crecimiento.

 

La revista El Campo visitó los laboratorios de la estación experimental y realizó una recorrida junto con José Correa, el gerente, quien fue un buen anfitrión y trató de ‘bajar a la tierra’ conceptos técnicos muy complicados, que de otra manera serían muy difíciles de comprender por este cronista y sus lectores. La planta de Bayer es la tercera que abre en el país, luego de las que ya están en funcionamiento en la localidad bonaerense de Chacabuco y en Roque Sáenz Peña, en el Chaco. La elección de las sedes no es azarosa, porque Bayer investiga sobre todo para conseguir más tecnología en semillas de algodón y soja, por lo que elige ciudades relacionadas con estos cultivos.

 

“La empresa apuntó a un centro de multiplicación en contestación a eventos regulados de fase temprana, o sea nuevos. Son investigaciones minuciosas que nos pueden conducir a nuevos productos, pero que todavía están muy lejos de ser una realidad”, advirtió este ingeniero agrónomo correntino. Bayer tiene una red mundial de este tipo de centros de investigación, con sede en Estados Unidos, Puerto Rico y la Argentina, por lo que es todo un orgullo para Candelaria y San Luis que hayan sido seleccionadas para seguir ampliando el proyecto y que sea el primer sitio en Sudamérica dedicado a la investigación biotecnológica en aspectos agrícolas.

 

“Aquí las condiciones agroecológicas para la elaboración de semillas son las ideales. Tenemos una estación seca, agua de calidad y es una zona declarada libre del picudo algodonero, la principal plaga que afecta a ese cultivo, por lo que concentramos muchos estudios en ese aspecto, aunque también trabajamos para mejorar la genética de las semillas de soja, un sector en el que también hicimos una fuerte inversión”, agregó Correa.

 

Si bien detrás de las oficinas y galpones lucen unas prolijas parcelas cultivadas, la planta está muy lejos de apuntar a la productividad agrícola, aquí no interesan los rindes, ni el acopio de soja o algodón, todo es experimental, de laboratorio. “Es un centro de investigación, sólo hacemos evaluaciones”, dijo el gerente de la estación, quien es consciente de que “pueden pasar hasta 10 años para que algo de lo que estudiamos acá se convierta en un producto apto para salir al mercado, porque son eventos en fase temprana. Hay un dato aún más ‘desalentador’ para nosotros: el 99% de lo que investigamos queda en la nada…”, aceptó con una sonrisa.

 

En realidad, lo de desalentador es parte de la broma que juega Correa con el periodista, porque todo lo que se hace, termine sirviendo o no, es parte de un proceso progresivo: “Aún lo que después desechamos es investigación y avance, porque quiere decir que por ahí no iba el camino, alguien lo tenía que comprobar y para eso están este tipo de centros de innovación tecnológica”.

 

Los procesos investigativos de Bayer en Candelaria tienen una fuerte regulación de la Comisión Nacional de Biotecnología (Conabia), un organismo que se encarga de monitorear los avances que cualquier compañía hace en la Argentina en este sentido. “La Conabia depende del Ministerio de Agroindustria de la Nación y es muy estricta, estas semillas no pueden salir al mercado y nosotros debemos informar cada paso que damos en todas las investigaciones”, aclaró Correa. Técnicos del organismo nacional visitan cuatro veces al año la planta: en siembra, post siembra, cosecha y post cosecha.

 

Entre los estudios, incluyen mediciones de comportamiento de los prototipos de semilla ante determinadas situaciones como el ataque de una plaga, o un evento climático inesperado. También combinan herbicidas e insecticidas para comprobar cuál es la reacción. Dentro del plan de acción incluyen una buena relación con los productores locales, pero no con el mercado. “Estamos cerca para conocer sus necesidades, nos sirve para saber hacia dónde apuntar con los estudios”, dijo el ingeniero agrónomo, quien está feliz con el destino que le tocó para desarrollar su trabajo: “Pasé diez años en la planta de Cargill en Pergamino y otros diez trabajando para Monsanto. Ahora desde 2013, cuando entré a Bayer, estoy en Candelaria en el desarrollo de este proyecto, que recién abrió sus puertas este año, pero nosotros venimos trabajando desde el primer día”.

 

Correa aseguró que “es una labor muy silenciosa, que conlleva mucho esfuerzo y un control externo. Acá ensayamos para ver comportamientos y también por ciertos aspectos regulatorios. Trabajamos en el control de malezas para ver si surgen nuevos productos y también en el control de insectos para descubrir proteínas novedosas. Lo ideal es encontrarlas y aplicarlas en el mismo genoplasma para simplificar esos procesos”.

 

Hoy están más enfocados en la soja que en el algodón, pero ambos cultivos son de vital importancia para Bayer. “En soja, el cultivo es más voluminoso, tanto en superficie como en movimiento de dinero. Además tiene la condición de pionero, por lo que acumulamos más experiencia. El 70% de la inversión de tiempo y plata está puesto allí. El algodón viene un poco más atrás, pero también la empresa está apostando fuerte y espera dividendos a largo plazo”, explicó.

 

La planta ocupa 12 personas, todas de Candelaria y su zona de influencia. Diez de ellas tienen contratos temporales que son renovables, “pero en épocas de más trabajo, que son la de la preparación de la siembra y la de la cosecha, llegamos a emplear 18 operarios, a los que hubo que capacitar para garantizar la trazabilidad del producto”, contó el jefe de la estación.

 

El predio ocupa 40 hectáreas, con 15 bajo el sistema de riego por goteo, más otro campo exclusivo para el algodón, que tiene un manejo más delicado y particular: requiere más espacio porque según las regulaciones de la Conabia la distancia entre hileras en los ensayos debe ser de 800 metros, cuando en los de soja el límite a respetar es de tres metros. Algunos cultivos están en aislamiento físico en invernáculos, cubiertos por una malla antiáfida, que está especialmente diseñada para impedir el movimiento de los insectos pequeños.

 

El riego por goteo surge de 16 válvulas, que toman agua de una perforación a 100 metros: “Es muy buena, sin salinidad, fue uno de los aspectos que le llamó la atención a los directivos de Bayer y por lo que decidieron abrir un centro en esta zona”, aseguró el técnico antes de invitar a una recorrida por la superficie exterior. Allí hay parcelas de una hectárea que hoy lucen rastrojos de sorgo porque el campo está en receso. Es la época para sembrar trigo, pero exclusivamente de cobertura, ya que lo quemarán con la llegada del verano como parte del manejo. “Lo hacemos para tener lotes uniformes y más materia orgánica”, aclaró.

 

Correa y su gente también actúan en control de calidad, compartiendo tareas con una estación ubicada en Brasil para el caso del algodón, y otra en Estados Unidos, que se dedica a la soja. “La semilla que usamos es con germoplasma básico, de alta regeneración de plantas. Hacemos un proceso in vitro de evaluación. Y en cada selección tenemos un evento élite que avanza hacia el mercado y otro que denominamos back up, que también mostró un buen rendimiento y reemplaza al de élite en caso de una eventual caída”.

 

En la zona interna de la planta hay varias salas y un aspecto saliente: todo es tan prolijo, señalizado y limpio como en un quirófano. Hay una Sala Sucia a la que llega el material del campo, que contiene una desmotadora pequeña que puede recibir hasta 3 kilos de algodón y es exclusivamente para hacer pruebas. Hay otra más grande, marca Cherokee, que tiene 500 kilos de capacidad, más una clasificadora de semillas de soja.

 

A unos metros está la Sala de Deslinte, donde separan la pelusa de la semilla de algodón a través de un proceso químico con ácido sulfúrico diluido. Sobresale una ducha de emergencia, en la que hay que sumergirse en caso de producirse un accidente con el manejo del ácido. El espacio también cuenta con unos aparatos cuadrados que se asemejan a lavarropas y secarropas, que cumplen una función similar con las semillas, que son tratadas en bolsas de un kilo.

 

En una tercera sala hay dos incubadoras, una que realiza el test de frío y otra que prueba las semillas a 25 grados. “La primera simula una siembra temprana, donde la semilla encuentra humedad pero no temperatura, lo llamamos Cold Test y mide el aguante de la semilla en condiciones difíciles. Con el 70% de germinación ya es considerado bueno”, detalló Correa.

 

 

También hay dos cámaras de almacenaje que mantienen las semillas a 15 grados, limpias y frescas para que puedan ser útiles en la próxima campaña. Y un poco alejada del resto está la Sala de Manipulación Química, con una curadora de semillas que realiza su tarea a través de un proceso de peleteado con un cóctel de agroquímicos, con el cual controlan el sorgo de Alepo, la quínoa y el yuyo colorado, una maleza que cada vez ejerce más presión en todo San Luis. El proceso de la soja es más sencillo que el del algodón, sólo consiste en un trillado, la separación de restos de basura y el almacenaje.

 

“Contamos con un suelo arenoso, con baja proporción de materia orgánica”, cuenta Correa durante una recorrida por las plantaciones, que están detrás del edificio principal. Son micro parcelas de dos a diez metros cuadrados, prolijamente delimitadas y con cartelitos que indican de qué cultivo se trata, cuándo fue plantado y qué esperan de él. “Buscamos hectáreas uniformes, son las mejores para no tener ‘ruidos’ y poder así tomar mejor la información”, explica el ingeniero, que cuando se refiere a ‘ruidos’ habla de elementos distorsivos, que por pequeños que sean interfieren en la toma de datos: “Si las hectáreas son uniformes bajamos el nivel de error. Otro elemento útil es la repetición, actuamos en base a bloqueos si es que detectamos alguno”.

 

En la fase temprana de estudios, como pasa en Candelaria, hay pocas semillas. “Vienen de un invernáculo que Bayer tiene en Estados Unidos, acá hay que multiplicarlas, planear las nuevas evaluaciones con pruebas a escalas cada vez más grandes y, cuando el genoplasma que obtenemos es promisorio, pasamos a tener menos eventos y más parcelas para seguir avanzando”, describe el proceso.

 

Correa asegura que en la Argentina hubo eventos muy buenos en cuanto a tecnología de semillas, pero luego “terminaron mal por falta de protección”. Según su visión, “tienen que trabajar juntos los semilleros, los gobiernos y los productores, porque es la única forma de llegar a buen puerto y que se beneficien todos los sectores involucrados”.

 

En Bayer están ilusionados con la nueva Ley de Semillas que tratará el Congreso Nacional y dará un nuevo marco legal a un sector que arrastra viejos conflictos por el uso de tecnología pasando por alto el derecho que otorgan las patentes internacionales. “Si la aprueban, ayudará a que lleguen más inversiones y la cadena se retroalimentará sola, sin necesidad de que cada sector empuje solo”, auguró Correa.

 

Sobre el trabajo, aseguró que “siempre hay presión”, aunque en su caso no sea una cuestión comercial. “Tenés que elegir bien los lotes, no perder campañas, sacar semillas de calidad. Las autoridades de la empresa exigen resultados precisos, limpios, lo que no significa que siempre quede algo para la fase siguiente, porque descartar el 100% de un ensayo también es un resultado posible y positivo, que significa que hay que buscar por otro lado para seguir avanzando. Yo genero datos para que otros tomen las decisiones”.

 

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