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El algodón dejó de ser un cultivo marginal

La revista El Campo presenció un día de cosecha en un campo que está en el límite con Córdoba. Los rindes ya se acercan a los 5.000 kilos por hectárea y la superficie sembrada llegó a los cuatro mil. Hay una segunda desmotadora en proceso de armado y llegaron grandes empesas, motivadas por las condiciones de San Luis.

Por redacción
| 09 de julio de 2017
Horizonte blanco. La cosechadora atraviesa el campo en forma vertical y descarga en compactadoras ubicadas en los extremos. (Foto y video Marina Balbo)

Una recorrida por el corredor productivo que va de Quines a Candelaria, e incluso un poco más allá, bien al noroeste de la provincia, permite comprobar que el algodón está tiñendo de blanco grandes extensiones de tierra. Pero no será por mucho tiempo más porque el cultivo está en plena época de cosecha, por lo que por los campos salpicados de capullos transitan de manera incansable enormes máquinas que van tomando la fibra y las semillas, mientras dejan en la tierra los rastrojos que pronto deberán ser eliminados para evitar cualquier intento de aparición del picudo algodonero, la temible plaga que azota a vastas regiones del país pero que no ingresó en San Luis.

 

El algodón tiene un fuerte efecto multiplicador para la economía: usa más cosechadoras que la soja, demanda servicios y técnicos especializados en el cultivo.

 


Es más, la provincia tiene al Departamento Ayacucho con el codiciado estatus de “libre” de la enfermedad que acaba con la rentabilidad y el ánimo de los productores en Chaco, Santiago del Estero y otras regiones del NEA donde el algodón es un medio de sustento indispensable para gran parte de la población rural, por lo que no se pueden dar el lujo de que el picudo les arruine la campaña.
La revista El Campo le propuso al ingeniero agrónomo Jorge Soto Lutz conocer por dentro la cosecha de algodón, y poder describir cómo es que se transforma esa planta que ahora luce con un tallo y unas hojas secas y amarronadas siempre a punto de quebrarse, más allá del blanco del capullo, en un producto muy codiciado por la industria textil y las hilanderías. Y hacia allá fue este cronista embarcado en el auto del asesor privado de varios campos de la zona, entre ellos uno muy importante de Aceitera General Deheza (AGD), un gigante multinacional que tiene inversiones en el límite entre San Luis y Córdoba. Soto Lutz también brinda sus conocimientos a Navilli e Indara.
Pactamos un encuentro en la rotonda de ingreso a Quines, junto al mate gigante que es todo un símbolo de la localidad. De allí partimos por la ruta 20 como quien va hacia Villa Dolores, tomamos a la izquierda en Balde de Escudero por la 5b y luego cruzamos la ruta provincial 4 con destino final a Las Palomas. El campo de AGD, denominado Estancia Las Lomitas según el cartel de madera con letras blancas que está apostado junto a la tranquera, tiene la particularidad de que la entrada está pasando el arco fronterizo, por lo que ya es parte de Córdoba, cuya primera localidad importante es Los Cerrillos, pero la extensión serpentea a un lado y otro, compartiendo posesiones entre esa provincia y San Luis.
Una vez adentro, la multiplicidad de caminos de tierra en buen estado, con picadas y una repartija perfectamente legal entre monte nativo y agricultura, hace que uno se pierda y ya no sepa si eso es Córdoba o San Luis. Pero lo importante es lo que crece en esos lotes, que durante el año reciben maíz, soja, maní, papa o algodón, según las necesidades de la empresa, la época o la rotación que también realizan de los gigantescos pivotes de riego. Porque si algo sobra allí es eficiencia.
Soto Lutz, además de asesorar a los productores, trabaja para la empresa Gensus, que tiene su sede central en el Chaco y distribuye sus semillas transgénicas en toda la Argentina. Es una subsidiaria de la ex Genética Mandiyú, que perteneció al grupo Monsanto, pero ahora está afincada de manera firme en toda la superficie algodonera nacional. “Gensus multiplica su semilla en San Luis para sembrar en el resto del país”, cuenta el ingeniero agrónomo, quien nació en Tucumán, pero tiene un largo recorrido por diversas regiones, sobre todo en el norte, pero que al parecer encontró su lugar en el mundo en Quines. “Estuve 10 años en el chaco salteño, otros diez entre Resistencia y Villa Ángela, pero desde que llegué a San Luis todo cambió para mí. Acá encontré tranquilidad, un buen ambiente para desarrollar mi trabajo y la familia está feliz. Regresé por dos años al Chaco, pero mi mujer no quiso saber nada con quedarse, me dijo que ella se volvía a Quines, que yo hiciera lo que quisiera”, agrega con un toque de intimidad y reconocimiento a lo que representa esta provincia para él y los suyos.
Son 50 kilómetros casi los que hay que recorrer para llegar a Las Palomas, por lo que el viaje transcurre entre recuerdos y datos técnicos muy interesantes sobre lo que representa el algodón para la economía de los productores y de toda una región. En San Luis es relativamente nuevo el cultivo, no lleva más de 15 años, pero hay empresas grandes involucradas tras el puntapié inicial que dio Puramel. “Cuando llegué en 2004 había algunas pruebas de algodón, lotes pequeños, ninguna gran extensión. Los primeros fueron La Blanca y Puramel, después se agregaron AGD, Navilli e Indara, entre otros. Hoy hay 4.000 hectáreas de algodón en el norte de San Luis, de las cuales AGD está haciendo unas mil en esta campaña que está por terminar”, dice Soto Lutz.
Hay cuatro variedades de semilla de algodón en el mercado: NuOpal, DP 1238, DP 402 y Guazuncho. La más sembrada en San Luis es la NuOpal, porque es más plástica que las demás, aunque la que demostró ser más productiva es la DP 1238. En AGD optaron por la primera y están conformes con el rinde, que se acerca a los cinco mil kilos por hectárea. Nada que envidiarle a las principales zonas algodoneras del país.
“Es una provincia con todas las condiciones para tener grandes campañas. Todo ayuda a un buen crecimiento, el clima, el suelo y la sanidad, ya que es zona libre del picudo algodonero, lo que permite conseguir mejores precios y no perder rinde. Además, como se trata de un cultivo intensivo, requiere de riego permanente y el corredor productivo Quines-Candelaria lo tiene, con agua de primera. El algodón necesita poco agua para producir, pero mucha, más de 800 milímetros, durante el ciclo completo”, reconoce el asesor y guía de la revista El Campo.
Las ventajas climáticas del norte de San Luis son muy valiosas respecto a las principales zonas algodoneras del país. Es cierto que aquí hace el mismo calor que en el Chaco o en Formosa durante los días de verano, pero la clave es la amplitud térmica que otorgan las noches frescas, además de un sol mucho más benigno que el del noreste argentino, que directamente calcina ante la exposición directa. Además, San Luis tiene una buena disponibilidad de energía, un elemento vital para un cultivo intensivo, gracias a la ampliación de la estación transformadora de Luján y una nueva línea eléctrica que abastece a la zona rural de Candelaria. Y por si fuera poco, el suelo está libre de hongos.

 

Agregado de valor
—¿Por qué hay más desarrollo del algodón en San Luis que en La Rioja, que tiene más hilanderías?, preguntó este cronista.
—Porque allá el agua es más salina y el calor no da respiro por las noches. Por eso los inversores prefieren los campos de San Luis, aseguró nuestro compañero de ruta. 

 

El algodón tiene dos mercados, por un lado está la producción de fibra y por el otro la de semillas. Para lograr la fibra es necesario pasar el producto cosechado por una desmotadora. La provincia tiene una en funcionamiento que es propiedad de Puramel y otra, más grande, que están armando en un galpón a la vera de la ruta 79, que pertenece a un industrializador, quien ya se aseguró que firmas como AGD e Indara lleven allí su producción para poder separar la semilla de la fibra, que es lo que se vende a las hilanderías. “Acá la mayoría de la fibra va a fábricas de La Rioja, pero las más grandes están en Chaco y Corrientes, firmas como Mandiyú, Tipoití y Alpargatas acaparan mucho algodón”, asegura Soto Lutz.
En las cuatro mil hectáreas que tiene San Luis destinadas al algodón se produce muy buena calidad, tanto de fibra como de semilla, que tiene multiplicadores importantes en AGD y Puramel. La semilla tiene un recorrido distinto al de la fibra. La mayoría viaja al Chaco para ser procesada y luego sembrada en la próxima cosecha. Y lo que no se usa va con destino al consumo ganadero en forma de forraje. Los principales compradores son los tambos y los feedlots, porque es un producto de mucha riqueza energética dentro de los preparados para los vacunos de cría.
El algodón es un cultivo excelente para toda la economía de la provincia, por eso San Luis viene creciendo tanto en superficie, como en calidad. “Tiene un efecto multiplicador. Requiere de más cosechadoras que la soja, por ejemplo. La cuenta es sencilla: cada 60 hectáreas de la oleaginosa necesitás una máquina, para el algodón esa misma superficie debe ser cubierta por cuatro. Además constantemente demanda servicios de flete, porque es un producto que tiene mucho volumen y poco peso. Y está la cuestión técnica, para ser eficiente en el cultivo de algodón tenés que tener muy buenos profesionales, porque es una planta que necesita cuidados extremos para poder desarrollarse”, pinta el panorama el ingeniero tucumano.
La cosechadora no es una máquina como la que se usa para levantar soja, trigo o maíz, a la que basta cambiarle el cabezal para que cumpla su función. Es un gigante especializado en algodón, con cuchillas especiales, un espacio en el que se van acumulando los copos mientras la planta queda en el suelo en forma de rastrojo y un sistema de descarga que también es único, ya que lo cosechado termina en una compactadora de grandes dimensiones.
Para observar el proceso nos internamos en el campo de AGD. Tras una consulta con los ingenieros de la empresa, logramos el dato de que van a comenzar a cosechar el lote 29, uno de los más alejados, pero recién 12:30 porque fue una mañana con rocío y las máquinas no se pueden meter en el lote hasta que esté totalmente seco. Cuando llegamos hay tres operarios en una camioneta, pero las cosechadoras recién hicieron su entrada unos 20 minutos después. El sol apretaba fuerte, lo que era un guiño del clima para este final de campaña, que viene con los tiempos muy justos, no tanto por el algodón que falta cosechar, sino por el trigo que espera para la siembra y no debe retrasarse.
“Después del algodón hay que sembrar trigo, por lo que la ventana que nos queda es muy pequeña, debemos terminar de levantar todo lo antes posible”, avisa Soto Lutz, quien no supervisa la cosecha, eso lo hacen los ingenieros propios de AGD, sino la recolección de semillas que su empresa luego enviará al Chaco.
Tiene razón en cuanto a los tiempos, ya que en algunos lotes ya cosechados el trigo asoma entre los rastrojos, mientras que otros están completamente verdes. “La secuencia es siempre la misma: algodón, trigo, maíz y de nuevo algodón. Es una manera de mantener los nutrientes del suelo, ayudar a combatir las malezas y ser eficientes con el riego, porque al servicio de energía hay que pagarlo igual, entonces las empresas tienen que tener los pivotes siempre ocupados para no desperdiciar tiempo ni esfuerzos. Llevan los pivotes al trigo en invierno, al algodón en primavera y al maíz en verano, cuando más intensivo lo necesita cada cultivo, allí está el requerimiento hídrico”, agrega.
La maleza que se observa a simple vista es el cardo ruso, una bola de ramas secas que se mete en el cabezal de las cosechadoras y obliga a parar cada tanto para despegarlo y poder seguir rumbo a la compactadora. Pero no es el único, también hay bejucos y desde hace un tiempo el gran karma de la agricultura argentina: Amaranthus Palmieri, conocido popularmente como yuyo colorado. “Es un problemón, porque es resistente al glifosato y va creciendo en superficie todos los años”, dice Soto Lutz.
La ventana de siembra del algodón comienza en octubre y se extiende no más allá del 20 de noviembre. Es necesario que la temperatura del suelo supere los 15 grados para implantar la semilla. La floración tiene un pico a fines de diciembre y en febrero se produce el llenado de las bochas de fibra. A mediados de marzo hay que aplicar defoliantes para cortar el ciclo del cultivo y las hojas se tiran para hacer una cosecha limpia.
Y ese es el momento en el que estamos ahora, internados en lo profundo del campo de AGD. Las cosechadoras, que son cuatro, van segando las plantas de manera recta, porque así lo dispuso el ingeniero: “Otros prefieren cosechar en círculos, pero a mí me gusta así, es más eficiente. Además a los dueños les gusta tener una huella alta porque priorizan los equipos de riego. Lo que sí hago en círculos es la pulverización”.
Tienen una compactadora en cada extremo, donde dejan la carga de algodón una vez que el espacio está completo. Para cosechar, cuentan con un husillo dentado que gira y envuelve la fibra para separarla de la planta, por lo que lo que vuelcan es sólo semillas y fibras. En cada recorrida cargan 2.500 kilos aproximadamente antes de deshacerse del algodón. Para llenar una de las máquinas receptoras hay que hacer seis viajes. Cuando la máquina queda vacía, uno de los asistentes limpia las cuchillas si es que quedaron malezas y despeja el respirador del motor, que siempre queda lleno de polvo y hojas secas.
Mientras recibe el algodón, la compactadora lo va aplastando con un pisón compuesto por dos bases neumáticas que suben y bajan y recorren esa especie de contenedor gigante de punta a punta, que no tiene piso. Es indispensable aplastarlo al máximo, porque la gran contra es su gran volumen y el peso escaso, lo que complica el transporte. Pero la máquina lo compacta de tal manera que forma una pared, denominada módulo, que es un bloque blanco e imponente de 13 toneladas. Luego los operarios le pondrán por encima una lona, cuya tela también es de algodón para evitar la contaminación con otras sustancias, que lo protegen de la humedad.
“Es muy importante que no quede humedad adentro, porque eso fermenta, hace subir la temperatura y puede llegar a incendiarse el módulo completo. Además está el peligro en el momento del viaje en camión, hubo vehículos que se prendieron fuego porque el calor pega muy fuerte si hay humedad interna, esto puede superar los 40 grados”, advierte el ingeniero de Gensus.
Tras la cosecha, el paso por la desmotadora separa la fibra de las semillas y cada una toma su destino comercial. En el caso de la semilla, luego se hace un proceso de deslintado, que implica a través de químicos dejarla limpia para utilizarla nuevamente en la siembra y hacerle análisis para determinar la calidad.
 

 

 

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