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Los sin patria de Birmania y del mundo

Por redacción
| 13 de septiembre de 2017
Ilustración: Pablo Blasberg.

La crisis humanitaria de los rohinyás es una de tantas como han sucedido a lo largo de la historia, pero también es una de tantas que esperan ser debatidas en el ámbito profundo de los derechos humanos, como debió ocurrir en su momento con los armenios, como debió ocurrir con los gitanos, como debió ocurrir con los albaneses, con los judíos, con los palestinos. Y con cada etnia perseguida, por el hecho dramático de tener una sangre diferente, una cultura diferente, una religión diferente.

 

Un millón de rohinyás viven en Birmania, algunos desde hace generaciones. Pero los birmanos los consideran bangladesíes, lo que los convierte en la mayor población apátrida del mundo. La crisis actual, con más de 370.000 personas huidas al vecino Bangladés desde el 25 de agosto, se arraiga en la partición de las Indias británicas, que incluían Birmania y Bangladés.

 

¿Quiénes son los rohinyás?: Estos musulmanes sunitas hablan un dialecto de origen bengalí utilizado en el sureste de Bangladés, de donde son originarios. La mayoría provienen del estado de Rakáin, en el noroeste de Birmania, pero son apátridas porque el país les niega la ciudadanía.

 

La ley birmana sobre la nacionalidad de 1982 específica, concretamente, que solamente los grupos étnicos que puedan demostrar su presencia en el territorio antes de 1823, fecha de la primera guerra anglobirmana que llevó a su colonización, pueden obtener la nacionalidad birmana. Sin embargo, los representantes de los rohinyás aseguran que estaban allí desde mucho antes.

 

Miles de ellos huyeron del país en los últimos años para dirigirse a Malasia o Indonesia. Otros decidieron hacerlo hacia Bangladés, donde decenas de miles han huido desde que a finales de agosto estalló la violencia entre el ejército birmano y rebeldes rohinyás.

 

¿Cuáles son sus condiciones de vida?: Considerados extranjeros en Birmania, los rohinyás son víctimas de múltiples discriminaciones: trabajos forzados, extorsión, restricciones a la libertad de movimiento, reglas de matrimonio injustas y confiscación de tierras. También tienen un acceso limitado a la educación y a los otros servicios públicos.

 

Desde 2011 y la disolución de la junta militar que imperó durante casi medio siglo en el país, las tensiones entre comunidades aumentaron. Un poderoso movimiento de monjes nacionalistas no ha cesado de atizar el odio, considerando que los musulmanes representan una amenaza para Birmania, país con más del 90% de su población budista.

 

En 2012 estallaron violentos enfrentamientos en el país entre budistas y musulmanes que provocaron casi 200 muertos, sobre todo musulmanes. En octubre pasado hubo nuevos brotes de violencia: el ejército lanzó una gran operación tras el ataque contra puestos fronterizos perpetrados por hombres armados en el norte del estado de Rakáin.

 

Acusando a las fuerzas de seguridad de múltiples excesos de violencia, decenas de miles de civiles abandonaron sus poblaciones. La misma situación se repite desde agosto, pero incrementada.

 

Los ataques que provocaron la operación militar fueron reivindicados por el Ejército de Salvación Rohinyá de Arakan, un grupo que surgió recientemente ante la ausencia de avances por parte del gobierno birmano en la cuestión de los rohinyás. Una comisión internacional dirigida por el ex secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) Kofi Annan llamó recientemente a Birmania a otorgar más derechos a su minoría musulmana rohinyá, ante el riesgo de que ésta “se radicalice”.

 

La historia del opresor y del oprimido vuelve a repetirse, en Birmania esta vez. Y nuevamente aparece en el terreno de juego lo peor de la condición humana. La violencia, el sinsentido, la anarquía moral, la invisibilidad de la minoría, el autoritarismo. El mundo lo sabe. Algunas veces torna la vista hacia adentro, otras veces, mira hacia otro lado.

 

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