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"Todos corrían, mientras los edificios caían detrás"

Por Leonardo Kram
| 22 de septiembre de 2017
Cientos de voluntarios salieron a las calles a colaborar con las víctimas del sismo.

Gabriela, una argentina que sobrevivió al terremoto en Ciudad de México, contó a El Diario los minutos de terror cuando pasó el temblor.

 

El martes a las 13:15 Gabriela, una productora audiovisual argentina que hace cinco años vive en colonia La Condesa, Ciudad de México,  junto a su hijo de 2 años Valentín y su pareja Ariel, volvía de la guardería donde había dejado a su pequeño, por calle Amsterdam. Faltaban tan solo unas cuadras para llegar a su hogar, en un edificio de departamentos que queda en la misma arteria entre Sonora y Huichapan. Iba acompañada de una amiga.
“Está temblando”, exclamó su compañera. Gabriela le contestó que no podía ser, porque la alerta de una aplicación que hace un tiempo había instalado en su celular no se había activado, y en los últimos temblores siempre había sonado. Esta vez era distinto. 
“Tuvo una aceleración monstruosa, llegó muy rápido y fue muy violento. Fueron solo segundos, lo juro”, dijo la madre. Estaba en la esquina con avenida Parras. “Las líneas de electricidad se agitaban. Estábamos cerca de un transformador que empezó a zarandearse para caerse”. 
Gabriela -que pidió mantener en reserva su apellido-, decidió ir hacia el Parque México, un pulmón verde que calle Amsterdam rodea. Allí no había riesgo de que se le cayeran los cables encima. “Intenté correr, pero no podía, saltaba en el aire. Era como si el piso fuera un mar”, describió.  
Mientras emprendía su marcha con su hijo en brazos, notó que su amiga se había quedado atrás. Giró la cabeza. No fueron más de 15 segundos que la había perdido de vista. Impresionada, notó cómo el edificio de ocho pisos que quedaba en Amsterdam y Laredo se desplomaba sobre sí mismo, dejando una columna de polvo mientras desaparecía ante sus ojos. 

 


Para cuando había llegado al parque, a una cuadra, el temblor ya había pasado, no sin antes dejar un último coletazo. Ya más cerca de su hogar, vio cómo un edificio por Sonora perdía, como si fuera un acordeón, dos pisos de los ocho que tenía. Solo quedaba un armario roto, con ropa ajada como muestra de que allí había vivido una familia. En los pisos superiores al 6, los vecinos llamaban a gritos a la Policía. Las escaleras de emergencia se habían destruido; estaban atrapados. 
A pesar de la distracción, Gabriela nunca dejó de correr. “Lo único que pedía era llegar a casa y que el edificio siguiera en pie”, afirmó. Su familia fue afortunada. A la salida del edificio estaba su marido, su perro y la señora que los ayuda con los quehaceres diarios. 
“Había un olor terrible a gas”, describió. Muchos de sus vecinos estaban allí. Alcanzó a ver a una persona desnuda, a la que el temblor había sorprendido en la ducha. “El edificio se seguía resquebrajando  más y más , y decidimos ir al parque, al área de juegos. También ayudaba a los niños, que no entendían nada. Nadie entendía lo que había pasado. No podías creer lo que estabas viendo. Parecía una película: todo el mundo corría y los edificios caían detrás”, dijo la madre. Estuvieron allí una hora y media. 
El después del sismo no estuvo exento de terror. Gabriela y sus vecinos escuchaban cómo los edificios crujían y cómo otros gritaban por haber quedado atrapados. A eso se sumaban los rumores de que delincuentes en motocicleta habían comenzado a recorrer las calles.
Los ingenieros revisaron los cimientos de la torre en la que la argentina vivía. Las bases parecían no tener problemas. Una columna estructural se “ondeó”, pero el edificio no tenía signos de que fuera a caer. Dejaron entrar a las familias para que retiraran lo indispensable. “Los pilares no se destruyeron pero sí las paredes internas. Y mi casa está toda quebrada. No se puede vivir más”, afirmó. 

 


Su marido sacó el auto de la  cochera. Decidieron ir a la zona sur, llamada Lomas de los Virreyes. El teleférico que los llevaba quedó inhabilitado. Las calles, pobladas por la destrucción, conductores que huían de la zona de desastre y el Ejército y la Marina mexicana hicieron que un trayecto de no más de 10 kilómetros les llevara más de 3 horas. Se quedaron en la casa de una familia amiga, en donde por ahora descansan. 
“Perdí todo”, dijo con la voz quebrada Gabriela. “Pero lo único que me importaba era llegar al edificio y ver que estaban todos bien. Te das cuenta de que todo lo que trabajaste se quedó ahí, pero peor es que no estuviéramos. O peor es la gente que está metida en esos edificios”, reflexionó. 
“Es muy difícil pensar en frío”, dijo la mujer, mientras emprendía un viaje de regreso a la zona del desastre para ayudar en los centros de acopio, lugares en los que cientos de voluntarios colaboran con comida y otros víveres; algunos se animan incluso a ayudar en las tareas de rescate.  “Es muy complicado educar a un hijo con ese miedo continuo. No lo quiero llevar al colegio. Se cayó un colegio con los nenes atrapados”, concluyó.
En medio de la catástrofe, lo que más le sorprendió a Gabriela fue la enorme solidaridad del pueblo mexicano, que desde el martes salió a las calles para ayudar a sus caídos. “¡Si vos vieras la fila de gente que se presta a ayudar! Un montón de personas acercan comida en los centros de acopio. Hoy  (por ayer) en la esquina estaban haciendo un rescate y hacían señas con las manos para que la gente no hiciera ruido y los perros pudieran trabajar mejor”, describió. 
En los centros de acopio, en los que hay decenas de vecinos, se junta todo lo que pueda servir para las familias: herramientas, comida, artículos de limpieza, medicina y combustible. 
Las tareas ahora se destinarán a las ciudades que quedan en cercanías de la ciudad como Atlixco y Puebla. Gabriela contó cómo la gente aplaudía a los soldados que marchaban hacia los edificios destrozados y festejaban al llenar otro camión de provisiones de los centros de acopio. 
Las calles ahora estaban llenas de voluntarios, que en tablones improvisados recibían las donaciones. Gabriela vio lo mejor del espíritu humano, ante la ira inexplicable de la naturaleza. 

 

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