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La nena que tuvo que crecer a la fuerza

La vida sobre las espaldas de un grupo de chicos que hizo emocionar a todo el mundo y que mantiene algunas viejas manías.

Por Paola Duhalde
| 25 de septiembre de 2017

Por tercera vez termina de leer “Las venas abiertas de América Latina”, lo cierra. Toma otro sorbo de café y piensa si no debería volver al té de tilo y reemplazar el Nervocalm. Su hija, de melena abundante, que ya es una adolescente bien rebelde, vuelve con el mismo cuestionamiento de hace años: “Estoy harta de que la profe de Historia hable de mi tortuga en clase”. Para ella, Burocracia es el nombre del animal que vive con la familia desde que nació. Para distraer a su hija, y con la paciencia heredada de su padre, le propone cocinar juntas: “Hoy tomamos sopa”.

 

La escena, aunque es ficción pura y no está ubicada en ningún lugar determinado, será fácil de comprender para quien haya disfrutado de las viñetas creadas por Joaquín Lavado. Mafalda es inconfundible y aunque no se sepa nada de ella desde hace 44 años (la última se publicó el 25 de junio de 1973), bien puede imaginarse en qué puede andar la señora que ya superó la barrera de los 50.

 

Mafalda es una hija buscada: fue Mansfield, una línea de electrodomésticos, quien en 1963 la pidió a una agencia de publicidad. Y fue Lavado quien la creó, porque Miguel Brascó no aceptó por tener otros compromisos. Al final, la tira no salió y ocho bocetos quedaron guardados en un cajón hasta setiembre de 1964 cuando debutó en “Primera Plana”.

 

A partir de ahí paseó por dos publicaciones (El Mundo y Siete Días), pero es imposible contar cuántas ediciones, de las más variadas versiones, se hicieron alrededor del mundo: Japón, España, Francia, Grecia, Finlandia, Taiwán, Holanda, y siguen los lectores.

 

Contestataria es el adjetivo más repetido por la crítica y los adeptos a la hora de definirla, pero le queda corto. Fue una visionaria al decir que la televisión estupidizaría a los chicos, cuando ni siquiera había imágenes en color. Fue ternura pura cuando puso apósitos para “curar” al mundo. Fue cínica cada vez que su padre fracasaba en la guerra contra las hormigas. No tuvo piedad a la hora de criticar a James Bond. Y fue intransigente respecto de Los Beatles. Adoró y peleó, en la misma medida, a su hermano. Fue cómplice de su madre para evadir vendedores ambulantes y al mismo tiempo cruel para reclamarle su falta de expectativas personales. Se metió con Vietnam, Fidel Castro, la ONU y hasta los extraterrestres.

 

Pero Mafalda también fue lo que fue por los amigos que la vida le puso, pero que indefectiblemente eligió. Un soñador compulsivo, enamoradizo y distraído como Felipe. Una cursi, insoportable y atormentada Susanita. Un Manolito, inescrupuloso aprendiz de comerciante, a quien su padre maltrataba. Una Libertad chiquita y cruel que comía pollos escritos por Sartre (su madre era traductora francesa). Y un Miguelito indolente, lleno de preguntas sin respuestas, pero también sin fuerzas para saciarlas.

 

Completaba su familia un hermano que apareció con la tira publicada: apenas si hablaba, se declaró, con hechos, un asumido cultor del nudismo, adicto al chupete y voyeur de Brigitte Bardot.

 

Todos convivían en un barrio que podría ser cualquiera de una gran ciudad. Lleno de edificios, con calles cortadas, martillos neumáticos que taladran veredas, palomas en las plazas y niños que van a hacer los mandados. Alternaban vacaciones en la sierra o en el mar, tras montones de horas de viaje en tren. Quino tuvo que modificar su ritmo de trabajo según las exigencias y, honestamente, decidió dar un paso al costado en junio de 1973. "Me costaba mucho esfuerzo no repetirme, sufría con cada entrega. Cuando uno tapa el último cuadrito de una historieta y ya sabe cuál va a ser el final es porque la cosa no va. Y por respeto a los lectores y a mis personajes y por mi manera de sentir el trabajo decidí no hacerla más y seguir con el humor que nunca dejé de hacer", confesó tiempo después. Así, respetuosamente dejó de editarse periódicamente y tuvo algunas apariciones esporádicas en publicaciones especiales, generalmente por alguna causa benéfica o de concientización.

 

Ahora, en tiempo de redes sociales, proliferan memes e imágenes falsas con supuestas frases de Mafalda que enojan a los fanáticos, a quienes leyeron, hasta el hartazgo, uno por uno los cuadritos y se saben cada final. Más o menos lo que le pasaba al propio humorista cuando creaba la historieta.

 

Sociólogos, comunicadores y críticos trataron de explicar el éxito a través del tiempo, cuando Vietnam ya terminó, el feminismo adoptó nuevas formas y la carrera espacial está instalada. En conferencias aburridas, en charlas distendidas de café y en ensayos sobre el humor argentino hay una constante: fue Mafalda la precursora. Y no es de extrañar que los lectores más jóvenes encuentren referencias en las tiras más noveles que mejor no nombrar, para no herir susceptibilidades. Los lectores de 2017 saben poco y nada de Vietnam, las guerras cercanas son otras, la sopa viene en sobrecitos y los conflictos que les preocupan llegan en 140 caracteres. Sin embargo ven que el hambre sigue avanzando, los televisores son cada vez más grandes, aún les cuesta levantarse para ir a la escuela y para ellos los amigos siguen suendo lo más importante.

 

Para estos lectores, que quizás con la nostalgia de los años se sientan apasionados, hay una ventaja: pueden saborear y releer uno a uno los miles de cuadritos, sin tener que esperar la próxima edición. La tira está terminada, pero no importa, son jóvenes y tienen la vida por delante, como aquella chica que en el ‘73 se fue sin decir adiós.

 

 

 

Apuntes imaginarios sobre una reunión imposible

 

 

Mafalda

 

Repasa una vez más el listado de alumnos en consulta del viernes próximo y se siente satisfecha. A las 5 estará desocupada y podrá ir a buscar las bebidas. Revisa su teléfono, sólo hay algunos mensajes en el grupo “Volvamos a Woodstock” y se amenaza con abandonarlo pronto. Sube al auto, se coloca el cinturón, se mira en el espejo retrovisor y acomoda el peinado. Como todos los años, están todos convocados para la reunión, y aunque alguno falte sabe que aquellos amigos del barrio no necesitan excusas. Haber crecido juntos fue lo mejor que les pudo pasar. 

 

 

Felipe

 

Carl Sagan y Ray Bradbury descansan sobre el escritorio, justo al lado del estetoscopio. Mira su agenda y con un asterisco marca la fecha prometida. Mafalda lo llamó una vez más y él le dio la misma respuesta: “Sos una pesada, sabés que voy a ir a la cena”. Enciende un habano y sube el volumen de la tele. Se tira en el sillón y mira en el teléfono la cantidad de correos electrónicos que debe responder. Sonríe, se acomoda, cierra los ojos e imagina.

 

 

Manolito

 

Guarda las llaves del auto en el cajón y saluda al empleado que esta vez llegó temprano al bar. Se siente feliz porque al fin uno le hizo caso. Piensa que fue una buena decisión cambiar de rubro y que el almacén no daba tantas alegrías, aunque su padre seguro se revuelve en la tumba. Sonríe, un poco de gracia le hace la imagen. Y se acuerda que tiene que llamar al contador, “nunca me fue bien con los números”, se confiesa murmurando.

 

 

Susanita

 

“Yo ya no sé qué hacer, Ricardo. Que vos te hayas ido de casa no significa que te desentiendas de tus cuatro hijos. Ahora Federico se quiere hacer un tatuaje con el nombre de su novio, el último. Acordate que yo en octubre me voy con las chicas de yoga a un retiro en Mar de las Pampas. Y que el viernes 29 me junto con Mafalda y mis amigos, hacete cargo de una vez por todas, chau”.

 

 

Guille

 

Sentado frente a su computadora, con la tablet cerca y su cámara de fotos conectada, toma un café y piensa cuál es la mejor excusa. Sabe que su hermana se enojará pero no puede dejar el compromiso que lo tiene retenido en Bogotá ahora. “Te amo profundamente, sos mi ídola, pero tengo que trabajar”, eso le dirá. Sabe que ella le responderá con un insulto pero, como siempre, lo perdonará.

 

 

Miguelito

 

Nunca se acostumbró a la tecnología, pero esta vez el teléfono que tiene en la mano le sirvió para saber de sus amigos. Está decidido a volver a sus raíces. Siente que por algo lo buscaron y ya tiene todo listo para que atiendan desde mañana su puesto en la feria. Hace un par de años que practica kung fu y se siente más pleno. Revisa sus apuntes con el amplio repertorio de teorías que seguro a sus amigos les interesará oír.

 

 

Libertad

 

Mira el tablero: “On time”. Por fin parece que un vuelo cumplirá lo pactado. Cuando se recibió de traductora no sabía que pasaría tantas horas en el aire. Y piensa que es una ironía del destino, estar tan alto, para alguien que siempre estuvo tan cerca del piso. Mira hacia la derecha e insulta por lo bajo, uno por uno, a los que salen del free shop. Vuelve la vista a su libro: “El ser y la nada”.

 

 

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