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Una farmacia del siglo pasado entrega un poco de historia a los puntanos

Su segunda y más notable dueña le dedicó 61 años de su vida. Ahora su hija mantiene el legado intacto.

Por redacción
| 25 de septiembre de 2017
Adriana Camilletti -directora técnica de la farmacia-, y Marisa Alessandro, manejan el local que lleva 73 años entregando medicamentos en San Luis. Foto: Luciana Gismondi.

El humo dulce de palo santo envolvía la entrada de la Farmacia "Rivadavia", sobre la Vía del mismo nombre, en frente del Paseo del Padre. Ésa, que desde el 12 de febrero de 1965 le perteneció a Teodora "Nena" Auderut, boticaria de profesión y docente de 1º grado en la escuela Lafinur.

 

Éstas eran sus pasiones. En el recuerdo de su familia, de sus amigos, colaboradores y clientes, la "Nena" era divertida, amable, y muy activa. Y "era" porque hace 4 años dejó de existir, aunque sigue presente en cada rincón, en cada estante y objeto de la antigua farmacia que tanto amó.

 

En el 2007, Teodora puso la farmacia a nombre de uno de sus hijos: Marisa Alessandro. Que si bien no terminó su carrera como farmacéutica —confesó que no le gusta la química—, sí quiso seguir la tradición familiar y conservar el local hasta que alguno de sus hijos se quiera hacer cargo —aseguró que no los va a obligar—, o ella decida dejarla atrás.

 

Dos metros y medio miden los anaqueles del siglo pasado. Son de madera, con muchos cajoncitos y puertas vidriadas. Están llenos de remedios, perfumes y cremas. Esos muebles invaluables, más una balanza Berkel y los antiguos frascos de vidrio azul transparente con ribetes de oro, en los que venían los ingredientes para elaborar fármacos, son parte de las piezas históricas que exhibe Marisa en su botica.

 

La señora "Nena" ("como todo San Luis la recuerda", dice Marisa) estudió en lo que antes era la Universidad de Cuyo. Allí consiguió su matrícula de farmacéutica: tenía la número 12. Vivió un tiempo en Mendoza "porque ella quería estudiar medicina como su abuelo, pero no pudo".

 

Unos años después regresó a San Luis y comenzó a trabajar de su profesión en la farmacia de Jaime Miler y Federico Zirulnik. "Eso fue en abril de 1964, y un año después se la ofrecen en venta. Les dijo que no podía pagarla. Entonces le dijeron que confiaban en que sí iba a poder", recuerda Marisa.

 

"Los primeros registros en Salud Pública de la existencia de esta farmacia datan de 1944. En esa época no se hacían habilitaciones municipales. La inscripción fue el 16 de julio de 1952", rememora, con ayuda de los libros contables.

 

"Siempre acompañé a mi mamá en esto, toda la vida. Me acuerdo de que eran pocas las farmacias que habían en aquel tiempo, y se llenaban. Pensaba que no podría estar metida ahí con tanta gente adentro; eso me ponía nerviosa. Cuando dejé la facultad empecé a quedarme más y más horas en el local. Era lo que quería, y por eso me la dejó a mí", cuenta.

 

Entre unas tímidas lágrimas, Marisa describe el carácter de su madre.

 

"Era divina. Podés preguntarle a cualquiera. Era una mujer maravillosa, tan humana, buena, muy activa. Tenía 83 años y seguía haciendo cursos en la facultad. Era muy divertida, una mujer tan alegre. Siempre pintada, impecable, con una fuerza y un espíritu inquebrantables. Estaba enferma y sin embargo venía un ratito a la mañana, yo la iba a buscar y la traía. Siempre alegre, era muy raro que se enojara. Era tan buena", desliza con un suspiro final, como si no le terminaran de alcanzar las palabras para mostrar lo evidente: cuánto la ama.

 

De viejo poco, de nuevo todo

 

Aunque parezca una costumbre de antaño, todavía se fabrican medicamentos en las boticas. "Todavía se hacen preparaciones en esta farmacia. Tenemos un laboratorio, y somos de las pocas que aún realizamos algunos remedios. Mi mamá fue de las primeras en hacer preparaciones, y muchos de los chicos que las desarrollan hoy, aprendieron con ella", asegura Marisa.

 

"Hay algunas cosas que no se consiguen en cualquier farmacia, como la pasta Lassar que es para las paspaduras, o la pomada de Belladona, que se usa para las paperas y curar los sabañones —llagas que se hacen en la piel por exponerse durante mucho tiempo al frío—, pero nosotros las tenemos. A veces nos pasa que la gente piensa que porque es una farmacia vieja no vamos a tener productos que son nuevos y en realidad tenemos todo, lo viejo y lo nuevo. Vendemos desde la brocha para aplicar la espuma de afeitar, hasta las cremas para várices más nuevas del mercado".

 

En "Rivadavia" todavía se preparan antimicóticos, tónicos para la pediculosis, óvulos y hasta morfina y metadona como paliativos para el cáncer terminal. Ésos se venden con una receta especial.

 

De los años del siglo pasado aún quedan algunos clientes de "oro". "No son muchos porque ya no están, pero vienen sus hijos y algunas amigas de mi madre quedan, y hasta tienen cuenta que todavía es 'de palabra'", cuenta Marisa mientras entra una joven. "Sus abuelos, los Zavala, fueron grandes clientes, ella pertenece a la tercera generación", exclama.

 

Marisa reflexiona que "si algo nos diferencia de las otras farmacias es que nosotros escuchamos a los clientes, los aconsejamos. No trabajamos con si fuera un despacho de remedios".

 

"Este lugar siempre fue alegre, lleno de risas, mi madre fue la artífice de que así fuera, y creo que aún queda mucho de eso. Siempre fue una farmacia donde a la hora que vinieras te divertías", cierra la orgullosa dueña.

 

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