18°SAN LUIS - Sabado 20 de Abril de 2024

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“No tener sueños y estar muerto es lo mismo”

Un psicólogo que parece tener respuestas a todas las preguntas. El niño que quiso ser futbolista se convirtió en una de las personas más consultadas y leídas por los argentinos que buscan la felicidad. Ansiedades, miedos, inseguridades, frustraciones, enojos y deseos vistos por un hombre emocional y directo.

Por Miguel Garro
| 15 de enero de 2018

En la última Navidad, Bernardo Stamateas envió a todos sus contactos de WhatsApp un video junto a su esposa Alejandra en el que invitaba a recordar que el homenajeado de esa noche era Jesús. Y de paso lanzó una de sus clásicas frases, tan lapidarias como seguras: “La ley de la expectativa dice que cuando más esperamos, más vamos a obtener. Ojalá el año que viene podamos esperar cosas mejores de todo lo bueno que nos pasó”.

 

Cuando era un chico al que no le gustaba el colegio y vivía en el barrio de Flores, Bernardo soñaba con ser futbolista. En eso pensaba mientras pateaba la pelota en la pileta del Parque Avellaneda o jugaba a las bolitas o a las autitos rellenos con masilla en las calles de su barrio. “Nunca vi la droga o el alcohol en mi cuadra. Los valores que pregonábamos eran los de la amistad”, dijo el profesional en una charla exclusiva con Cooltura.

 

Hijo de padres griegos que primero tuvieron una zapatería y luego –cuando su padre contrajo asma y se tuvo que mudar a Floresta- un quiosco que abría a las 5:30 de la mañana y cerraba pasada la medianoche, Bernardo aseguró que tuvo una infancia muy linda y que el mandato progenitor era el común en las familias de entonces: que sus hijos estudien. “Mi padre me exigió que terminara el secundario, después podíamos trabajar o estudiar”.

 

Gracias a ese consejo –que también era una norma-, en cuarto año del Colegio Mariano Moreno, Stamateas conoció un profesor de Psicología que le hizo amar la profesión que eligió para estudiar “hasta el día de hoy”. A finales del año pasado, el psicólogo editó “La calma emocional”, un nuevo libro que ya está en todos los anaqueles del país y que, como los anteriores, va camino a convertirse un best seller.

 

 —De las tres cosas que propone superar en su nuevo libro (ansiedad, miedo, inseguridades) ¿Cuál es la que lleva más tiempo?

 

—El miedo es una emoción normal que sentimos frente al peligro. Todas las emociones son una voz; la tristeza es una voz que nos dice que hay una pérdida; la culpa es una voz que nos dice que transgredimos una norma que tenemos que reparar; el enojo es una voz que nos dice que hay un obstáculo que remover; el miedo es una voz que nos dice que hay un peligro y tenemos que hacer un plan. Entonces, el plan no es no sentir ansiedad o temor, sino administrarlo inteligentemente en el armado de un plan. Los humanos no resolvemos las cosas pensando, las resolvemos haciendo.

 

—¿Por qué en el libro dice que la ansiedad no es mala?

 

—Porque creo que a la ansiedad hay que ponerla dentro de un patrón. No sólo digo que no es mala sino que digo que es sana, cuando es una fuerza que me lleva de un punto a otro. Por ejemplo, si yo estoy en el aeropuerto tomando un café y anuncian la partida de mi vuelo, si me levanto y salgo corriendo, no está mal. Ahora, si al llegar al avión sigo corriendo, ahí nos encontramos con la ansiedad patológica.

 

—¿La inseguridad también es patológica?

 

—La inseguridad tiene que ver con la percepción de nuestras capacidades. Todos tenemos una manera de vernos, que es la suma de cómo nos ven y de cómo nos vemos. Esa síntesis es lo que llamamos al autoconcepto, que es cómo me veo, con mis fortalezas y mis debilidades. Si sólo veo las debilidades, me voy a parar en la inseguridad; si veo las fortalezas, me paro en la omnipotencia. La calma emocional se logra cuando me veo en totalidad, cuando sé qué puedo y qué no puedo hacer.

 

—¿Es más insegura una persona que, por ejemplo, ha sufrido un robo violento? ¿O eso está más relacionado con el miedo?

 

—Cuando uno sufre un robo violento se somete a una situación de estrés, de dolor que activa mecanismos normales de angustia, miedo, hipervigilancia. La persona que pasó por esa situación evita los lugares que le remitan ese hecho. Es algo que dura unos meses. La mayoría se recupera en el tiempo, solas. Otras no. Cuando perduran siempre es bueno buscar una ayuda terapéutica. Frente a un hecho violento, la persona siente que el mundo no es un lugar seguro, se derrumba la sensación de control y allí entra a jugar el miedo.

 

—¿Con qué está relacionado?

 

—Con no tener el control de las cosas. Un ejemplo claro es cuando voy a dar un examen y decido no presentarme porque creo que no puedo, que no estudié lo suficiente y pienso en que en los ante - riores exámenes me fueron mal. Tiene que ver con la autoestima, que es la percepción de nuestras propias emociones, cómo me siento yo conmigo mismo por el autoconcepto que construí.

 

—Estuvo varias veces en San Luis ¿Cómo describiría a su público?

 

—Recuerdo que es gente que tiene mucha alegría, personas cálidas con ganas de aprender. Las presentaciones y las charlas que hice allí fueron buenos momentos para compartir entre todos, pero sobre todo con gente contenta, con gente feliz.

 

—¿Qué es lo más conflictivo de la adolescencia?

 

—La adolescencia es una etapa de aprendizaje, de turbulencia. Es en una etapa intermedia porque el adolescente tiene conductas infantiles y conductas de adultos. Te dice “yo llego a la hora que quiero” y después te pide plata. Vive en el eterno presente, arma su autoestima en función de sus pares y, lo peor para nosotros, ya los padres no son los héroes, sino los villanos.

 

—¿Cuál debe ser la actitud de los padres frente a ese panorama?

 

—Es muy importante chequear quiénes son los amigos de nuestros hijos, nunca apuñalar la relación y tener abierto el diálogo. El gran miedo del adolescente es ser infantilizado, tenemos que ayudarlos a reflexionar. Lo mejor del adolescente es que arma un puente entre el presente y el futuro y los adultos tenemos que ayudarlos a que tomen decisiones que le hagan bien hoy y mañana. Cuando el adolescente toma decisiones definitivas, está entrando en el mundo de los adultos.

 

—¿Cuáles son las claves para enfrentar el año con optimismo?

 

—Diría que hay tres cosas. Primero, tener proyectos; grandes, medianos y chicos. No tener sueños y estar muerto es lo mismo. Pero los sueños no tienen que ser imposibles para no deprimirme si no los consigo, ni fáciles, para no creer que todo vendrá de arriba. El segundo punto es trabajar en equipo: en todos los trabajos nos contratan por nuestra capacidad y nos despiden por nuestro carácter. Hay que llevarse bien con los demás. Y el tercero es pararnos en nuestra propia fortaleza, gestionar bien lo que hacemos bien, aprender de las cosas positivas.

 

 —¿Por qué la mayoría de los deseos de fin de año se desvanecen tan rápido?

 

—Porque el deseo sin un plan es una ilusión. Para que haya un suceso tiene que haber un proceso. La suerte no existe en el sentido de “qué suerte que tuve”, que de golpe te cayó algo.

 

—Estamos empezando un año de Mundial de Fútbol ¿cómo deberían manejar la ansiedad los fanáticos?

 

—Hay algunos estudios que indican que en los países cuyos equipos juegan la Final del Mundial aumenta la tasa de infartos. Hay gente que no tiene proyectos personales y vive en función de otro. Está muy bien ser un hincha de la Selección, pero no hay que perder los proyectos personales. El deporte nos tiene que alegrar y entusiasmar pero no llevar a la violencia ni a la preocupación.

 

 —¿Cuál es el origen del enojo?

 

—El enojo es una emoción normal que tenemos los seres humanos. La violencia es otra cosa, es una conducta y es patológica. Con el enojo podemos hacer tres cosas: explotar, o sea sacarlo; implotar, o sea tragarlo y enfermarnos; o el camino saludable, que es poner en palabras lo que nos sucede y buscar una manera de resolver el tema.

 

 —¿Cuáles son las cosas que más enojan a los argentinos?

 

 —Nos enoja mucho la frustración, cuando nos dicen que no o nos cuesta lograr algo. Yo sostengo que la frustración no es mala si va combinada con el esfuerzo para resolver el problema que se presenta.

 

 —¿Está bien tenerle miedo a la muerte?

 

—El miedo a la muerte es el miedo a la vida. Alguien dijo que lo importante no es saber cómo vamos a morir, sino cómo vamos a vivir hasta ese día. El proceso de disfrutar de la vida y de darnos permiso para ser felices es uno de los grandes desafíos que tenemos. Hay que sacarse las culpas y disfrutar todo lo bueno que la vida nos da.

 

—¿Qué le hubiera dicho usted a los familiares de los tripulantes del ARA San Juan?

 

—Lo mismo que les digo a las personas que han perdido un ser querido. O mejor dicho, lo mismo que hago porque lo mejor es oír. El dolor es una pregunta que no tiene respuesta, no hay que explicar ni decirle nada al doliente. Tenemos que acompañarlos, hacerles saber que cuentan con nosotros para lo que necesiten. No hay una manera de hacer un duelo, cada uno lo hace como puede. El dolor es un camino que no tiene un tiempo. Lo importante es saber que no es un pozo.

 

—¿Sigue naciendo gente tóxica?

 

—Por supuesto. La gente tóxica son las personas que nos nivelan para abajo, nos meten miedo y nos meten culpa. Están en todos los ámbitos. En el laboral tenemos que aprender a usar las dos palabras más poderosas que hay, que son sí y no. En el familiar tenemos que ser más sutiles y enseñarles a los otros cómo queremos que nos traten. Todos tenemos rasgos tóxicos pero la gente tóxica es una manera de vivir, necesitan destruir la estima del otro para ellos sentirse bien.

 

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