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En las parcelas hortícolas también se cultivan historias

Las familias que trabajan en Villa Mercedes tuvieron que sobreponerse a tres granizos que destruyeron la cosecha. Pero no bajan los brazos y vuelven a apostar a la tierra.

Por Juan Luna
| 21 de enero de 2018
Guerrero. Fiel a su apellido, Humberto León pone la fuerza para proteger su tierra.

Al principio me desanimé, pero ya estoy de vuelta”, dice Matías. “No perdemos la esperanza”, agrega Humberto, y Rosa sentencia: “No vamos a bajar los brazos”. Hay dos opciones después de que se lo ha perdido todo o casi todo: una es rendirse y quedarse en el lamento de lo que pudo haber sido pero no fue. La otra es levantarse, sacudirse el polvo de la caída y seguir adelante. La segunda alternativa fue la que eligieron las familias que trabajan en el Plan de Parcelas Hortícolas en Villa Mercedes, después de que el granizo destruyera prácticamente toda la producción en la que trabajaban a sol y sombra desde hacía seis meses.

 

Detrás del edificio de la Escuela Técnica Nº 14 "Ministro del Superior Tribunal de Justicia Dr. Luis A. Luco", más conocida como “la agraria”, se esparcen las diez hectáreas que el Gobierno cedió a diez familias argentinas y bolivianas. El plan, que ya había iniciado su camino con otras doce hectáreas en la Escuela Experimental Sol Puntano en la capital de San Luis, busca recuperar la memoria productiva y hortícola que la provincia alguna vez tuvo y que perdió con el paso de los años. Pero sobre la tierra, además de semillas, están sembradas las ilusiones de los beneficiarios recientemente convertidos en productores. Y junto a las hojas que asoman entre las plantas castigadas por tres granizos, también nace una muestra de perseverancia.

 

Fue en julio de 2017 cuando las familias firmaron con el Estado el contrato que establece que pueden usar el terreno durante un año. El acuerdo dice que si saben trabajarlo, la Provincia buscará una forma accesible de venderles ese lote de una hectárea para que continúen explotándolo. De esa manera, además de generar trabajo y sumar una fuente de ingreso para los hogares involucrados, buscan reducir el precio que se paga por las frutas, verduras y hortalizas en las góndolas locales.

 

Medio año después, en una calurosa tarde de enero, los representantes de cada parcela están reunidos con su asesor, el ingeniero agrónomo Dixon Hidalgo. En una ronda improvisada bajo la sombra, debaten cómo seguir. El técnico les ha traído plantines de lechuga y pimiento para repartir y reponer algo del cultivo que la piedra dañó. Pero todavía quedan varios aspectos por delinear y definir: cómo organizar mejor el riego para que el agua llegue a todos los lotes es uno de los principales temas de la agenda. Porque en la producción no sólo importan las técnicas de cultivo, también hay otros aprendizajes que pasan por organizar, planificar, convivir con el vecino.

 

Después de la reunión, cada uno vuelve a su parcela para aprovechar las horas de sol que quedan. Algunos remueven un poco la tierra, otros desmalezan el lote y sólo algunos pueden levantar la escasa cosecha que sobrevivió. “El trabajo en la tierra es así, estás expuesto a que pasen estas cosas”, dice Rosa González, una de las beneficiarias. Junto con José Luis Domínguez, su esposo, siguen confiando en que su hectárea, en la que depositaron sudor y tiempo, volverá a dar los frondosos frutos que mostraba antes de que la piedra arremetiera contra todo.

 

La pareja tiene dos hijos adolescentes y supieron ganarse la vida a través de una verdulería. Pero al momento de ingresar al Plan Hortícola ya no tenían trabajo. Cuando recibieron la tierra, pusieron manos a la obra y todos los días llegaban al predio a las seis de la mañana. Primero hicieron los bordos, colocaron las mangueras del riego por goteo y finalmente lanzaron las primeras semillas para la temporada de verano.

 

“Teníamos la ilusión de tener una tierra para poder sembrar. Habíamos plantado toda la parcela con mucha variedad: sandía, zapallo, choclo, lechuga, remolacha, de todo un poco. Ya estábamos cosechando, vino la piedra y nos quedamos casi sin nada”, lamentó José, refugiado bajo las alas de un sombrero.

 

El hombre y la mujer se conocieron en Villa Mercedes hace unos 17 años, pero ambos nacieron en Mendoza, donde aprendieron el oficio de cultivar en chacras y viñedos. “Todo lo que es el trabajo en las vides, los frutales y las huertas, me encanta. Es lindo porque estás al aire libre y podés consumir lo que plantás, porque sabés que es todo natural, que no tiene químicos, sino solamente tu trabajo”, expresó Rosa.

 

Como algunos zapallos y remolachas se salvaron, el matrimonio no pierde las esperanzas y sigue en plena acción. Ahora prepararán el terreno para cuando llegue el momento de sembrar hortalizas de invierno, como cebolla, ajo y brócoli, entre otras.

 

Para Humberto León, otro de los beneficiarios, las pérdidas también fueron grandes. Es jujeño y tiene padres bolivianos. Cuando tenía 15 años, bajó desde el norte argentino y recaló en Mendoza. Trabajó en chacras y aprendió a amar la tierra. Cuando llegó a Villa Mercedes armó su vida junto a su esposa y sus tres hijos con las ganancias que le da su oficio de florista.

 

“Cuando me enteré de que estaba esta posibilidad, me interesó mucho y no lo pensé dos veces”, aseguró. Es que para el hombre de 45 años, el programa hortícola fue la posibilidad de reencontrarse con las labores en las plantaciones y sumar un ingreso más en el sustento de su hogar.

 

Por eso, con la ayuda de su hijo Cristian, de 23 años, había puesto todo su empeño en la huerta. Como es un trabajador independiente, puede disponer de su tiempo para dedicarle la mayor cantidad posible de horas a la siembra. Había plantado zapallo, lechuga, remolacha, choclo, berenjena, pimiento y papa, hasta completar toda la superficie de su cuadro.

 

Sin embargo llegó el granizo. “Las primeras piedras no hicieron tanto daño, pero la última, que fue hace menos de un mes, liquidó todo”, lamentó, mientras removía con sus manos los tallos que quedaron como testimonio de lo que hubo y que ya no está.

 

Luchador como su apellido, León no se da por vencido. Los zapallos y remolachas que había alcanzado a vender le sirvieron como muestra de que la frescura de sus hortalizas es una característica que los clientes saben valorar.

 

“Estoy esperando porque veo que algunas están rebrotando. Por eso no quiero mover la tierra aún. Pero si no se da, volveremos a plantar”, contó.

 

Al frente de la parcela de Humberto, Benito Arias analiza sus próximos movimientos. Con sinceridad, admite que el granizo no sólo golpeó sus cultivos sino también su autoestima. “Me desanimé mucho y dejé de venir unos días. Pero volví y ahora estoy esperando que reaccionen las plantas, no sé si hacer otra siembra o esperar al invierno”, confesó.

 

Por la época, no hay demasiado tiempo para intentar nuevos cultivos estivales. La opción, explicó el asesor Hidalgo, es hacer especies de ciclos cortos que alcancen a desarrollarse en los meses de calor que quedan. De lo contrario, lo mejor es continuar con los que se dan en cualquier época, como la lechuga, o esperar hasta marzo y abril para empezar con los invernales.

 

Arias sabe que la tierra le dará más oportunidades, como se las ha brindado la vida. El muchacho nació hace 31 años en Bolivia, hizo varias escalas por Jujuy, Tucumán, Mendoza y Buenos Aires, hasta desembarcar en Villa Mercedes hace unos tres años. En la ciudad nació su hijo, de apenas un año y medio. Trabaja de albañil y cuando termina su jornada en la construcción, a las tres de la tarde, se dirige a su parcela y permanece allí “hasta que no se vea”.

 

“Este plan me interesó mucho porque yo había trabajado la tierra y lo que más me gusta es la actividad independiente”, relató, y dio sus motivos: “Si vos trabajás bien, obviamente vas a tener un buen ingreso. El crecimiento depende de cuánto esfuerzo le ponga uno”.

 

De los zapallitos de tronco que había plantado no quedaron más que rastros. Pero el sembrador tiene una ilusión que todavía lo motiva: “Sueño con ver el resultado de mi esfuerzo, ver que lo tengo ahí, que lo hice yo. Uh, eso me llenaría de emoción”, expresó.

 

En cambio, Matías Almanza tuvo un poco más de suerte, siempre y cuando se mire la mitad del vaso lleno. Tras la primera piedra volvió a sembrar y cuando llegó el segundo granizo logró salvar el 50% de su producción de lechuga. Dentro de unos días comenzará a cosechar de las cuatro variedades que probó: morada, crespa, repollada y rulito. “Son las que están más en el mercado. Algunas pueden salir un poco golpeadas y puede que haya pérdidas, pero otras van a andar bien”, anticipó.

 

Con eso, el joven mercedino de 36 años saldrá a intentar colocar sus productos en el mercado, algo que ya ha hecho antes. Es que en su experiencia como peón de campo aprendió a criar gallinas, chanchos, a trabajar en huertas, pero también a negociar con los verduleros para vender sus frutos.

 

Además, sabe que cuentan con otra posibilidad para competir. Si sus productos son de primera calidad, el Gobierno puede comprarle a través del programa “Mercado Puntano”, para hacer los bolsones económicos que tanto éxito han tenido en toda la provincia.

 

Al igual que el resto de los productores, Almanza multiplica sus esfuerzos y saca tiempo de donde no lo tiene. “Muchos nos bajoneamos con la piedra, pero estamos listos para dar batalla”, dijo.

 

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