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El rey de la cocina está en Los Molles

Es uno de los más jóvenes cocineros del Valle del Conlara. Prepara con responsabilidad los platos del menú del día. Es hijo de una peluquera y un docente rural. Tiene su propio local y fue jefe de cocina de varios restaurantes. Sueña con enseñar gastronomía y trabajar para un hotel cuatro estrellas superior. 

Por Johnny Díaz
| 26 de enero de 2018
Con el sueño cumplido. Ari Vila en el acceso principal de complejo "El Madero". "Sé que trabajaré en otras cocinas, pero no descuidaré nunca este lugar", asegura con sentido de pertenencia. Foto: Leandro Cruciani
Ari Gustavo Vila tiene 23 años, nació en Villa Dolores, Córdoba, es hijo de Laura Hernández (43), peluquera, y de un docente rural, Gustavo Vila (51). Creció como cualquier chico, con el amor de sus padres (es único hijo) y de amiguitos en El Guanaco, un paraje cerca de El Morro, San Luis, donde su padre ejercía su profesión.

Es hoy uno de los chef más importantes del Valle del Conlara y de la provincia, Comenzó su carrera junto a profesionales como el español Juan Lares y Joan Colles que no hace mucho tiempo, pasaron por el programa Utilísima y varias cocinas más de renombre internacional.

 

Hoy tiene su propio establecimiento en Los Molles, un lugar espectacular, cercano a la Villa de Merlo por ruta 1 y es muy conocido en la zona por la variedad de sus exquisitos platos.

 

El profesional de la cocina dice que en su infancia fue muy feliz pese a que en su casa no tenía agua corriente ni energía eléctrica. Recuerda que cuando era niño –en el invierno-, junto a sus amiguitos concurrían a la casa de doña Pochola, que en un brasero de fundición y repleto de brasas, preparaba choclos asados, mates de leche y después seguían jugando. "Es un recuerdo imborrable de mis años en ese lugar", destaca.

 

Sentado en una silla de su restaurante, cuenta su vida en El Guanaco. “En el predio de la escuela tenían una especie de salón comunitario donde se celebraban casamientos o cumpleaños. Iban todos, las fiestas duraban dos o tres días, comida nunca faltaba, las familias eran muy unidas”, recuerda.

 

“Una de las cosas que más recuerdo ‑agrega‑ fue cuando mi padre, que era el maestro de la escuela 'Teodoro Felds' de ese lugar, se contactó con el obispo de San Luis, monseñor Juan Rodolfo Laise, para que nos visitara y pudiera hacer la Primera Comunión y otros la Confirmación, y así fue. Víctor, Soledad, Martín, Matías, Yamila y yo, recibimos la bendición de Dios. Éramos una linda bandita de amigos muy unidos y ese día fue una gran fiesta”.

 

“Con el tiempo por cuestiones familiares, mis padres decidieron mudarse  a Tilisarao, mi padre siguió dando clases en El Guanaco, yo viajaba todos los días con él, no quería desprenderme de mis amigos, hice toda la primaria en esa escuela, siento orgullo por eso, mi madre que viajaba mucho representando a una empresa nacional  de belleza, instaló  una peluquería, 'Laura Hernández, Estilista Unisex'”.

 

Relata que en Tilisarao tuvo que armar un nuevo grupo de  amigos, y que se sentía muy solo. “Mis padres trabajaban todo el día entonces yo me tenía que rebuscar todo, andaba todo el día en la calle y cuando tenía hambre, volvía a mi casa y comía lo que hubiera en la heladera. No me quedó otra que aprender a cocinar. Primero un huevo frito, luego un bife... lo que hubiera yo lo hacía. De esa manera, comencé a tomar un gusto único por la cocina, sin querer y sin saber que con los años sería mi profesión”. El chef añade que si bien su familia es de origen vasco-francés, en su casa sólo hacían comidas tradicionales.

 

Reconoce que al ser único hijo, sus padres volcaban todo su amor en su crianza y enseñanza, sin descuidar que fuera una buena persona.

 

Con los ahorros de años de trabajo, los Vila compraron unos terrenos en Los Molles, una localidad de inigualable belleza natural, ubicada a unos 10 kilómetros de Merlo.

 

Así llegó una nueva mudanza. Un emprendimiento de cabañas fue el proyecto inicial que pusieron en un lugar que era puro monte y espinillo.

 

Ari había terminado la primaria y fue uno más en los trabajos del proyecto familiar. “Le ponía todo el empeño posible, cortaba el pasto, parquizaba, ayudaba a los albañiles y jugaba al fútbol,  pero mis padres me pusieron en órbita, tenía que estudiar y me mandaron a Merlo”.

 

“No pude cumplir el sueño de mis viejos, no era bueno con los libros, me mandaron a Villa Dolores, a la casa de mis abuelos maternos, Mirtha Baldini y Miguel  Hernández, que tienen talleres metalúrgicos y de máquinas agrícolas. Recuerdo que en esa casa todos los viernes se juntaban a comer chupines de pejerrey o de surubí, con mis primos aprendimos a asar corderos, chivos, lechones, y de estudiar nada, repetí  y mis padres  me trajeron de vuelta a Los Molles”, rememora una de las cuentas que le quedó pendiente.

 

“Una tarde me pusieron en vereda, como me gustaba el fútbol, me dijeron que estudiara un Profesorado de Educación Física en San Luis o Córdoba. No me gustaron las opciones porque sabía del sacrificio que hacían para que yo estuviera bien y la verdad me costaba desprenderme”, admite.

 

El nativo de Villa Dolores volvió a estudiar a Merlo en la escuela técnica "Arístides Bratti", a los 13 años. "Fue todo muy rápido, yo había terminado la secundaria con un noveno grado aprobado y me sentía capaz de más. Reconozco que era inquieto y travieso, propio de la edad. Estudiaba para maestro mayor de obras, la carrera era de dos años, mientras ayudaba en la construcción de cabañas, haciendo lo que podía, así siempre tenía para mis gastos”.

 

El joven chef hace un paréntesis en la charla porque un grupo de turistas espera en la puerta del complejo. Luego de atenderlos se mete de lleno en su actual oficio.  “En Merlo descubrí que había un lugar donde podía estudiar gastronomía, me inscribí y dos o tres veces por semana concurría, salía de la escuela y me iba a estudiar para chef internacional en el Instituto de Cocina Argentina (IGA), recibirme fue una gran alegría para mí y mis viejos. Había cumplido un objetivo”.

 

“Al poco tiempo ‑continúa‑, mi padre se enteró que un chef del programa Utilísima trabajaba en Cortaderas y  necesitaba un ayudante, no tenía trabajo y me probé. Un español, Juan Lares, jefe de cocina, me tomó una especie de examen y quedé. Trabajé en la cocina de Joan Colles en la 'Marisquería del Sol' una temporada y media, tengo muy buenos recuerdos de ellos, me enseñaron de todo, no mezquinaron nada, para mí fue un gran paso adelante”.

 

Los Molles invita a soñar, está enclavado sobre la ruta 1 muy cerca de Merlo. Allí se levanta el complejo de cabañas, restaurante, administración y casa de familia, al que le han llamado "El Madero". Ahí se forjan todos los sueños y se cristalizaron todos los esfuerzos de los Vila.

 

“En mi casa somos cinco personas, Liliana y mi madre se ocupan de la limpieza. También mi madre es sommelier y recomienda a los comensales qué bebida elegir de acuerdo al plato en cuestión, Cristian -que es de Mina Clavero- se sumó este año porque le gusta la gastronomía y tengo fe de que andará bien, mi padre como administrador y yo. Todos ponemos un poco para que esto sea un gran equipo”, aclara.

 

Dice que sintió que había llegado a un techo y se fue a probar suerte en otros lados. Estuvo en la cocina de Jorjo Fabrizzio y también fue jefe de cocina del hotel Casablanca, donde formó parte de un excelente equipo de trabajo. Tiene el orgullo de decir que en ese lugar se servían los mejores desayunos intercontinentales porque eso tiene que tener un verdadero hotel de categoría.

 

“Para eso hay que estar preparado, al pasajero o turista el almuerzo no le interesa mucho, pasa a segundo plano, por mucho tiempo fuimos los mejores, brindábamos un excelente servicio. En ese tiempo el gerente era Roberto Vivas, un santafesino que me enseñó mucho a trabajar en hotelería, porque el hotel y el restaurante son cosas totalmente distintas. Tenía 18 años y trabajaba para tres cocinas, incluido el aeropuerto de Santa Rosa donde atendíamos los servicios de catering”.

 

Ari es consciente que la gastronomía da la posibilidad de crear, inventar, participar, conocer el mundo. "Por eso quiero enseñar y que jóvenes como yo aprendan una profesión que es una de las mejores del mundo”, sostiene inflando el pecho.

 

Hoy, a los 23 años, quiere seguir progresando. Su intención es que "El Madero", que costó muchísimo esfuerzo, sea un lugar de referencia.

 

"Sé que en el futuro no muy lejano trabajaré en otras cocinas, pero no descuidaré nunca esté lugar. Mi sueño es trabajar en hoteles de cuatro estrellas superior, y mostrar lo que sé”.

 

Confía en que este año será el de grandes proyectos. Uno que quiere concretar es dar talleres de gastronomía. "Hay muchos jóvenes que quieren aprender pero no tienen la posibilidad. Me ofrezco a enseñar gratuitamente a todo aquél que demuestre verdaderamente que le gusta”. Otro objetivo es participar de un congreso de la materia en Indonesia.

 

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