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Justo Suárez, El "Torito de Mataderos"

El primer ídolo del deporte argentino nació en la noche de reyes en una humilde casa de un barrio porteño. Tuvo 24 hermanos. Peleó con los mejores de su época. Tuvo una chance mundialista y la perdió. La tuberculosis lo llevó a la muerte. Falleció abandonado por todos, sin dinero y sin la fama de otros tiempos.

Por Johnny Díaz
| 27 de enero de 2018
Rutina. El púgil argentino convocaba multitudes. Le ganó a los mejores y fue campeón argentino de los livianos. También probó suerte en Estados Unidos. Foto: Archivo

La historia dice que Justo Antonio Suárez fue el primer gran ídolo que dio el deporte argentino. Fue en la década del '30, en la que el mundo y la Argentina sufrían una de las tantas crisis económicas que se conocen. Tenía 24 hermanos y venía de un hogar marcado por la extrema pobreza. 
Nació en una humilde casa cercana a los corrales de Mataderos. En su infancia fue lustrador y vendedor de diarios y se ganaba otras monedas retirando la grasa liviana de las canaletas o "mucamba", como se la llamaba. De esa forma ayudaba con el pan de su casa que muchas veces faltaba.
Había nacido el 5 de enero de 1909 casi como un regalo de reyes para sus padres que veían cómo aumentaba la familia y las necesidades alimenticias.
A escondidas o no, Justito a los 9 años había comenzado a tirar los primeros golpes en un improvisado ring en los fondos de su casa de la calle Guaminí. A los 10 ya peleaba en cualquier lugar de Buenos Aires y las ganancias eran para su familia. En una oportunidad, y en una de las tantas peleas que hacía en la calle Florida, recibió el apodo que lo inmortalizaría: “El Torito de Mataderos”. Así lo bautizó el periodista Carlos Alberto Rúa.   
Su máximo logro como boxeador aficionado fue haber conseguido la corona sudamericana de la categoría pluma en 1926 repitiendo esa condición en 1927 en Santiago de Chile, pero en categoría peso ligero. A los 19 años logró la licencia como boxeador profesional. 
El púgil convocaba multitudes especialmente en el Parque Romano, en la vieja cancha de River. Su seguridad para caminar el ring, su velocidad y potencia rápidamente lo convirtieron en ídolo. Como aficionado ganó un campeonato de novicios, dos de veteranos y dos coronas sudamericanas.
Poco a poco, el boxeador estaba llegando al centro del país y sus peleas eran seguidas por fanáticos que le ponían toda la onda a sus combates.
Aquel pequeño niño de Mataderos había dado paso al hombre que se vestía con las mejores ropas, los perfumes más caros, se movilizaba en autos de lujo.  De su abultada billetera florecían los billetes por doquier. A esta  altura de su vida su figura estaba más cerca de los niños de bien que de los trabajadores con los que se codeaba en su infancia, aunque nunca los olvidaba.
Era como un cachetazo a las clases sociales de la época que veían en él cómo los “orilleros” se codeaban con los del “centro”.
Había nacido un ídolo y si bien su récord es envidiable, peleó en 29 oportunidades, ganó 24, perdió dos y tres combates fueron nulos. Siete combates fueron en Estados Unidos y uno en Uruguay. 
Justo fue formado por Diego Franco y en el final de su carrera lo entrenó Alberto Vélez, pero fue José “Pepe” Lectoure, tío de "Tito", quien lo llevó al estrellato. “Pibe, vos peleás a la criolla.  Tenés que aprender. Yo te voy a enseñar”, aseguran que le dijo. Y era verdad, el chico tenía un estilo sin estilo, decía la prensa porteña.
Debutó el 19 de abril de 1928 frente a Ramón Moya, al que lo derrotó por descalificación. En su segundo combate derribó once veces a Pedro Bianchi, que abandonó ante su superioridad. 
Julio Ernesto Vilas, periodista y destacado veedor de las más grandes organizaciones mundiales de boxeo, decía: “Después de sus dos ignotas presentaciones vinieron catorce peleas consecutivas en River. Doblegó a Julián Mallona, Fernando Maluf y Luis Maluf, Enrico y Victorio Venturi, (ambos italianos), Lou Paluso, Fred Webster y al español Hilario Martínez”.
“Al año siguiente, ante unas cincuenta y cinco mil personas (otras miles se quedaron sin poder ingresar) se enfrentó por el título argentino a Julio Mocoroa, el 'Bulldog Platense', a quien venció por puntos. Suárez definió la pelea en el último round en un combate muy parejo”, sostenía la prensa. 
Había quedado sed de revancha y ésta estaba programada para los meses siguientes, pero el destino le jugó una mala pasada a Julio Mocoroa. Cuando venía de La Plata, su ciudad de origen, conduciendo su auto hacia Buenos Aires para firmar el contrato de revancha, sufrió un accidente de autos, debió ser internado y operado. Murió luego de la cirugía. 
A esa altura de la vida, Justo Suárez se había casado con una joven y bella telefonista, Pilar Bravo, quien lo acompañaba a todos lados. Hizo una pelea más en la Argentina, fue con el chileno Luis Vicentini y viajó en barco a Estados Unidos a probar suerte y no le fue mal. Derrotó a Joe Glick, Hernán Perlick, Bruce Floywers, Ray Miller y Louis “Kid” Kaplan, un ruso que había sido campeón mundial en 1925. Así demostró en el país del norte, que era “torito en rodeo ajeno”. 
Volvió con toda la gloria y sus bolsillos repletos de dólares, los aficionados lo adoraban y todos hablaban de su trayectoria. Y él le devolvió el cariño y el afecto a su público peleando una vez más en River frente a Bruno Petraca, ganándole en un round. El 7 de marzo se presentó en el Luna Park ante el chileno Estanislao Loayza a quien venció por puntos en tres rounds. Otra vez expuso su velocidad y potencia. 
“Entre los presentes se encontraba el presidente José Félix Uriburu y los príncipes de Inglaterra Eduardo de Windsor y Jorge de Kent -padre de la actual Reina Isabel II y futuro Jorge VI- que lo aplaudieron de pie desde la primera fila cuando el árbitro le levantó la mano para declararlo triunfador”, señalan las crónicas de aquellos años.
El 16 de julio de 1925, Charlo, el popular cantante de tangos, grabó "Muñeco al Sueño", un tema dedicado al famoso púgil con letra y música de Modesto Papavero y Venancio Clauso. 
"El Torito de Mataderos"  retornó a Estados Unidos para combatir por el título del mundo, pero antes tuvo que enfrentarse a un viejo y aguerrido “probador”: Billy Petrolle, “El Expreso de Fargo”. La pelea fue en Nueva York y el argentino cayó en nueve interminables asaltos. 
El extraordinario boxeador norteamericano había sido demasiado para el argentino que tenía todo para ganar.
Fue el principio del fin.  La gran chance mundialista era sólo un recuerdo. Ya no sería rey de los livianos.
El dinero y la fama no eran obstáculos para su vida sentimental, se acababa de divorciar del “amor de su vida” y la tuberculosis no le permitía enfrenar con normalidad. Antes de retornar, hizo un combate ante Emil Rossi en agosto de ese año. 
Reapareció en Buenos Aires, siete meses después ganándole a Carlos Orlandini. 
Su enfermedad estaba haciendo estragos en su privilegiado físico. Él, de igual manera, continuaba entrenando en busca de otra oportunidad de primer nivel. Y en 1932, ya muy enfermo, enfrentó a Víctor “El Jaguar” Peralta, que lo derrotó sin esforzarse quitándole el cinturón argentino de los livianos. Aseguran que Peralta subió al ring con la consigna de no pegarle. 
Todo el estadio lloró la derrota del ídolo, hasta el mismo Peralta, que no festejó. Dicen que el público nunca le perdonó a Peralta haber derrotado al mimado por todos. 
El ocaso estaba cerca, la enfermedad lo "fajaba" y sacudía contra las cuerdas. Allí habría nacido la famosa frase “los amigos del campeón”. Esos que le palmeaban la espalda cuando estaba en la cima de la carrera y era un ganador. Esos mismos que desaparecieron cuando estuvo en el suelo o cuando empezó a quedarse sin dinero. Las luces de la fama comienzan a enfocar para otro lado. 
Pese a todo hizo una pelea más, fue con Juan Bautista Pathenay el 5 de octubre de 1935 en el famoso Parque Romano. 
Fue declarado nulo. Después ambos serían descalificados por las autoridades del boxeo argentino por entender que la pelea había sido “arreglada”. 
Aseguran que José Cardona, pionero en llevar estadísticas de boxeo en el país, afirmaba que Justo Suárez noqueó en tres asaltos a Esteban Zoquett en Junín, Buenos Aires, antes de su pelea con Pathenay. Nunca se pudo confirmar el dato.
Existen dos versiones de su paso a la inmortalidad. La primera dice que una hermana lo llevó –con la poca plata que le quedaba- a Cosquín, Córdoba, donde murió en extrema pobreza después de tres años de agonía. La otra es que fue encontrado agonizando en la casilla de un sereno del parque Sarmiento, en Córdoba. Lo que no está en discusión es que murió el 10 de agosto de 1938. 
Un hecho que quedó para siempre en la historia del deporte ocurrió cuando el cortejo fúnebre iba al cementerio de La Chacarita. Una multitud tomó el cajón y lo llevó hasta el Luna Park para darle el último adiós en el lugar en el que se habían escrito varias páginas del boxeo argentino.
“Torito”, uno de los cuentos más famosos de Julio Cortázar escrito en el libro "Final del Juego", está dedicado a él. Cortázar era uno de sus más fieles admiradores y sintió su muerte como pocos. 
Una de las calles que rodean al estadio de Nueva Chicago, en su ciudad natal, lleva el nombre del boxeador.
Nacía un ídolo, el primero de la historia del deporte argentino. Había ganado todo a los golpes arriba y abajo del ring. Las masas sociales lo admiraban y se identificaban con su triste historia. De la miseria absoluta subió al peldaño más alto del estrellato y como vivió, bajó a pura velocidad hundiéndose en la oscuridad absoluta. 
Una tuberculosis terminó con su efímera vida, sólo tenía 29 años.

 

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