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El campo necesita urgente cambios y soluciones

La coyuntura climática, sumada a los desaciertos propios, están generando una nueva crisis en el sector agropecuario. Y mientras el campo en su conjunto observa cómo se viene la crisis que podría evitarse si se tomaran las medidas adecuadas, desde el sector político las respuestas no llegan o lo hacen de manera ineficiente y fuera de tiempo.

 

Si bien no podemos dejar de considerar que la autonomía del ministro de Agroindustria es baja y que buena parte de las políticas que benefician o complican al sector agropecuario no son decisiones que se toman en esa cartera, también es cierto que el ministro de Agroindustria debe buscar mecanismos que le permitan generar mejores condiciones para el sector al que representa. Y debe hacerlo dentro de un gabinete multifacético en representatividad e intereses sectoriales y personales.

 

La lucha contra la burocracia, ese gran monstruo que golpea a todo el funcionamiento del Estado y del sector privado; la necesidad de reducir regulaciones; la importancia de modernizar y eficientizar organizamos como el INTA y el Senasa; la generación de políticas de largo plazo; la promoción e incorporación de nuevos mercados y la recuperación de la competitividad son algunos de los objetivos centrales que declaman tener en el Ministerio de Agroindustria. Pero lo cierto es que hasta ahora no se han visto anuncios con beneficios concretos para el sector, más allá de las medidas tomadas al inicio de la gestión.

 

Como sabemos, el campo hoy tiene la ventaja de que el Presidente de la Nación, Mauricio Macri, considera que el sector es el motor de la economía. Que desde el campo se parte hacia una nueva Argentina, y eso debemos aprovecharlo. Pero para hacerlo necesitamos de la anuencia tanto del sector público como del privado. Uno marcando el camino y generando reglas claras, y el otro poniendo el trabajo y generando riqueza.

 

Sin dudas el momento central donde esta unión se pudo ver fue al principio del mandato del actual gobierno. Durante diciembre de 2015, cuando Cambiemos asumió, las medidas que se tomaron generaron muy buenas señales y la respuesta del sector no tardó en llegar. Esa comunión, entre gobierno y campo, entre política pública y trabajo e inversión privada, fue tal vez el mejor momento de la Argentina en la última década. Pero duró poco, y hoy pareciera que sólo queda el recuerdo y que otra vez vuelven a apilarse los problemas y la falta de soluciones.

 

Porque en definitiva, y pese a la eliminación (parcial) de las retenciones y a la unificación cambiaria, la realidad es que en política agropecuaria casi que no se cambió nada respecto de lo que se venía haciendo en años anteriores. Como ya hemos señalado en esta misma columna en varias oportunidades, la necesidad de concretar una política estructural y de largo plazo para el sector agropecuario se torna cada vez más urgente.

 

La importancia de una adecuada política agropecuaria

 

No pretendemos caer acá en la famosa dicotomía que enfrenta al campo con la industria. Pero la realidad es que las políticas agropecuarias que tuvimos históricamente posicionaban al campo en un rol equivocado. Siempre se lo miró como una fuente de generación de recursos fiscales, y muchas de las políticas que hemos tenido en los últimos 80 años apuntaban en ese sentido.

 

Si consideramos, por ejemplo, que hace ocho décadas venimos protegiendo al sector industrial con aranceles de importación, y el campo está en cero o en menos treinta, la política que tenemos es sin duda la de transferir ingresos desde un sector históricamente eficiente hacia el desarrollo de una industria que todavía no tiene la capacidad de exportar y menos la de competir con el mundo.

 

Si consideramos la manera en que se planteó el modelo de desarrollo industrial en nuestro país podremos observar que es inviable. En la Argentina, para exportar una cantidad determinada de productos industriales se necesita importar en un número de bienes considerablemente mayor. Si analizamos la balanza comercial, observamos que el déficit se repite en todos los renglones, con la excepción del sector agropecuario, que es el único que genera ingresos genuinos de divisas. Entonces, si queremos tener un crecimiento industrial necesariamente necesitamos una buena política agropecuaria.

 

Pero no sólo la “sangrienta” transferencia de recursos desde el agro hacia la industria afecta al campo. El sector además carga con la cruz de supuestamente no generar empleo y esto fue consecuencia de una construcción deliberada sobre lo que el campo representa y lo que debe representar. Esto también es culpa de la política, que nunca (o muy pocas veces) buscó defender a su verdadera “gallina de los huevos de oro”.

 

La discusión ya debería estar zanjada, pero si todavía queda alguna duda, la realidad es que, este es un sector que evidentemente puede contribuir a crear empleo, generar ingresos a la economía en su conjunto y a tener un país más equilibrado. Porque indudablemente en un país como el nuestro, el correcto desarrollo agroindustrial genera un adecuado desarrollo territorial.

 

Entonces, cuando algunos pensaban que el sector no tenía una política pública, tal vez la realidad es que la política estaba bien construida para los intereses de algunos en desmedro del esfuerzo de otros.

 

Una famosa frase que muchas veces se repite entre los políticos y los propios productores es la que dice, “el campo necesita que le saquen el pie de encima”. Y la verdad es que considerar que alcanza con que al productor le saquen el pie de encima es un disparate. Las necesidades que tiene el sector van mucho más allá de eso y otra vez tienen que ver con la necesidad de una correcta política agropecuaria que contemple soluciones en materia impositiva, sanitaria, tecnológica, de infraestructura, etc. Sacarle el pie de encima al campo es importante, pero de ninguna manera es suficiente.

 

Entonces lo que necesitamos es plantearnos una estrategia sobre cómo queremos crecer como sector y cuánto queremos que el Estado participe en ese crecimiento. Para esto también hay que pensar el modo y las herramientas que se deben utilizar para tal fin. Porque actualmente el Estado, a través del gobierno, más que una solución es un problema que se termina llevando una gran parte de los ingresos del productor. Y eso debe modificarse.

 

Hay una medida que delimita qué porcentaje del ingreso total de un productor es generado por él mismo y cuánto se debe a las políticas del Estado. Este indicador en un país como Estados Unidos nos dice que el productor genera cerca del 90% y el 10% restante el Estado a través de sus políticas dirigidas a entregar subsidios a la producción, los seguros de precios, etc. A diferencia de Estados Unidos, en Argentina, durante el kirchnerismo el porcentaje del Estado en la generación de ingresos era de -40% y hoy es -29%. Es decir, que se cambió poco y nada en la realidad política del sector agropecuario.

 

Esta participación del Estado en la generación de ingresos para el sector también debe reflejarse, por ejemplo, en la promoción y concreción de negocios con el resto del planeta. Si efectivamente pretendemos ser el supermercado del mundo necesitamos políticas que apunten hacia ese camino, políticas que hasta el momento han sido a todas luces insuficientes.

 

Si pretendemos vender productos con valor agregado tenemos que tener un trabajo de promoción de exportaciones muy fuerte, llegando a los diferentes mercados del planeta con un número considerable de empresas, especialmente pymes, y no sólo con las poquísimas multinacionales que tenemos.

 

Necesitamos una política “agresiva” del gobierno para apoyar al sector privado en el camino exportador. Como también es indispensable que nuestro país cierre acuerdos comerciales relevantes fuera del Mercosur. No podemos seguir mirando cómo nos pasan por arriba nuestros competidores por el solo hecho de tener tratados de libre comercio con casi todo el mundo.

 

Y entre los muchos aspectos que todavía tiene que mejorar el gobierno, el de las negociaciones internacionales y la promoción comercial son fundamentales para el sector. Y esto también tiene que ver con la política agropecuaria de largo plazo, porque como decimos más arriba, pretender que para crecer sólo necesitamos que nos saquen el pie de encima es una absoluta falacia.

 

Falta mucho por hacer y aunque si bien es cierto que el voto de confianza del campo sobre el gobierno todavía existe, la verdad es que se está gestando un clima de desilusión que ya se empieza a notar a lo largo y ancho de la Argentina, en particular en las zonas más alejadas de los centros de consumo o de los puertos. Sobre todo entre los productores de menor escala. Es hora de que el gobierno y sus funcionarios dejen el “autobombo”, el Excel y el Power point  y comience a tomar medidas concretas que permitan la sostenibilidad del sector agropecuario con los productores incluidos. Son decisiones que repercutirán fuerte en beneficio del país en su conjunto.

 

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