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Jesús Filadelfo Ramos; cuando querer es poder

Nació en Catamarca y es puntano por adopción. El alcohol lo llevó a lo más bajo de su vida. Una tabla salvadora lo ayuda a llevar una vida totalmente sana y lejos de los vicios. Trabajador y solidario. Padre, marido y buen abuelo. Ama y protege a los animales.

Por Johnny Díaz
| 02 de febrero de 2018
Jesús Ramos: "Treinta años fui alcohólico. Pasé por miles de situaciones difíciles. Hoy estoy recuperado y soy feliz". Foto: gentileza.

El hombre nació en Catamarca y hoy vive en San Luis. Pero vivió un par de años en distintos puntos del país, Córdoba incluido, último peldaño antes de radicarse en tierras sanluiseñas.

 

Es alto, mirada tranquila, delgado, un poco morocho como casi todos los habitantes del norte argentino y con algunas canas que le marcan las agujas del reloj  implacables con el tiempo. Y alguna vez integró la Banda de Música del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, clase 1954.

 

Jesús mide sus palabras antes de contestar. Es más bien callado y pareciera que habla con las manos. Más allá de todo esto,  vive una vida que pareciera ser extraída de una película. Hace años que concurre a un grupo  de origen mundial que ayuda a personas que tiene problemas con el alcohol.

 

Ramos que tiene un hermano muerto que combatió en Las Malvinas, cuenta que se crió por las calles de su Andalgalá natal, y que pasó por miles de problemas  sociales y de extrema pobreza.

 

“Después de andar mucho por los caminos de la vida, encontré mi lugar en San Luis, donde formé mi familia; mi señora, mis hijos y mis nietos tengo mi trabajo, mi casa y soy muy feliz”.

 

“Mi madre nos dio el pecho hasta los cuatro años, no teníamos para comer, nuestro alimento era la leche materna, a veces un tomate con cebolla o un huevo frito, era un lujo para nuestros estómagos. Eran épocas muy bravas. Y cuesta contarlas pero es la pura verdad. Ojalá algún día pueda escribir un libro de mi vida”.

 

Jesús dice que comenzó a beber cuando tenía seis años, a raíz de un regalo familiar que recibió cuando hizo la Primera Comunión, “Me tomé una botella de Cinzano, lo tomé como travesura, me escondí en un pozo que mis padres tenían para juntar agua y me tape con una chapa, lo probé, me gustó y lo tomé. Por dos días me buscaron por todos lados hasta la policía con perros vino. Ellos me encontraron. Mi madre me pegó una soberana paliza cuando la situación indicaba que me tenían que llevar a un médico, tenía un coma alcohólico muy severo, ésa fue mi primera vez. Con los años entendí a mi madre, éramos diez niños y a ella la situación la desbordó”.

 

"Mi familia no podía dejar nada por ahí, todo lo que encontraba, lo tomaba (se refiere a remedios) Cada día era peor. Recuerdo que una vez de la escuela nos llevaron en viaje escolar a una bodega de Belén, en un momento de descuido de mis maestras, me fui donde servían vino Seleme para probar, yo me tomé un vaso y me puse en la fila para que me dieran otro. A los once años ya era un experto tomando".

 

“Se había juntado todo, mi padre siempre se ausentaba porque  tenía un grupo musical folclórico compuesto por él y dos  personas tucumanas no videntes. Todavía hoy suenan en mis oídos,  la  zamba “Siete de abril”, los valses “Ciudad de Córdoba” y “Santiago del Estero”, temas que nunca olvido".

 

La historia de Jesús está plagada de vivencias. De chico su vida fue un calvario y hoy de grande puede contar cientos de historias entre ellas una que pinta con lujos y detalles el grado de pobreza en que vivían. “En mi casa nunca se festejaron las fiestas de fin de año, pero mis hermanos y yo, esperábamos a los Reyes Magos. Nuestro padre nos decía que pusiéramos las alpargatitas en la puerta del cuarto o en la ventana, con pasto y agua y a esperar. Al otro día, no había nada. Hoy lo cuento pero es muy triste, lo increpábamos a papá y él filosóficamente nos decía llorando, 'los reyes no vinieron porque se fueron a África donde hay niños más pobres que nosotros y los juguetes de ustedes, se los llevaron para esos niños, acá hay muchos frutales y comida, vayan y coman lo que quieran'. Entonces nos poníamos contentos y felices porque nuestros hermanitos africanos tenían nuestros juguetes, era una felicidad hermosa, nos íbamos contentos a comer frutas. Hasta que nos olvidábamos del tema”.

 

“A los 15 años, mi madre, Facunda Moreno, me envió a La Rioja a trabajar, en la mueblería ‘Roma’. Ahí estuve hasta los 20 años. Lustraba muebles, ayudaba a los dueños, cargaba  camiones, estaba en todos lados, era un changarín, pero me tuve que ir al servicio militar. Por mi altura (1,89) me tocó en el Regimiento de Granaderos a Caballos General  San Martín”.

 

“Subir al tren rumbo a Retiro  fue para mí como un despertar, siempre había soñado con estar en el Ejército, me gustaba y soñaba con que me iba a servir para mejorar mi vida. Estaría con la historia misma de mi Patria. Me incorporé en enero de 1974, integré la Banda de Música y nos tomó el Juramento a la Bandera María Estela de Perón. También fui custodio de Jorge Rafael Videla y en junio de ese mismo año me dieron la baja por buen soldado. No tenía donde  ir. Volvía a la calle y mi situación con el alcohol iba en aumento a tal punto que mis compañeros me conseguían algo para tomar. Una vez en la guardia de la Casa Rosada, me puse una chaqueta de un oficial y fui al restaurante de las autoridades a tomar vino”.

 

“Estaba desesperado. No me quería ir y hasta que logré hablar con un coronel de apellido Sosa Molina y le expliqué mi situación y atento a ello, me pudo cambiar la baja con otro conscripto de apellido Dorado de Santiago del Estero que se le había muerto la madre. De esa forma logré estar  un par de meses más, estaba feliz, tenía casa, comida y ropa gratis en el lugar que más me gustaba. Hice los trámites para quedarme pero mi padre se opuso, él había sido marinero y no le gustaba para nada esa vida”.

 

“Regrese a Catamarca pasando por Córdoba. Fue una odisea, viaje de 'colado' en el tren hasta que me descubrieron y una señora colaboró con el pasaje. Llegué a mi pueblo arriba de un camión cargado con papas”.

 

Más adelante dice: "Estuve un tiempo en mi casa pero sentía un vacío muy grande no había muy buena comunicación por el problema del alcohol, el único que me entendió fue mi hermano mayor. Mi padre enfermó y me retiré ante el hostigamiento familiar. Hacía changas pero tenía que haber un lugar donde vendieran alcohol. Siempre estaba alcoholizado y mis posibilidades laborales se redujeron rápidamente".

 

Tomaba cualquier tipo de bebida, no importaba nada.  Al alcohol medicinal con agua y azúcar lo convertía en vodka, hasta gasoil y vinagre probé. Fue una etapa muy dura de mi vida. Estaba perdido.

 

Jesús cuenta que en varias oportunidades sufrió el escarnio público de sus vecinos y de la gente de su pueblo. Vivía tomando, dormía donde lo encontraba la noche, pero siempre buscaba los bancos de la estación de trenes. Allí en varias oportunidades lo encontró la policía que lo llevaba a una celda donde comía y dormía gratis muchas veces a cambio de la limpieza de los calabozos o el lustrado de los borceguíes de los policías.

 

“Mire –me dice- hacía días que no comía, y en el piso veo una revista que mostraba en una propaganda, una hamburguesa con mayonesa Hellmann's. Pude recortar la figura muy prolijamente y me la comí. En mi inconsciencia, hacia de cuenta que me había comido una hamburguesa con mucha mayonesa. Era tremendo, lastimoso”.

 

“Hasta que un día, por esas cosas que tiene la vida y porque siempre digo que hay un Dios que todo lo sabe, viajé a Córdoba a buscar trabajo de albañil. Un familiar; Ventura Díaz que vivía en La Calera, me consiguió alojamiento. Empecé a notar que al volver del trabajo, mi piecita estaba siempre limpia, sábanas impecable y almidonadas, yo le pregunté a la dueña de la casa y ella me respondió que era una amiga y comadre. Al tiempo la conocí, era Isabel y nos pusimos de novios. Cinco años después nos casamos. Fue mi primera y única novia. Es todo para mí, sin ella no sé qué hubiera sido de mí. Fue una bendición de Dios".

 

"Ella siempre me aconsejó y me habló de que dejara el alcohol. Por esos años trabajaba en una fábrica de calzado que quebró. Quedamos afuera 30 operarios. El 24 de octubre de 1989,  me vine a San Luis. A la casa de unos parientes; ‘Toto’ Ortiz y ‘Rulo’ Suárez, cerca del club Victoria".

 

Ramos dice que a la semana sus primos encontraron en las puertas del supermercado La Morenita a un señor; Hugo Basavilbaso, encargado de una fábrica. "Él me dio trabajo. Hoy hace 30 años que estoy en el mismo lugar; Fibrafilm Sociedad Anónima”.

 

“Mi situación con el alcohol cambió totalmente hace más de 28 años que no pruebo una gota de esa porquería. Mi esposa y mis hijos fueron el pilar sustentable que me ayudó a salir de ese oscuro mundo. Sé que está en la puerta esperando, acechando, él tiene todo el tiempo del mundo para volver a meterse en mi vida. Yo me recuperé gracias a mi familia y a un grupo de ayuda internacional. Si no fuera por ellos y las charlas motivadoras, todo sería más difícil. Hace falta mucha paciencia y conciencia para estar en el lugar indicado".

 

“Hoy puedo decir que gracias a ese grupo y mi familia todo cambió, soy activo colaborador en la Cruz Roja Internacional. Ayudo en lo que puedo y me capacité para servir a la sociedad que mucho le debo. Soy un agradecido a la vida y a San Luis que me permite vivir feliz junto a mi familia y muy lejos del alcohol”.

 

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