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Carlos Bassi, de categoría mundial

Nació en el barrio de La Rinconada. Su carrera deportiva comenzó a los 17 años.   Fue piloto de dos marcas mundiales: Fiat y Peugeot. Su mayor triunfo fue ganar  una fecha del Rally Mundial en la categoría A7, lo que lo convirtió en el único puntano en alcanzar ese logro. Murió el 24 de octubre de 2014.

Por Johnny Díaz
| 07 de febrero de 2018
Foto: gentileza

En 1984 gané una fecha del campeonato del mundo categoría A7 corriendo con un Peugeot 504, gracias a esos puntos la Peugeot fue campeón del mundo de conductores”. La frase pertenece a José Carlos Bassi, el único piloto puntano que ganó en una fecha del rally mundial, que ese año se disputaba por caminos cordobeses.

 

José Carlos Bassi –Peluca para sus amigos- nació en San Luis un 19 de marzo de 1948 y murió el 24 de octubre de 2014. Hijo de Ana Sánchez y Carlos Emilio Bassi. Tuvo cuatro hijos; Daniel, Franco, Federico y Fernando, cinco nietas; María Azul, Sol, Alma, Isabella y Francesca, y dos hermanas; Mary y Ana Natividad.

 

Los orígenes

 

La historia comenzó a escribirse cuando la familia Bassi llegó de Italia en un barco que hoy nadie recuerda su nombre. Se afincaron  transitoriamente en Buenos Aires donde tenían un almacén de ramos generales. Carlos Emilio  llegó a tener un buen pasar económico, pero lo  perdió todo con un socio.

 

Los Bassi soñaban con afincarse en Chile, que era el punto final de su  viaje. No pudo ser. Se quedaron a vivir en San Luis y su enamoramiento por la tierra puntana pudo más. Su casa estaba en la calle Falucho, entre Bolívar y avenida Illia, corazón del barrio La Rinconada donde aún hoy funciona su viejo y querido taller.

 

Don Carlos Emilio era hombre de palabra y muy apegado a las tradiciones familiares. Debió luchar mucho para poder afrontar las necesidades de su hogar. Eran tiempos difíciles, pero los alimentos no debían faltar en el hogar. Don Carlos hacía un poco de todo y se las rebuscaba bastante bien. Por las mañanas repartía leche en una vieja Ford "A",  y por las tardes, vinos. Además trabajaba en El Diario de San Luis (hoy de la República).

 

Así, criaron a sus  hijos. Cuando tenía 8 años José Carlos, debía madrugar para ayudar en el reparto de la leche. Cuando llegaba la hora de ir al colegio, el pequeño pasaba por su casa en busca del guardapolvo y partía rumbo a la escuela.

 

“El Peluca” decía: “Comencé a trabajar a los 8 años porque la situación en mi casa no era muy buena. Mi infancia fue como la mayoría de los niños, normal. Lo que más aprendí en la vida fue a trabajar. No tuve otra. Como todos los niños, tenía dos diversiones, jugar a la pelota y andar en bicicleta. Había una en el fondo de mi casa y me hice una especie de triciclo”.

 

José Carlos estudió en la Escuela Normal Mixta "Juan Pascual Pringles" y también en la Industrial de la calle Pringles. Sus padres lo enviaron a Buenos Aires,  pero tuvo que regresar por falta de dinero.

 

La pasión

 

Soñaba con correr en autos y se fijó una meta: trabajar duro, juntar plata y poder adquirir uno. “Y así fue. Preparaba el auto, hacía los tests, manejaba el auxilio, armaba los motores, las cajas. Mis amigos y los muchachos del taller me ayudaban; era como un hombre orquesta”, decía con orgullo.

 

“El automovilismo me dio muchas satisfacciones, esto es una pasión –decía- porque a veces uno se cansa por las ingratitudes. Salís a probar y se te rompe el motor. Te dan ganas de tirar todo. Pero al otro día volvés con las mismas ganas de siempre. Es algo que se lleva muy adentro”.

 

“Es un deporte de alto riesgo y eso lo tengo muy claro. La actividad me dio muchos amigos, gracias a esto se me abrieron muchas puertas, y ésa es una ventaja que me dio este lindo deporte”,  señalaba.

 

En 1970 su pasión por el automovilismo lo llevó a debutar en la categoría rally -la que más le gustaba- y con solo 17 años, comenzó a trabajar de ayudante de mecánico en la Ford San Luis, una concesionaria ubicada en Falucho y avenida Illia, a media cuadra de su casa paterna. Don Carlos Emilio tuvo mucho que ver en eso porque la familia Sáez, los representantes de la marca del Óvalo, eran sus amigos.

 

 No tardó mucho José Carlos en iniciar su vida deportiva. Tenía experiencia en mecánica rápida y comenzó a preparar su auto; un Fiat 600 con el que debutó en el desaparecido Autódromo General San Martín, en la vieja ruta a San Juan. También corrió con una Fiat Multicarga, en una olvidada y desaparecida categoría que no conocía limites de preparación.

 

El sanluiseño había comenzado a desandar en el mundo motor regional. Junto a un grupo de amigos decidió preparar  una Fiat Berlina. Así se ganó el cariño y el respeto  de los  fanáticos del automovilismo y el reconocimiento de la afición puntana. Bassi había comenzado a construir su propia historia. 

 

En 1972, con un Fiat 125, se presentó en Río Cuarto. Corrió varias competencias zonales y también participó en campeonatos cordobeses, con suerte dispar. En 1979 decide cambiar de marca y compra un Peugeot 504 armando un verdadero misil para la época participando en distintas competencia zonales.

 

Dos años después, en 1981,  Bassi suma para su currículum el subcampeonato en el Gran Premio de ese año. Un pinchazo lo retrasó cuando venía liderando la competencia. En 1982, se suma a la marca del "León” Ricardo Albertengo, con quien forma un equipo de mucha garra y de buen manejo. Ambos pilotos son muy buenos testeadores a la hora de poner a punto el auto. De esa manera, logra el segundo puesto de un campeonato de Larga Duración.

 

La consagración

 

En los años '82 y '83, Bassi no tuvo mayores éxitos. Parecía que “El León” se había tomado un descanso en su guarida. Pero no fue así, estaba afilando sus garras para participar en 1984 del rally mundial que se correría en Córdoba. Lo hizo en la categoría A7. Se actuación fue consagratoria a nivel mundial. Pocos podían entender que un piloto con escasa experiencia en pruebas internacionales, clasificara en primer lugar y dejara en los papeles a su Peugeot como el mejor auto de fabricación nacional. Fue un espaldarazo.

 

Bassi había logrado cumplir su sueño. Nunca antes alguien había llegado tan alto en el automovilismo sanluiseño. Su participación en el rally del '84 lo catapultó definitivamente a la consideración mundial.

 

Había comprado un Peugeot cero kilómetro y lo había armado y preparado en el taller de la Falucho. Había hablado con Roberto Syriani para que ocupara la butaca derecha. Roberto era uno de sus grandes amigos.

 

Todavía hoy en los talleres de San Luis recuerdan la interminable caravana de autos que desde La Cumbre, en la ex ruta  7, acompañaron al binomio hasta las puertas del Automóvil Club San Luis (ACSL). Los trajeron en una autobomba. Las instalaciones del  ACSL resultaron chicas para poder expresar el cariño que la gente tenía por el piloto y su acompañante. José Carlos Bassi tenía 44 años.

 

En 1991, Bassi  era un activo y reconocido piloto nacional, aunque dejó de correr por razones particulares. Según sus amigos cuando le preguntaban cuando volvería a correr, él les decía: “Ya gané  lo que más quería, y la Peugeot es campeona del mundo por los puntos que yo gané en Córdoba”. Ese año “El Peluca” fue invitado por Ángel Cubero para participar de un maratón automovilístico en el autódromo "Oscar Alfredo Gálvez". El piloto sanluiseño tuvo una buena actuación.

 

En Vialidad Provincial

 

Alejado de la actividad, pero no de la profesión, Bassi ingresó a trabajar en Vialidad Provincial. Alberto Rodríguez Saá, gobernador de la provincia, le encargó la diagramación de los dos autódromos de San Luis; el “Rosendo Hernández” y el de “Potrero de los Funes". “Ese magnífico autódromo, para mí, es el mejor del mundo”, aseguraba.

 

Un año después, José Carlos vuelve al rally. En la butaca derecha se sienta uno de sus hijos: Daniel. Corrió pruebas organizadas por la Federación del Automovilismo Deportivo de San Luis.

 

Bassi se catalogaba como un adicto al trabajo: “En 40 años jamás me tomé vacaciones. No me gustan. Siempre estoy buscando algo para hacer, no me veo sentado detrás de un escritorio. A veces me voy a pescar con mis amigos, no más de eso”.

 

El 24 de octubre de 2014 la muerte lo sorprendió a los 66 años, cuando tenía mucho para dar. Un infarto masivo de miocardio terminó con la vida de un hombre que siempre quiso devolverle al deporte lo que mucho le dio.

 

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