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Un hombre fue detenido por abusar de una nena que quedaba a su cuidado

El delito por el que está imputado el hombre de 28 años tiene un agravante: él tenía a su cuidado a la nena. No declaró.

Por redacción
| 01 de marzo de 2018
Al tanto. Osorio Torres dijo que sabía que había sido denunciado. Foto: División Inteligencia Criminal.

J. no pudo decir mucho con palabras. Pero con muñecos y con los dibujos que hizo –que fueron interpretados por una psicóloga del Poder Judicial, la misma que la entrevistó en la Cámara Gesell– la nena de 5 años expresó todo aquello a lo que no podía ponerle palabras. Tomó dos juguetes: uno la representaba a ella y otro a su vecino, Jorge Antonio “Coqui” Osorio Torres. Con ellos le explicó a la psicóloga todo lo que el hombre, encargado supuestamente de cuidarla, le había hecho mientras su mamá trabajaba. La había sorprendido en la cama, cuando se despertó, le bajó la bombacha, le manoseó el pecho y la cola, se le subió encima y, con sus genitales al descubierto, le rozó la entrepierna y la besó. Un golpe en la puerta, que el hombre había cerrado con traba, posiblemente salvó a la chiquita de que el abuso fuera más grave.

 

Ayer, Osorio Torres, de 28 años, fue ubicado y aprehendido por policías de Inteligencia Criminal, que habían recibido un día antes la orden de detención librada por la jueza Penal 3, Virginia Palacios, contó una fuente de esta división. “Lo ubicamos antes de las 9, en Europa al 800, cerca de la rotonda de la calle Junín. Hicimos trabajos investigativos y así pudimos establecer que en ese horario se movía en esa zona”, refirió.

 

Ayer (miércoles), cerca de las 13, Osorio Torres fue llevado al Juzgado del Crimen 3, donde le tomaron declaración indagatoria por “Abuso sexual gravemente ultrajante, agravado por su calidad de guardador”, precisó la magistrado. El imputado no declaró, y su defensor, Santiago Calderón Salomón, pidió una prórroga de la detención, de ocho días.

 

Osorio Torres tenía conocimiento de la causa en su contra, dijo la fuente de Inteligencia Criminal.

 

En efecto, en setiembre de 2016, hubo una audiencia en el juzgado, en la que el hombre fue notificado de que la mamá de J. lo había denunciado, que estaba imputado y que, si lo consideraba conveniente, podía designar un abogado.

 

Ese paso se dio casi un mes después de que la madre de la víctima ratificara la denuncia en el Juzgado Penal 3 y que instara la acción en contra de él.

 

J. es la penúltima de los seis hijos que tiene esta mujer, que, al menos en ese momento, criaba sola al mismo tiempo que trabajaba como seguridad en un parque de la zona oeste de San Luis, en la misma jurisdicción donde tenía domicilio.

 

El sospechoso vivía al frente de la casa de esta familia. Y tal era la confianza que había, alimentada al parecer por años de convivencia en el mismo barrio, que la mujer le dejaba a cargo los niños durante esas seis horas que se ausentaba, entre las 14 y las 20. Entonces él se cruzaba a la vivienda de ella y se quedaba con los niños.

 

Al momento de la denuncia, la mayor tenía 11 años. Después venían tres varones, de 9, 8 y 7 años; luego la pequeña abusada; y por último, un chiquito de un año.

 

La nena de 11 años fue la que el día del hecho, el 22 de agosto de 2016, golpeó la puerta de la habitación en la que su hermanita dormía, interrumpiendo así la acción del hombre. Él había cerrado, para que nadie lo viera. Pero no le quedó más remedio que abrir. 

 

Cuando fue citada a declarar, la psicóloga de tribunales que le hizo la pericia a la niña de 5 años dijo que no se infería ningún signo de fabulación. Y corroboró y profundizó, ante preguntas, lo que había asentado en su informe.

 

Refirió que la menor presentaba signos compatibles con vivencias de abuso, y que, aunque le costó manifestarlo de modo verbal, sí pudo hacerlo a través de los muñecos.

 

Por otro lado, de los dibujos –denominadas técnicamente pruebas proyectivas– “se desprenden indicadores que corresponden con vivencia de abuso sexual”, dijo.

 

Explicó que éstos daban cuenta de sentimientos, emociones y mecanismos de defensa que la menor empezó a aplicar después del abuso: la disociación –es decir, el sacar las cargas afectivas de estas vivencias dolorosas–, la hipervigilancia –un estado de alerta permanente, por el temor a ser abusada otra vez de modo sorpresivo, tal como pasó–, la imposibilidad de comunicarse y de transmitir lo experimentado, el sentimiento de soledad y de desprotección, de angustia y de tristeza.

 

Hubo un aspecto que aclaró, dado que la nena no pudo expresarse con detalle cuando le preguntaron cuántas veces había sido abusada. Pero indicó que, dada la edad de la chiquita, aún no había aprendido la noción de cantidad, por lo que quizás eso explica que no haya podido ser precisa sobre ese punto.

 

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