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Aldo Giménez, un pesista al estilo sanluiseño

Fue el primer campeón cuyano de pesas de San Luis. En la vida ganó y perdió. Vivió 35 años en Melbourne, Australia. Una lesión lo alejó de los escenarios. Practica Tai Chi. Cuando se jubiló regresó a San Luis en busca de sus afectos y su familia.

Por Johnny Díaz
| 10 de marzo de 2018

El sanluiseño Aldo Giménez fue un pesista que alcanzó su momento de gloria en Mendoza, en un Campeonato Argentino de Pesas donde se coronó campeón cuyano de la categoría Liviano (65 kilos).

 

Para llegar al momento cumbre en su vida, Giménez hizo enormes sacrificios en una época donde ese deporte y aún hoy, no tiene muchos adeptos pero que marca un estilo de vida, una manera diferente de hacer ejercicios.

 

El pesista, participó siempre en la categoría de los 65 kilos, una clasificación que le permitía seguir una estricta dieta que podía cumplir según los entrenamientos y en vísperas de una competencia.

 

Las pesas alcanzaron su máximo esplendor en las décadas del ’50 y ’60. Aunque en San Luis nunca fue un deporte masivo, tuvo sus pioneros, entre ellos a Giménez.

 

El sanluiseño nació un 10 de agosto de 1940 y es hijo de Rolando Giménez y de Beatriz del Rosario Godoy Morales. Se fue acercando al deporte que lo vería triunfar en su querido Club Pringles de la calle Colón.

 

“Yo veía por la ventana del club cómo se entrenaba con las pesas, fue en el año 1963 hasta que un día me decidí y me hice socio para poder practicar. El presidente del club era Francisco Randazzo y a cargo de esa disciplina estaba Aroldo Mendoza y un señor de apellido Guarniere que también vivía cerca del club".

 

“Pringles quería formar un equipo, las pesas venían en auge y los dirigentes querían aprovechar la oportunidad”. Dice a modo de presentación.

 

“Comencé a practicar y también aprendí algunas técnicas educativas, sin eso es más complicado llegar a un claro objetivo. Yo pesaba unos 63 kilos pero el ideal mío eran los 65, en categoría Liviano. Entrenaba queriendo llegar a mi propio peso, y así logré levantar 90 kilos en las tres posiciones, era una barbaridad, utilizaba una técnica que se llama ‘la romana’ y que era o es permitida en el levantamiento de pesas. Se levantaba hasta la cintura, (no al pecho), y de ahí para arriba de un solo envión cuando el juez indicaba ‘arriba’. Hoy se necesita más potencia, que es otra cosa, nosotros teníamos que ser veloces”. Dijo con sabiduría.

 

Y agregó: “El deporte de las pesas aparte de ser muy sacrificado, genera gastos muy difíciles de recuperar, no sé cómo será hoy, pero antes era un esfuerzo particular, nunca nadie apoyaba o esponsoreaba a algún levantador”.

 

“Así, fuimos al Campeonato Cuyano de levantamientos de pesas, éramos tres, Jabel Valdez, Ochoa y yo que tenía 28 años. No no fue ningún dirigente por falta de recursos, el torneo fue en el Club Regatas. Ahí conocimos a José Francisco Poquet, un peso pesado muy querido por todos, pesaba unos 120 kilos pero muy ágil y muy buena persona”.

 

“Fue en 1966, mi categoría estaba muy competitiva con pesistas de mucha experiencia, pero en los tres días, logré levantar 242 kilos en total. (Arranque 70, Fuerza 77, envión 95). Con esas marcas logré el título. Al fin, San Luis tenía el primer campeón Cuyano en categoría Liviano un hecho inédito para esos años. Era mi gran orgullo y el de mis compañeros porque valorizábamos el esfuerzo que hicimos para llegar a Mendoza”.

 

“Fue una muy buena marca pero nunca fue récord. Mientras mis compañeros Valdez y Ochoa, habían obtenido buenos puestos y había pleno conformismo en el grupo que era muy unido. Según la Federación Argentina de Pesistas, mi título sirvió para que yo fuera al campeonato argentino, donde era muy difícil llegar pero no pude viajar, me lesioné en unos de mis hombros y se acabó mi ilusión”, aseveró.

 

“Me había ganado el derecho de viajar y participar, era un sueño, pero ese accidente me marginó, me lesioné buscando levantar más kilos. Al año siguiente en 1967, fuimos a San Juan a revalidar el título y me ganaron, pero al año siguiente volví a ser campeón cuyano”, sentenció.

 

Giménez cuenta que para él, esa lesión en el hombro lo marcó para siempre, por lo que le ocurriría años después. “Era un presentimiento”, contó. 

 

Las pesas no eran una actividad de amplia convocatoria, y muchas veces se lo veía en los gimnasios haciendo una rutina que a simple vista se ve como desgastante, pero era la manera de llegar a un objetivo.

 

“Nuestra rutina era muy doméstica, hasta casera diría yo, la alimentación pasaba por verduras, frutas, huevos, quesos y pastas. Don Francisco Randazzo, nos daba de beber un jarabe medicinal español que según el prospecto era en base de sangre bovina y que tenía en una etiqueta, la cabeza de un toro. Nosotros lo tomábamos con confianza porque creíamos en la palabra de nuestro presidente, un hombre muy ligado a la medicina que sin ser médico, fabricaba sellos medicinales, ungüentos y plasmas curativas, en eso se basaba nuestra alimentación, los entrenamientos y lógicamente el estímulo y las ganas que le poníamos a cada movimiento”, señaló.

 

Giménez dice que nunca fue una persona de quedarse con lo logrado, buscaba nuevos caminos, mejorar su calidad de vida y si era posible encontrar el rumbo en su carrera deportiva, en la cual, ya había dado un paso importante: era campeón cuyano.

 

“Viajé a Buenos a Aires para alojarme en la casa de mis tíos; María Matilde Morales Godoy y Juan Vicente Lerda en San Telmo. Comencé a practicar y entrenar en el gimnasio del chileno Zurita, cerca del Obelisco al tiempo que trabajaba en la  empresa sueca SKF (rulemanes y cojinetes). Todo iba de maravilla pero yo pretendía otra cosa para mi futuro. A los años, en 1972, esa empresa se trasladó a Tortuguitas y se me hacía antieconómico viajar hasta ese lugar. Conseguí otro empleo en una compañía que estaba en Pompeya”, agregó.

 

“Yo continuaba estudiando Pedicuría y Estética del Pie, y cuando me recibí sentí que había dado un paso importante en mi vida. Pero la situación del país, no era de las mejores, hasta que llegó el golpe militar".

 

"Una vez, yendo a trabajar nos pararon en la calle y me pusieron una ametralladora en el pecho, eso fue el detonante para que buscara otra vida lejos de mi país. Leí en un diario que había posibilidades de viajar a Australia, me presenté en la embajada, llené los requisitos, que al mes fueron aceptados y me fui. Viví ahí 35 años”.

 

El levantador de pesas cuyano dice que había aprendido algo de inglés en una escuela argentina, y que después viajó a Australia pasando por Perú y por la isla Papeete, que en italiano quiere decir “Agua de la cesta”, pero pertenece a la Polinesia francesa. Allí estuvo tres días, un lugar muy caluroso pero que era necesario porque en esos años no había aviones que cumplieran semejante trayecto. Dice que una vez que estuvo ahí y pasado por Nueva Zelanda, se radicó en Melbourne una ciudad con una  importante actividad comercial industrial y cultural, declarada como la capital del deporte y la cultura australiana.

 

Dice, también, que no demoró mucho en conseguir un buen trabajo, gracias a sus conocimientos laborales, lo hizo como controlador de calidad en una compañía dedicada al rubro de los rodamientos. Señaló que tuvo mucha actividad social y deportiva hasta que una lesión lo marginó.

 

“Vivía muy bien, ganaba buen dinero lo que me permitía viajar siempre a San Luis, tenía mi carro (auto) primero compre uno inglés, un Kimberley con volante a la derecha, después tuve un Ford y un Ford Capitán dos puertas, un Toyota y un Alfa Romeo Julieta".

 

“Había ingresado como socio al club Bois-Scouts- y me encontraba en un muy buen momento de mi vida pero por querer levantar cinco kilos más, el bíceps interno de mi brazo derecho se desgarro y perdí mucha masa muscular en el tiempo de recuperación. Nunca volví a ser el mismo. En 1979, y pese a todo, seguí en la actividad. Me vio el doctor Ronald Darsen que aconsejó que practicara Tai Chi un arte marcial chino muy provechoso para la salud y constituye una técnica de meditación en movimiento".

 

"Ese arte milenario dice que también sirve para la lucha cuerpo a cuerpo, con armas o sin ellas. Se lo considera como una práctica físico-espiritual para mejorar la calidad de vida tanto física como mental”, aseguró. 


 

Hoy a los 68 y radicado en San Luis, sigue practicando Tai Chi en el gimnasio del profesor Juan Carlos Gómez. El levantador dice que en su vida pudo recorrer varios países de Europa y sentirse muy halagado de tener la ciudadanía australiana. “Un país maravilloso que me permitió crecer y alcanzar logros personales que muy difícilmente los hubiera logrado en la Argentina”.

 

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