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Balas contra sueños

Por redacción
| 16 de marzo de 2018

Soñaba con un Brasil libre de violencia policial, libre de violencia, equitativo. Quizás, hasta con un Brasil sin favelas, como la “Maré”, donde nació, creció y una bala perdida que asesinó a su mejor amiga, la impulsó a querer cambiar el mundo. Soñaba con un mundo sin desposeídos, sin hambre. Un mundo que contuviera a Brasil y a cada brasileño. Todos esos sueños chocaron con balas. Y una vez más, triunfaron las balas.

 

Varios “pecados” le hicieron el camino muy difícil: era mujer, era joven, era negra, y tan pobre como los millones que como ella, nacen en favelas. Se llamaba Marielle Franco, había convertido los “pecados” en sueños. Luchó, primero desde la calle, y seguía luchando desde su rol de concejal.

 

Elevaba la voz contra el racismo, el machismo y los abusos policiales en Río de Janeiro. El 15 de marzo de 2018, la mataron a tiros a la salida de un acto junto a otras mujeres. Su asesinato conmocionó a todo un país. Era un símbolo de superación, de inspiración. De sueños postergados y posibles.

 

Desde la violenta “Maré”, uno de los complejos de favelas más violentos de Río, Marielle estudió con un tesón inquebrantable, en sencillos cursos comunitarios, hasta ganar una beca y graduarse en Sociología en la universidad privada más prestigiosa de Río, la PUC.

 

La recuerdan sonriente, bajo el sol del último Carnaval, repartiendo abanicos a la multitud. Un pañuelo le recogía el pelo ensortijado. “No es No”, se leía en el pañuelo. La recuerdan al denunciar ante la Cámara Municipal de Río, los atropellos de la policía en una favela. La recuerdan como una mujer fuerte, segura, coherente, con los pies en el suelo. Una mujer que miraba a los ojos de las personas sin nada que esconder.

 

Luego llegó la militancia en el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), para transformar la banca como edil, en una nueva tribuna de su lucha por los derechos humanos. Los derechos de las minorías silenciosas de las favelas. Los derechos que le faltaron en esa infancia precaria. Por su condición de pobre, por su condición de mujer, por su condición de negra.

 

Feminista, lesbiana y madre de una joven de 19 años, la defensa de los derechos de las mujeres -especialmente de las negras y faveladas- fue otra de sus banderas. Demasiados “pecados”, para una mujer de 38 años. Demasiados sueños.

 

Esos sueños habían trascendido las fronteras, y en la hora de la muerte, Amnistía Internacional exigió una investigación rigurosa del asesinato de Marielle, subrayando que era conocida por sus críticas frontales a los abusos policiales y a la reciente intervención de los militares en el área de seguridad de Río.

 

Un día antes del homicidio publicó un mensaje en Twitter: “¿Cuántos más será necesario que mueran para que esta guerra acabe?”.

 

Miles de brasileños tomaron las calles con dolor tras los pasos de un ataúd definitivo. Una joven mujer negra, como ella lo fuera, sollozaba sin consuelo mientras repetía: “Ella era esa persona que estaría aquí liderando el movimiento. En este caos político, la muerte política es la de una mujer negra. Mataron a Marielle, pero sus ideas son a prueba de bala”.

 

En el desigual duelo de las balas contra los sueños, el plomo volvió a imponerse a la sangre. No es la primera vez que ocurre, no será la última. Pero hay muchos dispuestos a recoger del piso los estandartes de Marielle. La mujer que soñaba, el símbolo. La mujer asesinada. La tragedia repetida de un mundo donde los sueños son aplastados.

 

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