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El Morro: Luis Walter Muñoz, el baqueano

Es un experto conocedor del cerro El Morro y de toda su zona. Nació y se crió en un campo a seis kilómetros del pueblo. Los turistas lo contratan para subir al volcán. Trabaja de peón rural y amansa caballos. Incluso tiene un museo privado: "La Amelia".

Por Johnny Díaz
| 28 de marzo de 2018

San José del Morro es una localidad famosa por su historia. En el mapa figura  a cincuenta kilómetros de Villa Mercedes y a unos cien de la capital de San Luis. Su pueblo se construyó alrededor de la histórica Iglesia de San José. Primero fue una posta y después un fortín en el difícil camino que unía Buenos Aires y Cuyo.

 

La historia dice que en varias oportunidades numerosos malones asolaron, invadieron y destruyeron el pequeño poblado, que era en realidad una especie de avanzada civilizadora. Ante estos hechos, el gobernador Pablo Lucero mandó a reconstruirlo en 1841. Tres años después, instaló su campamento con el regimiento puntano llamado "Los Dragones de La Unión" donde se distinguieron los hermanos Saá en la Batalla de Laguna Amarilla.

 

Allí nació Luis Walter Muñoz, “El Walter”, como le gusta que le digan. Un peón rural, amansador de caballos y uno de los mejores baqueanos de la zona. Es una persona conocedora de las huellas, senderos, caminos y atajos, además de saber las características físicas, el lenguaje y las costumbres de su población.

 

Muñoz, que tiene 47 años, empezó a conocer palmo a palmo la localidad donde nació haciendo tareas rurales, cuidando los animales o trayéndolos de donde estaban antes de que cayera la noche. Cumplía el rol de un pastorcito.

 

Tenía 9 años y ya era un experto conocedor de los vericuetos que presenta la topografía del terreno de San José del Morro, una zona escarpada y con una conformación geológica única, llena de lugares imposibles de dejar de elogiar. Y por si fuera poco, un volcán: El Morro.

 

Muñoz fue criado por sus abuelos Amelia Ávila y Belarmino Funes, quienes además criaron a sus hijos María Eve y Nelson Funes a los que Luis considera sus “verdaderos hermanos”. Crecieron en el campo El Sauce, hoy La Amelia, ubicado a unos seis kilómetros de El Morro. Los niños concurrían caminando a la escuela "General Pablo Lucero", donde cursaron hasta séptimo grado.

 

Está casado con Rita Díaz y tiene dos hijos: Cintia Belén, de 16 años, y Adrián Aldair, de 14. “Ambos estudian, pero al varoncito le gusta mucho el campo y los caballos. A veces me acompaña en las excursiones. Ojalá que no pierda sus gustos y sea una buena persona. Lo mismo que mi hija”, afirmó.

 

Uno de los trabajos que Luis más disfruta, son los ascensos al famoso cerro. Lleva turistas y otros interesados en conocerlo. “Las escaladas son por tres lugares. La Esquina, El Guanaco o la estancia La Morena, por esa zona nos permite visitar lugares como Los Bancos, La Casa Militar, El Hueco de la Tiburcia, Casa de Piedra o La Iglesia de los Pájaros y otros no menos importantes”.

 

“Los Bancos es un lugar rocoso donde su formación permite observar que efectivamente parecen bancos de una escuela. Al otro lugar se lo denomina La Casa Militar porque allí, aseguran los lugareños, se instaló un pequeño ejército, El Hueco de La Tiburcia se la conoce así porque ahí llegaba la pobre mujer a esconderse de los malones. Años después, Tiburcia Escudero pasaría a ser la famosa cautiva de los Ranqueles. La Iglesia de los Pájaros es otro lugar emblemático, gigantesco, donde su conformación parece un campanario, es hueco por dentro y tiene aberturas si fueran ventanas y siempre está llena de pájaros y La Casa de Piedra tiene una longitud de unos 30 metros por siete de profundidad, lo que seguramente y dado los objetos encontrados en el lugar, la habitaban originarios y sirvió para refugio”.

 

Lo primero que aconseja el experto baqueano es que los que quieran ascender deben llevar un buen calzado, pantalones largos, agua y un abrigo. “Arriba el tiempo es impredecible. Muchas veces debemos bajar de apuro porque cuando se ven tormentas del sur, son complicadas y rápidamente debemos buscar refugio en algún lugar”.

 

“La excursión nos permite ver chanchos jabalíes, pecarí, sachacabras (ciervos de pequeño porte), halcones, halcones peregrinos, águilas y otras aves de rapiña. También cientos de pájaros más chicos como los de la nieve, tijeretas, tacuarita, tupa-tupa, pititorra, chingolitos, planeadores y cuando llega el verano aparecen muchos más. Allí hay tanto silencio que se escucha como en ningún lado el viento y el canto de los pájaros. Es impagable. Muchos vuelven por eso”, aseguró.

 

La formación rocosa, producto de antiquísimas erupciones volcánicas, hacen que El Morro sea un lugar turístico de reconocida fama. Sus laderas y su cráter encierran mucha información. Los historiadores aseguran que las culturas originarias venían del sur. Él manifiesta que en varias excursiones al cerro encontró vestigios, que también demuestran que habitaban la zona. "Encontré utensilios, calaveras, huesos, punta de flechas, boleadoras y vasijas, entre otras cosas. Espero que algún día vengan especialistas y puedan descifrar este misterio”.

 

El baqueano dice: “El cráter, o la olla como la conocemos, tiene un área aproximada de 900 hectáreas. En su interior guarda innumerables secretos. La deformación permite observar a simple vista rocas gigantescas. Existen cientos de pequeños arroyos de cristalinas aguas que bajan mansamente hacia la ladera oeste dando lugar a otros, como Sauce de Leoncio, El Molle de las Cabras y el Hueco de la Tiburcia, que conformen uno que pasa por el pueblo y nutre de agua al balneario y termina en la estancia 'Los Diques'”.

 

Muñoz dice ser amplio conocedor de El Morro y toda la zona. Sus años ascendiendo y descendiendo al volcán, lo convirtieron en un experto baqueano. Sabe del clima, de las aves, conoce como nadie su pueblo, los lugares escabrosos para ascender y en qué época se debe hacer. Para cada lugar tiene un párrafo aparte. No se olvida de nada y fundamenta sus palabras con hechos o fotografías. 

 

Según los lugareños, antes era menos complicado subir el cerro. Eran campos abiertos, aunque hoy están todos alambrados y hay que pedir permiso. No se lo niegan a nadie, pero ya no es lo mismo. Muchos creen que cuando suban se van a encontrar con un volcán a punto de entrar en erupción y no es así.

 

"Es un lugar bellísimo, digno de conocer. Antes el cráter o la olla, estaba repleto de animales salvajes. Hoy hay lugares para visitar sin peligro alguno”, señaló.

 

Luis es un hombre reservado, de mirada firme y de palabra sabia. A su edad, ya no está para subirse a amansar un caballo. “Lo hago a veces, cuando está ‘flojo de boca’.  Acompaño a mis primos y lo dejo manso como para que cuando le coloquen el freno, el animal sirva para muchas cosas, no sólo para arrear vacas”, señaló. 

 

De lunes a viernes Muñoz trabaja en las estancias de la zona, vacunando, pialando, recorriendo el campo o buscando algún animal quisquilloso. Cuando está lejos de su casa vuelve después de terminado su trabajo con el sustento para fortalecer la economía de su  hogar. “Los sábados, domingos y feriados estoy listo para hacer las excursiones. Además tengo un museo privado, ‘La Amelia'” en honor a mi abuela, la persona que me crió, me educó y a quien le debo mucho de lo que soy”, asegura el baqueano de El Morro, un hombre que es todo un personaje.

 

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