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David Anderson, el más puntano de todos los estadounidenses

Se desempeñó en el INTA desde 1965 hasta 1985 estudiando los pastizales naturales. Dejó un gran legado.

Por Marcelo Dettoni
| 24 de mayo de 2018
En Nuevo México. Anderson durante uno de sus trabajos en la base de misiles de White Sands. Fotos: ANSL y gentileza familia Barroso.

David Anderson es todo un personaje. Sin dudas es el estadounidense que más ama a San Luis, donde vivió durante 20 años realizando trabajos muy valiosos con los pastizales naturales a través del INTA, que fue el organismo que lo trajo al país, en combinación con su esposa, una puntana que se enamoró de él en un viaje previo y lo había acompañado en su regreso al país del norte, pero que después influyó en su decisión.

 

"Primero me ofrecieron ir a Concepción del Uruguay, en Entre Ríos, pero no me convencía el lugar porque era muy húmedo. Yo quería estudiar los pastizales naturales de la región central de la Argentina, en el semiárido, y San Luis era el lugar ideal", cuenta Anderson a El Diario. El veterano ingeniero agrónomo, que está cerca de los 80 años, estuvo de visita en la provincia y aprovechó para desatar todos sus recuerdos.

 

"El San Luis de cuando llegué con el INTA, era muy distinto al actual. Ahora hay mucha gente, muchos autos, realmente me asusta (risas). Por suerte disfruté mucho esta visita, porque vine con mi nieta Lenna, de 22 años, recorrimos museos y monumentos, volví a ver a mi familia de San Luis, todo muy lindo", apunta con una indisimulable felicidad por el reencuentro con los afectos. Él tenía una ventaja: su esposa, Nélida Barroso, por lo que se siente un poco "local" en casa de su cuñado Hugo y su mujer Amanda. Su sobrina Griselda es la que facilitó el contacto para que Anderson pudiera brindarle una charla rica en matices a este cronista.

 

También sintió esa cercanía en el lejano 1965, cuando desembarcó con Nélida y su hija Cece, de apenas un año. En Villa Mercedes nacería poco después Marcos, el hijo varón. Hoy los cuatro viven en Estados Unidos. Por eso enseguida vuelve a aquellos años en sepia, los de los mejores recuerdos. “Cuando arribé a la provincia ya venía con la especialidad en pastizales, más conocimientos en ecología y botánica sistemática. Por suerte pude sumarme al INTA y comenzar a recorrer los campos que me interesaban para mis investigaciones”, apunta Anderson.

 

Sobre aquella provincia que encontró a mediados de los ’60, recuerda que había “poco pavimento, una sociedad más tranquila, todo era a ritmo lento”. Con los pocos recursos que disponía, igual se lanzó a la aventura de investigar los campos del sur. Hizo base en Villa Mercedes y de allí comenzó a viajar al Departamento Dupuy por una ruta que estaba lejos de la autopista de hoy. “Iba los lunes, me quedaba toda la semana en el campo y volvía los viernes”, cuenta David, quien está agradecido a la hospitalidad de la gente de la zona: “Pude conocer todo en profundidad gracias a mayordomos, gauchos y dueños de estancia, que me llevaban en sus autos o en sulkys a recorrer todo lo que les pedía. A veces dormía en los cascos de las estancias, otras en los puestos, fue una gran experiencia de vida”.

 

Así paseó sus conocimientos por Soven, La Dulce, Buena Esperanza, Unión, Coronel Segovia, Batavia, Nueva Galia y, en recorridos por otras regiones, llegó a Lavaisse y Caldenadas, y a San Martín del Alto Negro, internándose por lo que hoy es la ruta 11, en plena llanura puntana. “También fui al norte, a Santa Rosa del Cantantal, la Sierra de las Quijadas y las de los Gigantes; en otra oportunidad quise investigar qué tipo de forraje había en El Morro y en las Sierras Centrales de San Luis”, repasa con memoria fotográfica y amplio conocimiento de los parajes, aún los más alejados o desconocidos para el habitante común.

 

Su contribución a la flora de San Luis fue enorme. Confeccionó el Mapa de Formaciones Vegetales de la provincia a partir de minuciosos estudios que llevó a cabo durante los 20 años. “Yo quería identificar las especies nativas, que por supuesto ya existían, pero algunas no tenían ni nombre, no se sabía bien su función, cómo se desarrollaban", explica.

 

"Es vital para el criador conocer el contenido nutritivo de cada una, para ver si se las puede dar a su ganado o no, en qué época. También analicé la forma de utilizarlas para que se puedan conservar en el tiempo”, detalló el profesional, quien dejó San Luis en 1985. “Me volví a Estados Unidos a hacer una maestría y aquí algunos creyeron que terminé mal con el INTA. Nada que ver, me ayudaron en todo, estoy muy agradecido. Por eso puedo volver cuando quiero y reencontrarme con viejos amigos”, aclara.

 

“Muchas pasturas eran desconocidas, se fueron descubriendo sobre la marcha ¿La más rendidora? La encontré en San Martín del Alto Negro, otra muy buena crecía en la zona de Los Trapales. Son especies sorgastrales (pastizales dominados por la gramínea perenne C4 Sorghastrum Pellitum, muy digeribles para los animales en verano), flechillares (dan buena cobertura y biomasa) y por supuesto, la Poa Ligularis (tiene la característica de mantenerse siempre verde, por lo que es muy buena en invierno, cuando falta forraje)”.

 

El libro titulado “Las formaciones vegetales en la provincia de San Luis”, fue publicado por Anderson en 1970 junto con sus colegas Jorge del Águila (era su jefe en el INTA) y Abel Bernardón. Representa un texto de referencia sobre pastizales con gran vigencia, que sigue siendo citado en muchas tesis de estudiantes de la carrera de Agronomía. “Trabajé con excelentes profesionales, otro fue Bruno Molinero, un gran compañero”, recuerda el científico estadounidense.

 

Una leñosa del monte puntano que le llamó la atención y al que le dedicó un trabajo en 1976 fue el chañar. Su tratado sobre los problemas que trae para la producción bovina también ayudó al desarrollo ganadero, sobre todo en el Departamento Dupuy. También le legó a la provincia un profundo estudio sobre el fuego como elemento de manejo del pastizal natural. Realizado un año antes de su partida, en 1984, analiza cuándo las quemas pueden ser beneficiosas y la reacción de diversas pasturas y ambientes al efecto del fuego, realizando recomendaciones de gran utilidad para las generaciones que vinieron después.

 

Hoy Anderson disfruta de una vida tranquila en Arenas Blancas, Nuevo México. “Estoy jubilado, trabajé 26 años en la base militar Missile Range estudiando el efecto de los proyectos del Ejército estadounidense sobre los suelos, para conocer la mejor forma de protegerlos”, dice con la misma pasión con la que encaraba la vieja ruta 148 de tierra rumbo a los pastizales desconocidos del sur puntano.

 

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