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Producción y medio ambiente van de la mano

El ingeniero agrónomo Esteban Jobbagy es un profundo conocedor del fenómeno de la Cuenca del Morro. Dice que se puede tener grandes rendimientos en zonas áridas, pero hay que manejar bien el agua subterránea.

Por Magdalena Strongoli
| 27 de mayo de 2018
Daño. La aparición de los ríos subterráneos abrió enormes cárcavas en la cuenca.

Esteban Jobbagy es un ingeniero agrónomo recibido en 1993 en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Mientras estudiaba, ya trabajaba en el Laboratorio de Ecología de la Facultad de Agronomía de la misma universidad (FAUBA). A través del Conicet, en 1997 consiguió una beca para ir a hacer un doctorado en Biología con especialización en ecología en Texas, Estados Unidos. Ya en ese momento, aunque no lo sabía, su interés por el comportamiento de las aguas subterráneas lo traería años después a San Luis, donde haría grandes aportes para alcanzar soluciones a largo plazo en un terreno conflictivo como la Cuenca del Morro. 

 

“En toda mi carrera me moví entre la agronomía y las ciencias ambientales. Mis inquietudes siempre estuvieron puestas en la producción y el ‘mundo real’ que represento a través de la naturaleza”, dijo Jobbagy sobre cómo es el camino que lo conduce a las conclusiones en las diferentes investigaciones que realizó.

 

Como buen hombre de ciencia, disfruta de ver cómo la naturaleza es un circuito perfecto que encaja con la producción de alimentos. A lo mejor nunca imaginó los desafíos a lo que años después se enfrentaría y quizá tampoco tenía en sus planes terminar en la zona más árida de la producción argentina. Sin embargo ahora, con mirada retrospectiva, Jobbagy entiende que todos los caminos lo conducirían, indefectiblemente, a este San Luis lleno de desafíos ambientales y productivos.

 

“A mis 49 años creo, humildemente, que mi aporte más importante es poder ser un puente entre el sector productivo y todos los actores ocupados y preocupados por los temas medioambientales. Puedo moverme en esos dos mundos soportando las críticas de un lado y del otro”, analizó al dejar ver las dificultades que traen ambos temas y la necesidad de que haya un cambio de visión para poder avanzar. No solo para tener mejores condiciones en el entorno natural, sino también para poder producir alimentos de mayor calidad.

 

Fiel a sus orígenes, Jobbagy volvió a la Argentina luego de haber pasado una temporada de estudio en Estados Unidos para terminar su tesis doctoral. “Mi trabajo se desarrolló en plantaciones de eucaliptus en la Región Pampeana, donde solo se usaban para aportar sombra. Poseían un sistema muy especial y mostraban para mi análisis del comportamiento de los suelos y el agua, un cambio de vegetación extrema”, contó sobre aquel trabajo que le hizo aportes que luego usaría en las zonas encharcadas por los excesos hídricos de la Cuenca del Morro.

 

 

Jobbagy llegó a San Luis en el año 2003 atraído por la idea de investigar las producciones de alimentos desde la región central más árida de la Argentina. 

En otra oportunidad el Conicet, como si el camino estuviera trazado, ofrecía un concurso en el que Jobbagy posó sus ojos. El cargo era para trabajar en la sede de INTA Villa Mercedes, en San Luis. En algún momento entre los años 2003 y 2004 se asentó con su familia en el sudeste de la provincia. “Me atraía la idea de seguir vinculado a la región central, pero mirándola desde la zona más seca“, contó sobre la idea de permanecer en estas tierras en donde es admirado por sus colegas y consultado por dirigentes políticos ocupados en la tarea de cuidar el medio ambiente.

 

No todo fue color de rosa y las condiciones iniciales para trabajar no fueron las mejores. Una sociedad poco receptiva a los cambios no le impidió trabajar en lo que lo apasiona. Hoy las condiciones son otras y si bien ser investigador en la Argentina nunca es fácil, su incansable búsqueda siempre lo lleva a permanecer. Lo invitaron a trabajar en la Universidad Nacional de San Luis en donde, sin pensarlo, decidió entrar para aportar sus conocimientos. “Me parecía que ése era el lugar en donde iba a poder formar un buen equipo de trabajo y no me equivoqué. Aquí también fue más fácil el acceso a formar estudiantes”, contó.

 

“El estudio de los eucaliptus me llevó a darme cuenta de que en la llanura existe un diálogo entre la vegetación y las napas freáticas. Esa idea fue clave y hasta ese momento nadie lo había tenido en cuenta”, dijo, y continuó: “Por aquellos años se empezaban a crear los mapas de rendimiento agrícola. Allí, de la mano de un amigo que los hacía, pude ver que en zonas secas se daban muy buenas producciones de maíz. Quienes hacían esos estudios sospechaban que podía ser la napa la que alimentaba el cultivo. Yo fui a corroborarlo. Cuando llegué vi algo increíble. Consideré que era momento de volver a ser agrónomo”, comentó con una sonrisa, al recordar que contactó a su viejo compañero de estudios, Jorge Mercau, que también había llegado a San Luis para instalarse con su familia y desempeñarse como investigador.

 

Ése fue el comienzo de la historia que les permitió darles a los productores una idea de cuándo las napas ofrecen agua útil para producir, especificó Jobbagy. “Creamos un marco teórico que no existía en el mundo, para poder entender el feedback que existe entre cultivos y aguas subterráneas. Algo que descubrimos es que no solo el agua tiene influencia sobre los cultivos, sino que también se da en el modo inverso. Los tiempos son difíciles de entender y muchas veces van justamente ‘a destiempo’. Hoy sabemos que la napa puede salvar al productor de la sequía, pero dependiendo de la profundidad, incluso puede causar el efecto contrario. Además las decisiones previas influenciarán la superficialidad de esas napas“, explicó sobre el estudio por el que es reconocido en la provincia.

 

Hay viejas creencias que el científico también ha venido a desterrar. “Los productores suelen creer que el agua, tanto cuando está como cuando no, nunca es responsabilidad de lo que se hace en los lotes”, analizó, y agregó que es parte de la naturaleza humana hacer responsable siempre a los otros de las cosas malas o que no son beneficiosas. “La realidad es que en las llanuras los trabajos que se hacen en los campos son fundamentales en materia de agua”, aseguró, y dijo que cuando uno tiene la napa cerca de la superficie “no será lo mismo si se hace un doble cultivo o uno de cobertura, ya que habrá menos chances de anegamiento que si se hace una siembra de cultivo de verano solamente”.

 

Para ahondar más en el tema, dijo que “el agua subterránea es distinta. Los trabajos en los campos escapan a lo que se conoce como las buenas prácticas agrícolas, que fueron pensadas para cuidar los suelos. El planteo es poder reconocer que debemos usar esa agua y para eso hay que tener los lotes cubiertos por más tiempo”, dijo para el caso de zonas inundadas. Luego agregó que para años de escasez hídrica “se puede buscar agua subterránea hasta las raíces de los cultivos, que en el caso de la alfalfa pueden alcanzar hasta siete metros de profundidad”.

 

El científico reconoció que en la actualidad han conseguido poner el en tapete lo que él llama: “La responsabilidad hidrológica” gracias a los trabajos de extensión que han hecho y a reuniones con dirigentes políticos, pero es realista y sabe que la limitante económica es un tema que condiciona al productor a la hora de decidir qué y cómo producir.

 

La dura realidad de la Cuenca

 

“Para empezar, hay que decir que la humedad de un paisaje no sólo va a depender de las lluvias, sino también de lo que cultivamos. La aparición del río Nuevo es la manifestación del problema de que cada vez tener más agua. Y detectamos que no solo se trataba de años muy húmedos, por primera vez en la Cuenca del Morro había mucha agricultura como la que hoy se hace: con siembra directa y de un solo cultivo al año”, recordó sobre el origen de  los problemas de encharcamiento que se empezaron a detectar hace 12 años, justo cuando él comenzó a trabajar en la zona.

 

Para esos trabajos contaron con la cooperación de geólogos de Estados Unidos, quienes estudiaron el pasado de los suelos durante los últimos 100 mil años, e ingenieros hidráulicos de la Universidad de la Plata y de la UBA que hicieron modelos de simulación de la Cuenca. “Hemos hecho grandes avances en el estudio del problema. Hay algunas pocas soluciones de ‘plomería’ que implican profundizar o mantener limpios de sedimentos los cauces que se han formado, hacer canalizaciones que se adapten al recorrido espontáneo que hace el río sin tratar de desviarlo”, dijo. “Esa cantidad de agua es el resultado de que los cultivos no usan todo el fluido que deberían, por eso pasar a cultivos que usen más ese recurso sería una gran solución. Para eso una de las salidas sería volver a tener más pasturas. Es necesario para alcanzar ese ideal regulaciones que lo fomenten. Además, el camino que tomó el Gobierno de la Provincia de forestar es muy bueno, pero debe hacerse en grandes extensiones”, agregó, para luego aconsejar que la primera opción y la más efectiva sería la de implantar pasturas, lo que debería llevar a un cambio a la inversa de lo que se viene dando en cuanto a producción. Algo a grandes rasgos como volver de la agricultura a la ganadería.

 

“Para la implantación de pasturas es fundamental el apoyo técnico para poder elegir mejor las variedades, los sistemas a implementar y rediseñar un poco la ganadería en tiempos donde se engorda más a corral y se usan granos para terminar a los animales. Por último, el incentivo es vital, sobre todo para la comercialización con mejores precios”, analizó Jobbagy, quien dudó de que “podamos volver a un sistema de pastoreo directo con rotación de agricultura. Eso es de otra época y difícilmente sea rentable, pero tal vez sí sería conveniente volver a pensar la ganadería que queremos. Impulsar una actividad que consume pasto traería grandes beneficios ambientales”, analizó en el final, antes de remarcar un aspecto que lo obsesiona y que es casi el fundamento de su trabajo: “En todas las áreas productivas es fundamental incorporar conceptos ambientales”.  

 

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