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Alimentos, falta y abundancia

Por redacción
| 01 de junio de 2018

La crisis alimentaria aumentó en gravedad, impulsada por un contexto de crecientes conflictos militares, mientras la Organización de las Naciones Unidas (ONU) multiplica sus esfuerzos para erradicar el hambre extrema para 2030, con la colaboración de la sociedad civil. Incluso, se le pidió al Consejo de Seguridad del organismo plurinacional, esforzarse más para “romper el vínculo entre hambre y conflictos”.

 

Casi las dos terceras partes de las personas con hambre viven en países con conflictos. El enfoque actual apunta a luchar contra este padecimiento mediante la transformación del sistema alimentario global. Lo que permitirá llegar a la creciente población mundial con alimentos más saludables, procedentes de un planeta saludable y sin dejar a nadie exento.

 

En el centro del debate, existe la preocupación de que más de 800 millones de personas sufran hambre, mientras que otros 2.000 millones tengan sobrepeso, a lo que se suma el aumento exponencial de enfermedades evitables y relacionadas con el tipo de dieta como diabetes, problemas de corazón y distintos tipos de cáncer.

 

La malnutrición se manifiesta en los niños de dos maneras clave: dejándolos peligrosamente delgados en relación a la talla, o impidiendo su crecimiento de forma permanente. En el otro extremo, poblaciones con dietas excedidas en calorías, pero bajas en nutrientes son responsables del sobrepeso y la obesidad.

 

Pero el dato que estremeces es que una tercera parte de los alimentos producidos se pierden o dilapidan, lo que alcanzaría para alimentar hasta cuatro veces a todas las personas que pasan hambre.

 

De igual manera la lentitud con que se responde a las crecientes presiones que implica el cambio climático y el aumento de las de-sigualdades sociales hace que no todo el mundo tenga acceso a los alimentos adecuados. De hecho, la ONU declaró en 2017 que después de una década de disminuir, el hambre aumentó otra vez.

 

Para alcanzar el hambre cero en el 2030, existen variadas soluciones, como conectar a los pequeños agricultores con los mercados, eliminar las barreras al comercio o impulsar la producción sostenible de alimentos. Pero para ello es necesario una genuina voluntad política, y que los actores de distintos sectores, fronteras y disciplinas, trabajen juntos.

 

La industria alimenticia no sólo produce lo que enferma a los habitantes del globo, (y que destruye al planeta), sino que además está subsidiada con miles de millones de dólares al año. Los más pobres son los menos responsables de ello y los más afectados por esa tendencia.

 

Un punto de partida para reformar el sistema de alimentación mundial, pasa por conectar y asociar la ciencia, los políticos, el sector privado y la sociedad civil, y desde allí encarar transformaciones esenciales y cada vez más urgentes, de cara al 2050.

 

Cambiar las dietas para que sean saludables, gustosas y sostenibles. Realinear las prioridades del sistema de alimentación con las personas y el planeta en primer término. Producir más alimentos adecuados, con menos. Salvaguardar la tierra y los océanos. Reducir radicalmente las pérdidas y el desperdicio de alimentos.

 

Alrededor de 1.300 millones de toneladas de alimentos se pierden cada año. En las naciones más pobres, ese desperdicio generalmente ocurre antes de que llegue al mercado, lo que, en parte, se puede resolver mediante tecnologías simples en la cadena de suministro, como transporte, empaquetado y refrigeración.

 

Intervenciones tecnológicas como la agricultura de precisión o inversiones en procesos posteriores a la cosecha marcarán una gran diferencia.

 

En los países más ricos, la mayor parte del desperdicio ocurre cuando deja el mercado, en los supermercados o en los hogares.

 

Comprar menos, pero más seguido y evitar las compras compulsivas son medidas clave. Entre la falta y la abundancia hay que encontrar el equilibrio. Quienes padecen hambre no tienen mucho tiempo.

 

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