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El gaucho de la libertad

Fue soldado desde los 14 años. Combatió a los ingleses para repeler las invasiones y a los españoles para conseguir la independencia. Protegió la frontera norte para que San Martín pudiera desplegar su plan continental desde Cuyo.

Por Gustavo Luna
| 18 de junio de 2018

Un grupo de hombres entrando a caballo en un río, comandados por un jinete de apenas 21 años, para tomar por asalto un barco. No es un hecho habitual en una batalla y bien puede ser una escena de ficción para una película. Pero no es más que un hecho real, ocurrido el 12 de agosto de 1806, en el Río de la Plata. La nave es el “Justine”, de los ingleses, que han invadido Buenos Aires, en el primero de sus dos intentos por tomar como colonia esta parte de América del Sur. Y el muchacho que comanda la captura del navío es un salteño, Martín Güemes, a quien, favorecidos por la traición de alguien a quien él le había perdonado la vida, soldados españoles asesinaron en 1821, un 17 de junio como hoy.

 

Aquella acometida de Güemes, entrando con su caballo en el Río de la Plata –aprovechaba una bajante del agua– es todo un símbolo de su espíritu de combate. Así fue toda su vida. Así murió. Atribuida a él la táctica de atacar a caballo un barco en un río, para los admiradores de su figura aquel hecho iniciático, ese bautismo de fuego, es revelador de sus dotes de estratega.

 

Algunos escritores, como el poeta León Benarós, nacido en Villa Mercedes, le han dedicado odas a Güemes, pero la enseñanza de la historia nacional le debe un espacio más significativo, como uno de los artífices de la emancipación sudamericana.

 

Martín Miguel Juan de Mata de Güemes Goyechea nació el 8 de febrero de 1785. Era uno de los ocho hijos de un funcionario español, tesorero de la Real Hacienda. Ya a los 14 años, Martín Miguel se incorporó al Regimiento Fijo de Infantería. Iniciaba así el camino de las armas, del cual nunca se apartaría.

 

Cuando cumplió 20 años, fue enviado con su destacamento a Buenos Aires y allí estaba en junio del año siguiente, cuando las tropas británicas al mando del brigadier Carr Beresford desembarcaron y ocuparon esa modesta aldea donde vivían no más de cuarenta mil personas.

 

Repelidos los dos intentos de conquista inglesa, a fines de 1808 Güemes volvió a Salta. Dos años después, ya producida la Revolución de Mayo, el 7 de noviembre de 1810 participó en la batalla de Suipacha, la primera victoria del ejército revolucionario en la lucha por la Independencia.

 

El auspicioso comienzo de la guerra para los patriotas contrasta con “el desastre de Huaqui”, del 20 de junio de 1811, cuando el Ejército del Norte fue aniquilado por las tropas realistas, lo que motivará al Primer Triunvirato a darle la jefatura de ese regimiento a Manuel Belgrano. El creador de la Bandera sanciona a Güemes y lo envía, castigado, a Buenos Aires. La causa invocada en forma oficial es que el espigado morocho salteño se había enredado en amores con la esposa de un oficial. Nunca se sabrá si hubo otras motivaciones. Luego habrá reconciliación entre ellos, al punto de reconocerse como amigos.

 

Más tarde, Güemes pide ir a Tucumán, para ponerse a las órdenes de San Martín, nuevo jefe del Ejército del Norte. Así se convertirá en la garantía que tendrá el libertador para bajar hacia Cuyo y armar el Ejército de los Andes, con la tranquilidad de que las tropas del rey no podrán atacar por el norte. Allí estará el salteño, evitando sucesivas invasiones enemigas con su división de “Infernales”, con los cuales va a implementar la guerra gaucha.

 

Las tácticas de guerrilla de Güemes serán estudiadas después en academias militares europeas. Sus gauchos son un vendaval: aparecen de golpe, toman por sorpresa a las tropas enemigas, diezman sus filas y desaparecen antes de que los adversarios puedan reaccionar. Sus incursiones son eficaces sobre todo porque desmoralizan a las huestes españolas. “Su plan es no dar ni recibir batalla decisiva, y sí hostilizarnos en nuestras posiciones y movimientos”, le informa el general Joaquín de la Pezuela al virrey del Perú. “Bien montados, se atreven con frecuencia a llegar hasta los arrabales de Salta y a tirotear nuestros cuerpos (…) nos hacen casi con impunidad una guerra lenta, pero fatigosa y perjudicial”, le admite.

 


 

Fuero para los gauchos

 

El ascendiente que Güemes tiene en la mayoría de la población salteña, sus logros en los campos de batalla, sobre todo en el combate del Puesto del Marqués, del 14 de abril de 1815, explican que sea aclamado gobernador de su provincia, el 15 de mayo de ese año.

 

Establece el “fuero gaucho”, por el cual, los hombres que integran las filas de su ejército son eximidos de pagar impuestos mientras están en combate. Eso acrecienta la lealtad de sus hombres. Pero todo tiene un costo. La guerra es cara, y el gobernador impone exacciones que muchos miembros de la clase pudiente de Salta no van a tolerar por mucho tiempo. Además, su fama de líder crece y su poder molesta. Lo tildan de dictador. Y surge un partido de oposición a su gobierno, que se hace llamar “La Patria Nueva”.

 

Güemes no gana para sustos, pues hasta debe enfrentar el recelo de quienes luchan de su lado. José Rondeau, después de ser derrotado en Sipe Sipe en noviembre de 1815, quiere confiscar quinientos fusiles que los gauchos salteños han arrebatado a los españoles, pero el gobernador no se lo permite. Las negociaciones terminarán recién a principios de 1816, cuando firman el Pacto de los Cerrillos, por el cual le reconocen al caudillo el derecho de seguir haciendo la guerra de guerrillas contra los invasores.

 

El soldado Güemes ha consagrado su vida a la lucha por la emancipación. Pero no por ello ha resignado los asuntos del corazón. Se casa en 1815 con Carmen Puch y tendrán tres hijos. La celestina que concertó la relación no fue otra que su hermana Magdalena Güemes de Tejada, la “Macacha”. Ella, su compañera de juegos de la infancia, dos años menor que Martín Miguel, es su mano derecha en la organización de la lucha emancipadora por el norte.

 

“La ministra sin cartera”, como la llaman, influye para que se firme el Pacto de los Cerrillos. Y para que se cumpla.

 

La familia es apenas un remanso, la guerra no da tregua. La oposición tampoco. Aunque en mayo de 1821 el cabildo salteño lo depone, Güemes recobra el poder, pero perdona la vida de sus adversarios. Uno de ellos, Mariano Benítez, facilita información para que una partida de soldados españoles, al mando de José María Valdés, "El Barbarucho", embosque al jefe de los “Infernales”. Es el 7 de junio. Tomado por sorpresa, Güemes es baleado, pero alcanza a escapar a caballo entre dos pelotones que le disparaban. Diez días agonizó en Cañada de la Horqueta. Cuando la vida se le iba de las manos, delegó el mando en el coronel Jorge Enrique Vidt, con la expresa orden de continuar la lucha contra el ejército realista, hasta vencerlo. El sueño que Güemes no alcanzó a ver se hizo realidad tres años después.

 

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