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El monje sanluiseño de Rusia

Por Maximiliano Molina
| 19 de junio de 2018

La historia de Iván Flores, conocido por acá como el padre "Macario". Se crió en Justo Daract pero desde hace una década vive en Rusia. "Creo que vamos adonde Dios nos lleva", subrayó. 

 

Leo El Diario por internet, siempre estoy informado sobre lo que pasa en San Luis”, cuenta. Así se enteró de que había dos enviados especiales en Rusia por la Copa del Mundo y se contactó; quizá con la intención de juntarse un rato y tener un diálogo con gente de su tierra querida. 

 

La puerta de la estación de Metro Shabolovskaya fue el punto de encuentro. Moscovitas iban y venían en un día a pleno sol. De pronto, entre el gentío aparece el monje ortodoxo Iván Flores (40 años), vestido con su hábito negro, barba prominente y sandalias. “Bienvenidos”, dice, e inmediatamente invita a conocer el monasterio Donskoy, el lugar en donde vive desde hace dos años.   

 

En esas siete u ocho cuadras hasta su hogar empieza a contar un poco su vida. “Si bien me llamo Iván Flores, todos me dicen Macario. Así que prefiero que me llamen así”, destaca. Nació en San Rafael, pero se fue a vivir a los 12 años a Justo Daract porque su padre era ferroviario. “Fueron lindo mis años ahí. Como le dicen… la Puerta de Cuyo”, recalcó.

 

Macario es el mayor de cuatro hermanos; los dos que le siguen en edad son “Fabricio, que está en Villa Mercedes, y  Fernando en Buenos Aires”. La menor, Carla, vive con sus padres —Gladys y José— en Justo Daract.

 

 

Su vida religiosa

 

“A nuestros caminos sólo Dios los conoce”, dice mientras hace las veces de guía turístico en el monasterio, que tiene una iglesia principal, residencia de los monjes, y un cementerio en donde descansan los restos de personajes destacados de la vida política y social de Rusia. Y en una inmensa pared en el fondo del predio, esculturas rescatadas de la Catedral del Cristo Salvador cuando Stalin la destruyó en 1931; luego fue reconstruida setenta años después.

 

Justo enfrente del Monasterio hay una plaza muy grande. En un banco, al resguardo del sol, la charla continúa. “Yo pertenecía a un instituto religioso en San Rafael, que es misionero. Estuve en ese seminario y luego te mandan adonde haya iglesias católicas; a mí me tocó Rusia. Tenía 30 años. Primero estuve al sur de Kazajistán, en un pueblo en donde hay mayoría de musulmanes. Luego me fui al extremo oriente de Rusia, en una ciudad que se llama Jabárovsk. Ahí estuve ocho años. Y ahora hace dos que estoy en Moscú”.

 

Macario inició su seminario y luego fue sacerdote en el catolicismo; pero hoy es monje y sacerdote ortodoxo, la religión más popular en Rusia. “Son muy similares, pero con ciertas diferencias. Creo que los ortodoxos mantenemos aún ciertas tradiciones”. 

 

Según cuenta, la Iglesia Ortodoxa tiene la particularidad de tener dos clases de sacerdotes: los casados, que viven frente a las parroquias, y los monjes —como Macario— que residen en los monasterios y allí rezan. El daractense cuenta cómo fue el proceso de cambio: “Cuando vine a Rusia lo hice con otro sacerdote, que era mi superior. Él no quería tener contacto con los ortodoxos y yo sí lo tuve. Siempre me llamó la atención la Iglesia Ortodoxa pero sabía muy poco, porque en Argentina casi no existe. La mayoría de los sacerdotes que conocí acá eran casados y eso me sorprendió.  Siempre nos juntábamos; hablábamos, pero nunca me dijeron nada con respecto a ser sacerdote ortodoxo. Pero luego tuve contacto con un sacerdote de Moscú, y él sí comenzó a hablarme. Hoy es como un hermano. También conocí al obispo, quien siempre me tendió una mano. Creo que vamos adonde Dios nos lleva”.

 

 

La nostalgia

 

“Son los primeros de San Luis que vienen desde que estoy en Rusia. Y argentinos, me parece que también”, afirma Macario, en un español un poquito menos fluido de lo normal, seguramente por la falta de práctica diaria. Por eso piensa a la hora de responder, como intentando recordar las palabras justas que expliquen de la mejor manera lo que quiere decir.   

 

“Hace dos años que no veo a mi familia. Con mi mamá hablo seguido, por lo menos una vez por semana, vía WhatsApp. Pero con mi papá menos, porque no usa teléfono personal. Hasta que mis papás estén vivos siempre voy a volver a San Luis. Siempre me acuerdo de ellos, y les agradezco el don que me han dado, que es la vida. Nunca podré pagarles a mis papás lo que han hecho por mí”, suelta, con la voz entrecortada.

 

Hace una pausa, y con la mirada perdida, agrega: “Me gustaría decirles a mis padres que a pesar de que no nos vemos muy seguido, los quiero mucho. Sólo quiero decirles gracias. No puedo ayudarlos materialmente pero confío en mis hermanos, que siempre les dan una mano a mis viejos. Rezo por ellos para que sigan unidos”.

 

La entrevista regresa hacia atrás y Macario recuerda cómo fue el momento en que le dijo a su familia que quería ser sacerdote y entrar al seminario. “Mi mamá no lo aceptaba. Sencillamente porque los padres sueñan con que los hijos tengan su familia. Y yo a eso no puedo dárselo. Pero después se acostumbró a que yo no esté en la casa”. Luego vino la noticia de que se iría al otro lado del mundo. De todas maneras, sus progenitores ya lo esperaban. “Ellos sabían que me iba a ir a algún lugar. Así que el golpe no fue tan duro”.

 

El día a día de los monjes es particular, y Macario lo detalla. “Cuando fue construido, este monasterio estaba aislado, no tenía nada en kilómetros a la redonda. Hoy está en medio de la ciudad, por lo que ahora la gente viene continuamente y visita la iglesia, el cementerio,  y recorre el lugar”. En medio de la entrevista, hace la invitación a una misa que daría dos días después “acá, en una iglesia muy cerquita. La doy en un idioma llamado eslavo antiguo”. Al sacar ese tema, cuenta porqué no hay bancos para sentarse en las iglesias ortodoxas: “Por signo de reverencia a Dios”.

 

Volvemos a las costumbres argentinas. “Cuando estaba en Jabárovsk tenía un mate y me traía yerba cuando viajaba para nuestro país. Pero después me hice amigo de un sacerdote católico de Polonia. Estuvo en Argentina, le encantó nuestra cultura y le regalé el mate. Desde ahí no tuve más un mate. En cuanto al dulce de leche, acá hay uno muy parecido al argentino y otro que es similar a la leche condensada. Ambos son muy ricos”.

 

Macario camina lento antes de despedirse. “Un gusto que hayan venido”, dice, mientras da la mano con firmeza en el acceso al predio en donde vive. Da media vuelta y se va. Como lo hizo cuando decidió dejar Justo Daract, para terminar al otro lado del mundo.

 

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