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El desafío de producir en plena Cuenca del Morro

El campo de la familia Sáenz ha convivido durante décadas con el avance del agua y de los sedimentos. Pero nunca bajaron los brazos y se mantienen vigentes con un ciclo ganadero completo y una agricultura responsable. Las pasturas son la herramienta clave para resistir.

Por Juan Luna
| 03 de junio de 2018

Cuando atraviesa las puertas de salida de su trabajo, Claudio Sáenz conserva los mismos gestos cordiales con los que se maneja dentro del INTA. Saluda sonriente y conduce su camioneta durante unos pocos kilómetros para llegar a Juan Jorba, donde se erige el campo que ha sido patrimonio de su familia durante más de treinta años. Pero aún en los últimos tramos del camino, le cuesta convencerse. A pesar de su experiencia como productor agropecuario, como ingeniero agrónomo y como jefe de la Agencia de Extensión Rural de Villa Mercedes del organismo nacional, mantiene su perfil bajo y lo asalta la timidez al momento de mostrar lo suyo. Pero a medida que recorre los lotes y cuenta los trabajos y esfuerzos que han depositado en esas tierras, se suelta y aparece otro sentimiento, ése que caracteriza a toda persona que hace lo que le gusta: el orgullo.

 

Porque aunque no les guste presumir, los Sáenz tienen motivos suficientes por los que sentirse orgullosos. Han logrado resistir los embates que el avance del río Nuevo ha traído consigo desde 1984 hasta la actualidad, como un arroyo que atraviesa en medio del campo, recurrentes inundaciones de lotes, animales que han quedado empantanados y sedimentos que han sepultado alambrados: y nunca bajaron los brazos.

 

En plena parte baja de la Cuenca El Morro, en el establecimiento “El Panchito” (nombre que acarrea desde antes de que ellos llegaran), combinan agricultura responsable con un ciclo ganadero que va desde la cría hasta el engorde, siempre que el clima y el mercado lo permitan, en el que las pasturas juegan un papel clave. Así, de a pequeños pasos pero seguros, también se animan a crecer.

 

Tras la muerte de su padre, Claudio es quien permanece al frente de la estancia, en una familia que completan su madre y una hermana. "Mi papá, Valentín, nació en Chaján, en la provincia de Córdoba, pero desde muy chico se radicó en Villa Mercedes. Por eso, todos somos nativos de esa ciudad y estamos vinculados al campo desde siempre. Estas tierras las compró él en 1984, tiene unas 485 hectáreas, de las cuales unas 230 son agrícolas y el resto tiene mayor capacidad ganadera”, relató.

 

Pero en las labores no está solo. Su mano derecha es Ramón Héctor Barroso, más conocido como “Lito”, el puestero que le pone el cuerpo a las tareas con la hacienda. Entre patrón y empleado prima el respeto, pero también la confianza. “Yo acá estoy suelto. Hago, decido y cuando necesito algo lo consulto con él, y nos entendemos muy bien. Así se hace mucho más fácil el trabajo”, contó el hombre de 66 años, que viste boina, ceba mates amargos y tiene una amabilidad de ésas que ya no se ven tan a menudo.

 

 

Con los ojos de uno y las labores del otro, no renuncian al carácter mixto que siempre tuvo el establecimiento. Esa flexibilidad en las producciones es lo que les ha permitido aguantar las dificultades que el medio ambiente les ha presentado. En los años en los que el agua invade los campos, achican la superficie agrícola y amplían el espacio de cría, mientras que en las épocas en las que las napas y la salinidad bajan, logran hacer buenas rotaciones de maíz y soja.

 

“Éste es uno de los primeros campos de la zona que trabaja con siembra directa. Implementamos el sistema en 1995”, resaltó Sáenz.

 

En la actualidad, la siembra no está en sus manos sino que alquilan una parte de los lotes para la realización de cultivos, pero ponen énfasis en las buenas prácticas agrícolas como condición. De hecho, en esta temporada incursionaron en una especie que nunca habían hecho antes: el maní. “Ya lo dieron vuelta para que seque y le volearon trigo como cultivo de cobertura, porque es muy importante cuidar los suelos”, aclaró el productor, que también se especializa en agua dentro de las investigaciones del INTA.

 

En cambio, en el aspecto ganadero, no delegan y llevan adelante un rodeo que ronda las 160 madres con una base importante de la variante negra de la raza Aberdeen Angus, pero con rastros de sangre Charolais que ayuda a lograr animales de buen porte. Con buenos índices de destete, que rondan entre el 86 y el 90%, mantienen un ciclo cerrado que se retroalimenta con las nuevas pariciones de cada primavera, salvo cuando incorporan algunos toros para servir a las hembras.

 

“Hemos hecho inseminación artificial, pero muy pocas veces. Por lo general es un servicio tradicional estacionado y los nacimientos se dan aproximadamente entre setiembre y diciembre. Hacemos el destete en abril y después comienza una etapa de recría de un año hasta el abril siguiente, cuando entra una nueva camada de terneros a la recría. Ahí tomamos la decisión, dependiendo la disponibilidad de maíz, de hacer el engorde o vender la invernada”, describió el ingeniero.

 

Los canales de venta son variados. A veces concretan negocios directos con otros productores y otras llevan hacienda a las ferias. Si el año y los precios lo permiten, hacen una terminación para sacar un animal de entre 420 y 450 kilos con destino al consumo interno. Ahora, la intención principal es incorporar algo de genética de la raza Limangus para tratar de lograr un animal de mejores cuartos.

 

“Uno de los grandes problemas que tenemos es el agua, como toda la parte baja de la cuenca. Contiene niveles altos de sulfato, entonces la producción de carne se ve afectada. Es común ver animales bayos por falta de cobre en la sangre, por eso hacemos aplicaciones cada tres meses”, reveló.

 

En la alimentación de la hacienda es donde más se nota cómo han sabido adaptarse a las condiciones que las inundaciones dejaron en el suelo. Porque además de los pastizales naturales, han destinado una gran parte de los lotes para la plantación de pasturas que sean capaces de tolerar la salinidad y los anegamientos, y que aporten materia verde para el invierno.

 

“Tratamos de que sea un sistema de bajo costo. Tenemos zonas bajas que tienen agropiros puros y hay algo de monte, que se consume en rotación durante el invierno, con algo de reserva de rollo de alfalfa", explicó.

 

El agropiro es una especie forrajera que se adapta muy bien a los suelos salinos y permite rehabilitar terrenos afectados por los excesos hídricos que, de otra manera, estarían improductivos. Durante el verano lo combinan con alfalfa y realizan parcelas de ocho a quince hectáreas, sobre las que ejercen un pastoreo fuerte para que haya un buen nivel de rebrote.

 

Sáenz explicó que "consociar" esas dos pasturas no es la mejor combinación, porque compiten bastante y tienen disponibilidad de pasto en diferentes momentos, “pero como son lotes muy overos, en las partes bajas el agropiro anda bien y en la loma la alfalfa resulta mejor”, dijo.

 

A pesar de la seca importante que azotó al país esta temporada, no llegaron a quedarse sin forraje y las lluvias aliviaron al campo, que hoy reverdece con fuerza para terminar el otoño y encarar la época más fría del año.

 

"La idea que tenemos ahora es ir probando juntar alfalfa con festuca, que es otra gramínea que permanece verde durante el invierno pero que es un poco más sensible y menos resistente”, anticipó el productor.

 

Cuenca brava

 

En los últimos años, la emergencia ambiental en la Cuenca del Morro empezó a estar en boca de todos. Pero en realidad, el crecimiento de los excesos hídricos, la elevación de las napas, el arrastre de sedimentos y la erosión por viento y agua, vienen gestando su influencia desde hace varias décadas.

 

"El Panchito" es uno de los tantos campos que ha sufrido los impactos de ese desbalance ambiental que ha afectado a una región de más de 373.000 hectáreas en el Departamento Pedernera y que aún hoy da algunos dolores cabeza.

 

Claudio definió con elocuencia su relación con estos fenómenos: “Hemos convivido siempre con estos problemas”. En 1985, apenas un año después de que adquirieran las tierras, toda la zona de Juan Jorba sufrió un gran aumento de las precipitaciones: llovieron 260 milímetros en julio y el arroyo Zanjón del Cerro Negro generó inundaciones en muchos terrenos productivos. "Se llenó de agua gran parte del campo", recordó.

 

Los problemas volvieron con fuerza en 2015, otro año de muchas lluvias. "Un arroyo comenzó a bajar desde el noroeste hacia acá y empezaron a aflorar lagunas en diferentes partes del campo, en lugares donde nunca habíamos visto agua”, describió.

 

Entre un año y otro, hubo treinta en los que los cauces se siguieron abriendo paso, modificaron sus cursos, transportaron sedimentos y dejaron su huella en la calidad del suelo. De hecho, por medio de la estancia se abre camino el arroyo La Guardia, un caudal de agua que baja desde la hoya de El Morro y se llega hasta el ahora famoso río Nuevo.

 

“Tenemos casi 90 hectáreas afectadas por ese arroyo que se inunda, en el que hace dos años no entran las vacas porque corremos el riesgo de que se queden empantanadas. Y los vacunos son muy sensibles a la hipotermia cuando se quedan en el barro”, dijo.

 

Esa última situación tampoco les ha sido ajena. Han sufrido problemas de animales que han quedado atrapados como si estuvieran en un pantano. Y también el año pasado tuvieron que hacer 600 metros de alambrado nuevo porque el anterior fue tapado por sedimentos. “De hecho, ahora está amenazando de nuevo, está trayendo tierra que va tapando y se va modificando el cauce”, contó Sáenz.

 

Paradójicamente, la sequía de la temporada 2017/2018 significó un poco de alivio para los productores de la Cuenca porque permitió que las napas freáticas, que estaban bastante altas, pudieran bajar un poco su nivel. De todas formas, las anegaciones son una constante y a cada huella del camino Sáenz y Barroso reconocen los lugares exactos donde se realizan los pantanos o ha habido algún charco profundo.

 

A pesar de todo ese difícil paquete ambiental, nunca dejaron de intentar producir. La utilización de las pasturas implantadas es una de las grandes estrategias que utilizan para darle una nueva vida a los suelos. Por eso es que el ingeniero ve con buenos ojos el Plan Alfalfa que lanzó hace poco el gobierno provincial y al que él mismo accedió.

 

“Como plan es muy importante porque estamos en una zona semiárida, en la que paradójicamente tenemos excesos de agua. Entonces hay que buscar la forma de transformar esa abundancia hídrica en dinero. La alfalfa suele ser uno de los cultivos más ineficientes en situaciones normales, porque absorbe mucha humedad de la napa. Pero en este caso se convierte en el más positivo porque es el que más va a consumir para lograr un balance, y nos va a servir para venderla a países que tienen déficit de agua. Es muy interesante”, valoró.

 

Así, en uno de los primeros lotes antes de llegar al casco, ya sembraron las semillas que recibieron a fines de marzo. Aunque las pocas lluvias no acompañaron demasiado para hacer un nuevo cultivo, confían en las virtudes de la pastura que ellos ya utilizan desde hace un tiempo.

 

Porque si de enfrentar adversidades se trata, ya han sabido reponerse a batallas difíciles a nivel productivo y humano.

 

Cuando tenía apenas 14 años, Claudio tuvo que ponerle el cuerpo al campo para ayudar a su padre que había enfermado. Tanto lo atrapó el oficio que estudió ingeniería agronómica, se licenció y se especializó.

 

Barroso, el fiel ayudante, en poco tiempo tuvo que sobreponerse a una cirugía del corazón y a una fractura de la pelvis por un accidente a caballo. "Pero yo nunca me espanté y apenas me recuperé volví a trabajar. Cuando uno hace lo que le gusta, es difícil estar quieto en la casa y cualquier tarea se vuelve menos sacrificada", expresó el hombre, también mercedino, con el último mate. Su patrón lo miró y asintió con la cabeza, como coincidiendo una vez más.

 

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