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Un inolvidable viaje en bicicleta

Pedro y Federico Strelin cruzaron las Sierras de los Comechingones a fuerza de pedal. La travesía fue de 260 kilómetros y duró tres días. El frío fue el rival a vencer.

Por Johnny Díaz
| 04 de junio de 2018
Padre e hijo en acción. Pedro Strelin y su hijo Federico a poco de comenzar el doble cruce a los Comechingones. Un hecho inusual.

Las Sierras de los Comechingones son siempre un desafío a vencer para los seres humanos más aventureros. Este imponente cordón montañoso que divide las provincias de San Luis y Córdoba muchas veces fue protagonista de significativas travesías deportivas, como la del reciente 28 de mayo con el doble cruce en bicicleta que hicieron Pedro Strelin y su hijo Federico.

 

Pedro es guía internacional y Federico, de 17 años, alumno de sexto año de la escuela polimodal "Santiago Besso" en Villa de Merlo. El hombre tiene sobrada experiencia en este tipo de aventuras. "Hacer el cruce ida y vuelta era una idea que hace bastante tiempo andaba rondando mi cabeza. Hablé con mi hijo para que se sumara al proyecto y enseguida le gustó. Admito que subestimé un poco el desafío, especialmente el regreso pasando por San Virgilio y Cerro Áspero. Menos mal que el factor climático ayudó, sino tal vez hubiese sido otro el final de la aventura", reconoce sin vueltas. 

 

Strelin dice que se prepararon para subir y bajar empinados cerros y riesgosas quebradas, sin descartar el peligro que implica estar en medio de la nada durante tres días. "Llevamos lo elemental, las bolsas de dormir, una muda de ropa, elementos de reparación para las bicis, algunos alimentos y no mucho más. Estábamos dispuestos a dejar insatisfechas las necesidades de segundo y tercer orden hasta cuando volviéramos a casa", expresa convencido.

 

"Elegí cruzar los Comechingones de ida por Merlo, en San Luis, para llegar al pueblo de La Cruz, en Córdoba. Cubrimos una distancia de 100 kilómetros, pasando por el Filo, bajando a Vallecito (que es casi un complejo turístico) y Lutti, un pequeño poblado que no tiene más de 60 habitantes, pero que cuenta con todos los servicios", sostuvo.

 

El recorrido llevó a los viajeros  hasta Río de los Sauces, departamento Calamuchita, después de pedalear unos 40 kilómetros por el mítico camino de las minas de Tungsteno. Un duro desafío y muy interesante para quienes gustan del ciclismo en lugares agrestes. Luego volvieron por el Filo para regresar a Merlo. "Fueron tres días de pura adrenalina, fue muy lindo hacer dupla con mi hijo. Compartir cuestiones que hoy en día están  menoscabadas o desprestigiadas. La simpleza de la vida natural, protegerse del frío a través del fuego o  aislarse de las bajas temperaturas del suelo con un simple colchón de paja y dormir pegaditos para evitar la pérdida de calor. También hubo que dosificar el esfuerzo para poder estar en movimiento 12 horas sin interrupción", señala con orgullo.

 


En bicicleta y rodeado de soledad. Un paisaje espectacular para ver el paso de Federico, que en tres días unió Merlo-LaCruz y Río de los Sauces-Merlo.

 

Strelin va desgranando los días de viaje con Federico como cómplice de la difícil aventura. Todo tenía un significado especial para él, porque estaba en juego el honor de hacerlo con su hijo y sabía que no podía fallar. "El ascenso empezó el 28, rumbo al Filo, que nos recibió demasiado motivados como para convertirse en el duro escollo brutalmente empinado. Fueron 16 kilómetros tremendos, pura subida. Ya pasado el mediodía cruzamos a la provincia de Córdoba por un camino de ripio en buen estado y tras pasar por Vallecitos y Lutti arribamos muy cansados a La Cruz, primera población cordobesa de relativa importancia desde que partimos de Merlo. Encontramos ahí un excelente alojamiento, apto para desenredar los nudos y contracturas que padecen los músculos en toda su extensión. El descanso estuvo muy bueno", detalla.

 

"Durante el segundo día ‑continúa‑ unimos los 40 kilómetros que separan a las localidades de La Cruz de Río de Los Sauces por un tranquilo camino de tierra que, con muchas curvas y contracurvas, nos obligaba a mantenernos muy atentos y frescos de piernas para no mortificarnos tanto. Una vez en la hermosa localidad de Río de los Sauces almorzamos apenas lo suficiente para poder continuar camino. Compramos provisiones porque sabíamos que a partir de aquel momento pocos lugares quedaban para buscar comida. Eran ya las 14 cuando iniciamos el ascenso de lo que sería el segundo cruce, el regreso a casa". 

 

"La segunda noche nos llevó hasta el puesto Rodeo de los Caballos, lugar emblemático por su belleza natural y excelente pesca. El frío se hizo sentir más de lo habitual y el fuego se convirtió en nuestro Dios por un rato. Sin colchonetas que nos aislaran del suelo, apelamos al regalo del pasto puna para hacer del piso algo más mullido y cálido. Dormimos poco, pero lo suficiente para no perder la alegría de estar viajando juntos entre tanta belleza", expresa.

 

"El tercer día sería sin dudas el más escabroso y largo. No pudimos rodar tanto en las bicicletas como hubiésemos deseado ya que el estado del camino y sus peligrosas pendientes nos obligaban a llevar nuestros rodados en la mano, transportándolas paradójicamente nosotros a ellos".

 

"Tras horas de ascenso interminable llegamos al Filo de la sierra y pudimos volver a rodar. Estábamos ya encima de la cota de los dos mil metros cuando a lo lejos apareció el Cerro Blanco, que nos saludaba e indicaba que estábamos en buen camino. Faltaban aún los 10 kilómetros de huella hasta la confitería, donde el camino ya se hace más transitable. Se hizo de noche y no pudimos llegar con luz de día al comienzo del asfalto, así que encendimos las linternas frontales, bajamos todo el Camino al Filo y después hasta Merlo casi sin pedalear y sin pestañear, tal era la concentración que llevábamos", relata Strelin.

 

"Fue una aventura muy dura y repito, creo haber subestimado un poco el cruce. Arriba y ante la inmensidad y la soledad de la montaña, se valora todo lo que se tiene, como por ejemplo que un pedazo de pan duro sea el mayor de los manjares. Hay un montón de cuestiones que pueden parecer obvias a simple vista, pero que a la hora de ponerlas en práctica son destrezas que conviene conocer para pasarla bien", manifiesta pausadamente.

 

Strelin agrega que el estado del tiempo era "el de esos otoños perfectos, soleados, sin calor, sin un frío mortal, ese clima que tanto amamos los que vivimos por aquí, entre las sierras. Así es que a cada pedaleada que dábamos, agradecíamos la bondad de la sensación etérea que sentíamos. Al llegar a destino nos esperaba un buen café con leche y un par de tostados, digno final de esta hermosa aventura. Por fin estábamos de vuelta en casa", dice relajado.

 

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