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La historia de "don Acosta": las manos que sanan

Practicaba la quiropraxia. Su fama de "curador de huesos"  traspasó las fronteras de la provincia y el país. Aseguran que realizaba sanaciones que la ciencia no podía explicar. Por sus trabajos nunca cobró un peso. Murió de cáncer en 1980.

Por Johnny Díaz
| 15 de agosto de 2018
Antonio siempre mostraba un carácter alegre y era común verlo acompañado de amigos. "Don Acosta " fue masajista en San Lorenzo de Almagro. Aunque siempre llevó en el corazón a su pueblo. Fotos: gentileza.

A fines de la década del '60 se radicó en la localidad de Concarán, don Antonio Acosta. Era un cordobés nacido en Alta Gracia,  que,  según decían, tenía "poderes" o un "don" para curar, sobre todo dolores que los traumatólogos no podían aliviar. Llevado a la simpleza de la gente, era un gran sanador de huesos.

 

La historia comienza cuando Juan de Dios Acosta y su esposa Isabel se vinieron a vivir a Concarán. Antonio y sus hermanos Adela, Juan y Alfredo vivieron la clásica vida de la infancia, con juegos y travesuras. Cuando terminó sus estudios secundarios, Antonio emprendió un viaje a Buenos Aires para estudiar medicina en la ciudad de La Plata.

 

Pablo Quevedo, autor del libro "Relatos Comunes del Interior de San Luis", destaca que "Antonio Acosta siendo muy joven emprendió su camino vocacional, quizás siguiendo un camino por alguien marcado en su alma con antelación, ese llamado que no se dejaba distraer por nada ni nadie".

 

Sin embargo, Antonio no pudo terminar sus estudios de medicina, pero logró ingresar como masajista en San Lorenzo de Almagro. Todo gracias a sus conocimientos de quiropraxia. Supo aprovechar al máximo sus habilidades. Era muy inteligente y en sus años de estudiante universitario había aprendido a curar hernias, traumatismos, dolores articulares, reumas,  espinas bífidas, problemas lumbares, ciático, y otras patologías. Personas cansadas de buscar soluciones en la medicina tradicional optaban por visitar al señor de los poderes: Antonio Acosta.

 

En el club de Boedo rápidamente se hizo querer y respetar por casi todo los jugadores, principalmente los de Primera División,  quienes veían en él una gran solución a sus problemas físicos,  que muchas veces los dejaba afuera de las canchas por varios meses.

 

Antonio  tuvo sus mejores años como quiropráctico en Boedo y en otros clubes del Gran Buenos Aires que, atraídos por su fama,  requerían de sus famosos servicios . Pero un día  su salud tuvo un quiebre y lo obligó a tomar más recaudos. Se hizo los estudios pertinentes. Quevedo dice en sus escritos; "Al ver la situación, en San Lorenzo juntaron dinero para que junto a su esposa, Baldomera Sironni, regresaran a vivir más cerca de su familia y de sus seres queridos".

 

(Conocimiento.  Con la quiropraxia, Antonio Acosta recibía enfermos de todo el país y hasta de países limítrofes. Foto: gentileza)

 

Radicado otra vez en Concarán "La tierra que lo vio crecer", y una vez que se recuperó de su misteriosa dolencia, comenzó a conectarse con gente enferma. Así en su casa de la calle Pringles montó una especie de consultorio y sala de espera. Ya no estaban solos con su señora:  había llegado su primera hija:  Isabel Emilia, "Chabelita". Después vino Estela Marys y más tarde los varones: Juan Carlos y  Jorge Omar  a quienes todos le decían "Sucho". Hoy es un prestigioso médico del Valle del Conlara.

 

Su fama iba creciendo. El don de curar marcaba diferencias y su pueblo comenzó a transformarse. Antonio era el sustento diario de muchos comerciantes locales,  que veían cómo sus posadas, hospedajes, hoteles, comedores, restaurantes y negocios de artículos regionales se llenaban de personas por la fama del quiropráctico.

 

Acosta no cobraba un solo peso  por sus servicios. Todo era gratis. Recibía "lo que le quisieran dar". Era  un aventajado estudiante de medicina que vio truncada su carrera, aunque era tanta su fama que en los primeros años de la década del '70 era común ver circular por las polvorientas calles de Concarán ómnibus de otras provincias y de países limítrofes repletos de pasajeros que venían por sus conocimientos. Su fama había traspasado las fronteras.

 

Hay cientos de anécdotas sobre él. Entre ellas la de una mujer norteamericana que llegó a la localidad acompañada de su hijo. La mujer venía atraída por la fama del curador. Hablaba un castellano muy precario, no tenía movilidad articular en el cuello y los dolores eran insoportables.

 

Cuando comenzaron las sesiones de cura de Don Acosta, éste recorría con sus manos todo el largo del cuello y los hombros. Las sesiones se extendieron durante varios días. La paciente y su hijo vivían en un hotel frente a la plaza. Unas semanas después, la mujer ya podía girar su cabeza para ambos lados y mover sus hombros sin impedimentos y dolor alguno. Dicen quienes recuerdan ese momento que la mujer no sabía cómo agradecer las curaciones y las atenciones recibidas en su estadía   en la provincia. Regresó  a su país llena de felicidad.

 

En otra oportunidad, y en presencia de unos médicos que venían de Buenos Aires atraídos por su fama pero un poco reacios a creer lo que les contaban, fueron testigos  como Don Acosta curaba a una señora con dolores óseos. Acosta, le sacó la octava dorsal de la columna vertebral, para inmediatamente volver a colocarla en su sitio. Los dolores terminaron instantáneamente, como así también  la inmovilidad del paciente.  En los años en los que circulaba el tren que unía Villa Dolores y Villa Mercedes y viceversa, cuentan que la formación tenía un vagón al que llamaban "Acostiño" donde viajaban generalmente pacientes rumbo a Concarán.

 

Dicen que un día llegó hasta su casa un Cadillac, conducido por un hombre que por su vestimenta parecía un chofer profesional. En el asiento de atrás venía un señor muy elegante al que se lo veía también  muy dolorido. El vehículo  se dirigió a la iglesia y en ella el padre Gabriel ofició de intermediario y acompañó al viajero hasta la casa de Don Acosta. Así, después de los saludos de rigor, el hombre que venía de Córdoba comenzó un largo tratamiento. Antonio  logró que el hombre se pusiera de pie y caminara.

 

El viajero resultó ser el dueño de la firma Ribetto López Carlucci. El millonario  nunca dejó de agradecerle la dedicación y el empeño que puso en su curación. A partir de ese entonces, todos los meses, Acosta recibía de regalo un traje y una caja de whisky o de champán. Hasta le entregó un auto cero kilómetro como obsequio.

 

(Habilidad. Sus amplios conocimientos en medicina facilitaban su trabajo. Foto: gentileza)

 

Antonio era un hombre simple, bonachón, que hacía un culto a la amistad. Le gustaba colaborar con los que más lo necesitaban. Gran amante de su familia, compartía largas tertulias cuando su trabajo se lo permitía. En Concarán aseguran que su casa fue visitada por varios jugadores de fútbol de primera división entre los que se encontraban Roberto Perfumo, Roque Avallay, el "Bambino" Veira, José Sanfilippo, o "El Zurdo" López. También los ex presidentes de la Nación; Arturo Illia y Alejandro Agustín Lanusse. Incluso dicen que  el ex senador norteamericano Ted Kennedy estuvo de incógnito en la localidad.

 

Hoy su hija Isabel (Chabelita), recuerda que en su casa de la calle Pringles en Concarán, su padre había hecho construir un espacio para guardar  todos los obsequios que recibía. "Estaban perfectamente identificados, cartas, tarjetas, dinero, cajas de champán, vinos, whisky, joyas, chocolates, ropas, varios cientos objetos de valor", dijo.

 

Isabel cuenta que era común que su padre contratara un taxi   para  que ella,  su  hermana Estela y algunas amigas pudieran ir a los bailes o fiestas que se celebraban en las  localidades vecinas. También utilizaban la misma modalidad de transporte para poder viajar a Córdoba a comprar ropa, calzado o sencillamente  para  pasear. 

 

Don Antonio Acosta estuvo internado un tiempo en Mendoza donde le diagnosticaron cáncer de estomago. Murió el 10 de mayo de 1980, acompañado de su esposa y toda su familia. Dejó un gran vacío.

 

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