El General José de San Martín

Las hazañas de los grandes quedan para el juicio de la historia. En general, el análisis histórico aparece como majestuoso y demasiado pretencioso. Mueve a términos de un porte importante: magno, Padre de la Patria, prócer, loor, prohombre. A veces con pensamientos más simples se intenta encontrar alguna explicación a gestas francamente conmovedoras e imposibles de concebir sin admiración. Con mucha ligereza se dice: “San Martín cruzó los Andes con su Ejército Libertador”. Cuando la realidad plantea que cualquier empresa menor requiere de un liderazgo, de una organización, de una férrea voluntad, de un deseo profundo, de superar distintos obstáculos, de tener cierta capacidad de gestión; evaluar semejante logro resulta impactante. Se necesita mucho coraje, muchas agallas, mucho amor por la Patria, mucha convicción. Es imprescindible tener muy claros los objetivos, para conseguir motivar a tantos hombres tan distintos y de un origen tan diverso. Hay que ser muy talentoso, muy capaz, muy corajudo para encaminar a tantos seres humanos a un destino tan riesgoso, y de tanta grandeza. 

Hubo pueblos, como el puntano, que lo dejaron todo en este emprendimiento. Habrá sido siguiendo a un motivador formidable, a un cerebro y a un corazón capaces de generar tanta adhesión. Son necesarias capacidad de mando y de convencimiento, para movilizar semejante ejército con dudosas posibilidades de éxito. Sobre todo conocida la magnitud del enemigo. Sobre todo contemplando las condiciones en las que se desafiaba a semejante obstáculo natural. Hubo que superar a mucho pesimista, a mucho burócrata, a mucho mediocre, para encarar el desafío. Hubo que conformar un verdadero equipo, y llenarlo del más alto optimismo. Hubo que generar mucho aguante para vencer una adversidad palpable. No se pudo dejar mejor ejemplo para enseñar a no desfallecer por grande que parezca el desafío. Quedan ridículas muchas palabras de tanto flojo, que en situaciones mucho más favorables, y ante empresas mucho menores, arruga y abandona.

Cuesta pensar si notables investigadores y seguidores de la Gesta Sanmartiniana compartirían estos criterios. No se puede obviar la nostalgia y la sensación de lo útil que sería la mirada del profesor Hugo Fourcade, un estudioso profundo y un fervoroso admirador de toda la gesta del General José de San Martín. El trabajo y la entrega del historiador de San Luis son merecedores del más respetuoso de los recuerdos.

 No por repetida, se puede obviar la mención. San Martín nació en Yapeyú un 25 de febrero de 1778, y luego de una vida plagada de entrega y de sacrificio, murió en Boulogne Sur Mer, Francia, un 17 de agosto de 1850. Es el héroe máximo de la Nación. 

Todos los momentos de la historia de los argentinos muestran la necesidad impostergable de contar con hombres de tan elevado porte moral, de tanta valentía, de tanta y tanta capacidad. 

Y mucho más allá de las figuritas, los laureles y la leyenda, surge revisar si el relato histórico alcanza a explicar el tremendo carácter de semejantes hazañas. Cuesta darle justa dimensión a seres que dejaron sus vidas detrás de una epopeya que representó tanto para tanta gente. Sin duda que los pueblos construyen su propia historia, pero liderados por hombres y mujeres que resignan muchas cosas en pos de objetivos comunes y superiores. De ahí la tremenda necesidad de recordarlos, de honrarlos siempre. De explicarles a los jóvenes de su existencia, y de su influencia en la vida de muchos pueblos de América latina. La lucha de los hombres por su libertad se sostiene en pilares como San Martín.

Tal vez no se trata ni de la vieja historia tradicional, ni del pretencioso revisionismo. Quizá tenga que ver con interpretar que, aunque de carne y hueso, hay figuras sobresalientes que superan ampliamente la actuación del común de los mortales.