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La faena sigue alta, pero con menos hembras

La faena vacuna nacional siguió siendo alta en julio. El total, según la Dirección de Control Comercial Agropecuario, fue de 1,05 millón de animales. Lo que se destacó especialmente fue la caída de la participación de las hembras, que representaron sólo el 41,5% del total cuando, en los meses previos, ese indicador había llegado al 45%, lo que había despertado ciertos temores a una leve liquidación del stock.
Hay temores por cierto fundados, teniendo en cuenta los muy bajos niveles de rentabilidad de la cría vacuna, de los que ya escribimos en otra oportunidad y que están reflejados en los análisis económicos que hace el mismo Ministerio de Agroindustria. Esos márgenes son realmente muy bajos y mucho más si se tiene en cuenta todo lo que arriesga el criador, que una vez más es el gran perjudicado por la situación económica de la ganadería argentina.
Los altos niveles de faena de hembras tuvieron que ver con la cuestión climática, que obligó a achicar la carga, por la seca primero, y por las lluvias después. Luego vinieron los tactos y además la demanda China paga muy buenos precios. Todos esos factores se sumaron para que la faena de hembras, y de vacas particularmente, fuera alta.
Cabe destacar que en julio la que se redujo fue la faena de terneras, pero la de vaquillonas y vacas se mantuvo alta. En los meses que vienen se espera que eso se revierta. Superados los problemas climáticos y los tactos, es probable, y así lo indican los operadores del mercado ganadero consultados, que la oferta de vacas tienda a reducirse y que al mismo tiempo aparezca en el mercado la hacienda de feedlot, y que con ella se incremente la faena de terneras.
Los analistas del sector y los consignatarios coinciden en que comenzó a reducirse la oferta de vacas y que por lo tanto la exportación tendrá que ceder parte de la ganancia que obtuvo en estos últimos meses gracias a la devaluación. La suba en el precio de la vaca fue notable y su mercado seguiría firme en los próximos meses.
En el caso de la categoría vacas, la suba fue mucho mayor al resto y muy superior a la inflación. El promedio que pondera a las vacas buenas y las de conserva (carne para industria) es desigual. Las vacas buenas aumentaron 29%, tomando como referencia los valores de los primeros días de agosto de este año y respecto de igual período del año pasado. En el caso de las vacas tipo conserva, la suba fue del 48%. En esto tiene y seguirá teniendo mucho que ver la fuerte demanda de China, lo que alienta a su vez a los productores a desprenderse de los vientres de más edad.
También está aumentando, pero a un ritmo menor, el valor del novillo pesado para exportación. La mejora es de apenas 10/12%, aunque con tendencia alcista. Claro que medido en dólares su valor se redujo notablemente gracias al combo devaluación + reintegros a la exportación. El valor del kilo de carne en gancho, según el seguimiento de precios que hace el IPCVA, se redujo 20%. En los últimos 12 meses los precios que pagaba la industria local eran 10% mayores que los de Uruguay y 15% por encima de los de Brasil. Pero, devaluación mediante, en nuestro país la situación cambió notablemente y los valores de esa hacienda ahora son inferiores a los que se pagan del otro lado del Río de la Plata, aunque siguen siendo mayores a la cotización de referencia del mercado de Porto Alegre.
En el cuadro adjunto se expresan esos cambios, también se observa que en agosto habría comenzado a trasladarse al precio del novillo parte de la mejora de la competitividad exportadora alcanzada en los últimos meses.
Cabe recordar que desde agosto del año pasado el peso se viene devaluando. El dólar, que este año promedia $28,5, a igual fecha de 2017 cotizaba $17,5. El aumento fue de más del 60% interanual.

 

Preocupa el bajo peso de faena
El informe de la faena vacuna que publica el IPCVA da cuenta de uno de los grandes problemas de la ganadería argentina: el bajo peso de los animales que se envían a los frigoríficos y que desde hace años pretende ser corregido mediante restricciones en el peso mínimo.
Dice el documento: “La tendencia de la ganadería argentina a presentar bajos pesos promedio de los bovinos faenados se origina en una creciente participación de las categorías de hacienda liviana en la faena total y una menor participación de los novillos. Al promediar el segundo trimestre del año 2005, los novillos y novillitos representaban más del 50% de los bovinos faenados, y los terneros y terneras sumaban menos del 15%. Promediando el segundo trimestre del año 2018, la participación de los novillos y novillitos cae hasta un 42% de la faena mientras que los terneros y terneras suman una participación cercana al 24%”.
Dos fenómenos hicieron que la Argentina dejara de ser un país productor de novillos para transformarse en uno que fabrica terneros. Por un lado, de la mano de la soja transgénica que tantos beneficios trajo a la economía y a las arcas fiscales, se produjo el achique del área ganadera. Eso fue potenciado por las políticas del gobierno anterior. Las restricciones a la producción de cereales potenció el monocultivo soja, pero además las restricciones a las exportaciones de carne y los controles de precios a la carne y a la hacienda desmotivaron las inversiones y sobre todo la producción de novillos, que requiere de la inmovilización del capital por más tiempo para obtener un animal que pueda abastecer a la demanda externa.
Esa política derivó en que la producción se concentrara en la terminación de animales livianos que pudieran atender al consumo de los grandes centros urbanos. En ese sistema la rotación del capital es mayor y la posibilidad de huida también, aunque está claro que el que entra lo hace para quedarse o por necesidad, como es el caso de matarifes o frigoríficos que buscan hacerse de oferta propia para depender menos de los engordadores. 
Para contrarrestar el proceso productivo derivado de tales políticas se recurrió el control de peso mínimo de faena, que tuvo muchas modificaciones y que desde hace unos años está clavado en los 300 kilos por animal en pie. A juzgar por los resultados, la medida no parece haber generado grandes beneficios. En nuestro país el peso promedio por res faenada en los últimos 28 años osciló entre 209 y 230 kilos. En 1990 fue de 225 kilos, en 2018 casi el mismo: 224 kilos. El pico más alto se alcanzó en 2011, cuando se llegó a los 230 kilos mientras que uno de los más bajos fue en 2009, cuando promedió los 210 kilos.
En síntesis, lo que queremos señalar es que restringir el peso mínimo de faena no mejoró el peso promedio de los animales que se venden para la faena, aunque es probable que sí haya limitado mayores caídas.
Seguramente la mejora de ese indicador responda a diferentes cuestiones como la falta de certidumbre en la evolución de la economía, la demanda del mayor cliente, es decir, del consumo interno de centros urbanos con el poder adquisitivo más alto del país que pide carne tierna, de grasa blanca y chica, y la falta de inserción en los mercados internacionales. Con respecto a este último punto cabe señalar que el 90% del crecimiento en las exportaciones de carne vacuna radican en la mayor demanda de China y no en el incremento de las ventas a los mercados que piden carne de novillo, mercados que además no mejoraron sus precios; por lo tanto, la mejora del poder de pago a los productores está dada por la competitividad exportadora pero no por un crecimiento genuino de la demanda.
La discusión desde hace tiempo no radica en el sostenimiento de la medida que limita el peso de faena, sino en su adaptación a las exigencias de los productores. En tanto no haya incentivos de mercado para producir animales con más kilos, sectores de la industria reclaman que el peso de las hembras se reduzca y que a cambio se aumente el de los machos que, recría mediante, pueden terminarse con pesos mayores sin sobreengrasarse. Caso contrario, y en tanto no se den las condiciones para la recría, las terneras se seguirán sobreengrasando y el perjudicado siempre en esos casos es el productor, el que engorda animales con grasa en exceso, y luego el criador.
 

 

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