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Dicotomías que atraen

A los argentinos nos encantan las dicotomías. Boca-River, peronistas-gorilas, porteños-provincianos, ahora es tiempo de pañuelos verdes-pañuelos celestes. Las grietas nos atraen como la miel a las moscas, las sufrimos y disfrutamos con una fruición única en el mundo.

 

Esta columna, aprovechando que el próximo fin de semana es de Copa Davis, se asienta en una rivalidad quizá no tan conocida para los que están alejados del tenis, pero que marcó toda una época 15 años atrás: Gastón Gaudio vs. Guillermo Coria, agua y aceite en un deporte individualista, chicos algo soberbios que llevaron su tirria más allá de las canchas y los torneos. Un odio mutuo que terminó marcando a los dos. Para siempre. Aunque por estos días compartan la capitanía en el match ante Colombia.

 

Vaya uno a saber si ya venía de juveniles el tironeo, pero lo cierto es que se hizo público en 2001, en la final de Viña del Mar, cuando todavía ninguno de los dos había ganado un torneo de ATP. Ese día festejó Coria en un partido apretadísimo, definido 7-5 en el tercer set, y no tuvo mejor idea que festejar con el gesto que había patentado el Matador, Marcelo Salas: rodilla en tierra, índice al cielo y sonrisa de publicidad de dentífrico. Cruzaron la cordillera y cinco días después se enfrentaron en los cuartos de final del ATP de Buenos Aires. Ganó Gaudio en sets corridos y, antes de estrecharle la mano en la red, le hizo un bailecito tropical con manos en la cintura y meneo incluido. Después revoleó la remera, dio la vuelta olímpica y cantó con la gente hasta el hartazgo. Mucho para un pase a semifinales, ¿no? Coria tomó nota, lo criticó con sutileza en la conferencia de prensa y Gaudio habló de “motivaciones distintas” en el enfrentamiento entre ambos. La semilla de la discordia ya estaba planteada.

 

En Hamburgo, dos años después, no llegaron a las manos porque los separaron los entrenadores en el vestuario, luego de una victoria de Coria quien, tras pedir asistencia médica, ganó el set decisivo 6-0 y se acercó a la red rengueando para darle la mano a su rival. Allí fueron sólo insultos, pero luego Gaudio lo tomó del cuello y “lo colgó como un sobretodo en un ropero”, según el periodista Alejandro Prosdocimi, quien plasmó esta rivalidad histórica en su libro ‘La Final’, cuyo título refiere al partido más dramático del tenis argentino, en el que el Gato le ganó al Mago para levantar el trofeo de Roland Garros en 2004.

 

Esa tarde fue una bisagra, un quiebre en la carrera de ambos. Ese 0-6, 3-6, 6-4, 6-1 y 8-6 en París los marcó a fuego. A Coria le tronchó su sueño de llegar a ser el número uno del mundo, lo hundió en un abismo de dobles faltas, desconfianza y derrotas increíbles. A Gaudio le sacó a relucir su costado más peligroso, el del rebelde ciclotímico, el que lo hacía hablar con el público y prometerle al rival que seguramente él iba a perder. Ya era campeón, no aspiró nunca a ser el número uno. Y no lo fue.

 

Seguramente su gran satisfacción, aun por encima del título en Roland Garros, fue arruinarle para siempre la carrera a su “enemigo”. Gaudio y Coria encerraron todas las dicotomías que tanto amamos los argentinos. Fueron el fútbolero vs. el ex rugbier, el porteño vs. el chico del interior (el Mago es de Rufino), el que daba lo mejor de sí en la Davis vs. el que ponía excusas para jugarla. Así escribieron una página de gloria y otra de drama en el tenis argentino. Así marcaron sus carreras y dejaron de lado el polvo de ladrillo para batirse en el ring.

 

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