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Homicidio: ratifican versión que complica a un acusado

Una policía confirmó que el padrastro de uno de los imputados le dijo que el joven le había confesado el crimen.

Por redacción
| 19 de septiembre de 2018
Martínez. La instructora de la causa explicó cómo surgieron los nombres de los sospechosos. Foto: Martín Gómez.

“No te voy a contar nada. Si hablo, va a ser ante el juez”, le aclaró Augusto Caín Agüero Lucero a la  subcomisario Lorena Martínez, de la división Homicidios, según narró ella ayer, en la segunda audiencia del juicio por el asesinato del estudiante Fabio Ezequiel Fernández, ocurrido entre el 3 y el 4 de noviembre de 2014 en un baldío próximo al supermercado Aiello El Lince. Agüero Lucero tenía en ese momento apenas 20 años, pero le habló a la policía con la seguridad de que la versión que ya había circulado, que él había intervenido en el crimen, era lo suficientemente pesada como para confirmarla, en todo caso, sólo ante un magistrado, en tribunales.

 

El de Martínez fue, sin dudas, el testimonio más interesante de la jornada, en tanto ella, además de ser la instructora de la causa, fue quien le tomó declaración a un suboficial de apellido Calderón, pareja de la madre de Agüero Lucero. Y fue ese efectivo quien le aseguró que el chico le había confesado que había estado junto al otro joven ahora juzgado, Martín Alejandro Tula, en el descampado del barrio El Lince donde asesinaron a Fabio, de 20 años. Pero después, el suboficial se desdijo.

 

Martínez contó que tenía una amistad con Calderón. Ese trato comenzó, en realidad,  porque trabajaron en la misma dependencia, y continuó luego porque el suboficial le ofertó tomar algunos servicios adicionales, dijo. Pero, además, cuando la esposa de Calderón atravesaba una enfermedad terminal, Martínez le ofreció que un pariente de ella cuidara a sus hijas mientras él se ocupaba de su señora enferma.

 

Luego, perdieron contacto. Volvió a tener noticias de él cuando otro integrante de Homicidios, el inspector Franco Rosales, la llamó para avisarle que estaba con Calderón, y que él quería hablar con ella. Ante preguntas, la subcomisario explicó que Rosales también conocía a Calderón, ya que integran la misma fuerza, y que por esa fecha el inspector, jefe de la brigada de calle, realizaba averiguaciones para tratar de establecer quiénes eran un tal Augusto y  un tal Tula.

 

El  4 de noviembre, es decir, horas después del asesinato, a través de un llamado al Centro de Operaciones Policiales (COP), alguien dio el dato de que dos personas a las que sólo identificó con esas denominaciones estaban implicadas en el homicidio de Fabio, que recibió un tiro en el pecho y fue salvajemente golpeado en el rostro y en la cabeza, presuntamente para robarle el celular. Por ello, según indicó Martínez, la brigada de calle realizaba averiguaciones en la zona sur de la ciudad, para intentar establecer quiénes podían ser Augusto y Tula.

 

Durante esas tareas, a Rosales se le rompió la moto, y ese percance ocurrió, coincidentemente, cerca del domicilio de Calderón, resumió la policía. Entonces, cuando Calderón le preguntó qué andaba haciendo por la zona, el efectivo le explicó que realizaban averiguaciones por el asesinato y que intentaban determinar quiénes podían ser las personas mencionadas.

 

Al parecer, fue ése el momento en el que el suboficial sospechó que el Augusto que buscaban podía ser el hijo de su pareja. Rosales llamó por teléfono a su jefa y le dijo que estaba con Calderón, que él quería hablar con ella. Martínez le dijo a Rosales que le diera su número, pero dialogaron en ese momento por el celular del inspector.

 

Dijo que se saludaron y que Calderón le manifestó que “no podía creer que el pendejo estuviera metido en esto”. Martínez le hizo algunas preguntas, para entender a quién se refería. Y le dijo que hablaba de Augusto, el hijo de Silvia, su pareja. Ella le refirió que estaban en plena tarea, y le pidió que por favor no entorpeciera la investigación.

 

“A las 15, Calderón me llamó, de un número desconocido. Yo no tenía su celular. Me dijo ‘ya está, fue el pendejo’. Que le había preguntado a Augusto y que él le había contado que había sido él. Calderón quería que nos juntáramos, lo quería llevar (ante la Policía). Le contesté que se tranquilizara. Llamé a mi jefe –la entonces división Homicidios, que ahora es departamento Homicidios, estaba a cargo del comisario Walter Contreras–, porque supuestamente Augusto había confesado que había participado del hecho, y él hizo bajar a todo el equipo”, relató.

 

Un rato después, el joven sospechoso llegó a la división –en ese momento la sede estaba en el pasaje Santiago del Estero, entre Las Heras y Tomás Jofré– en un auto, acompañado por su madre y Calderón. Martínez recordó que la mamá del sospechoso lloraba y que ella ofreció que entraran a la dependencia, para poder hablar más tranquilos y cómodos.

 

Fue ésa la circunstancia en la que el ahora juzgado le dejó en claro que él nada iba a manifestarles a ellos, los policías, a pesar de que Calderón le decía que hablara con ella, que le contara todo.

 

Evocó que el muchacho se quedó sentado, aguardando mientras ella le tomaba la declaración al suboficial, en una oficina. En ese escrito, que la policía confeccionó, plasmó la confesión que el muchacho le había hecho a Calderón.

 

Aseguró que éste la leyó y que sólo le pidió que no pusiera que era el padrastro del muchacho, que borrara eso. Ella contó que lo hizo, que Calderón volvió a leer el escrito y que firmó, prestando así conformidad con lo asentado.

 

La intención del muchacho era presentarse solo en el juzgado. Además, en ese momento aún no había orden de detenerlo. Dado que Calderón comentó que quería ir a Saladillo, a avisarle al padre del chico lo que ocurría, Martínez le expresó que lo mejor era que se quedara con el muchacho, que no lo dejara solo, “porque quizá se le podía dar vuelta la cabeza, (e inclusive) atentar contra él mismo”, y que lo acompañara, para presentarse ante el juez que llevaba el caso, Sebastián Cadelago Filippi, como finalmente hizo.

 

Dijo que respetaron la decisión de Augusto de no hablar, y aclaró que ellos no lo detuvieron. Más aún, “no fue en el móvil a presentarse, lo llevaron ellos”, indicó. Más tarde, por orden del juez, personal de Homicidios hizo un allanamiento en su domicilio, para secuestrar celulares y computadoras.

 

La presunción es que la víctima conocía a Augusto y que acordó por Facebook o WhatsApp juntarse con él en el descampado, posiblemente para tener un encuentro íntimo. Pero la intención de la otra parte habría sido otra: hacer ir a Fabio al baldío para robarle el celular, que él no llevó.

 

Lo cierto es que el muchacho se encontró allí con dos jóvenes, no con uno. Los investigadores presumen que, enfurecidos porque no tenía el teléfono, lo golpearon con una piedra en la cabeza y la cara y le dieron un tiro, asegurándose así de matarlo, ya que conocía a uno de los agresores y quizá podía señalarlo.

 

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