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Ramón, un letrista que lucha para que su oficio no caiga en el olvido

Por redacción
| 02 de noviembre de 2015
Entre letras. Las herramientas con las que ramón forjó una vida escribiendo sobre los muros de la ciudad. Pasión, trabajo y familia.

Los dedos de una mano bastan para contar a los letreristas y fileteros que decoraron con su oficio la ciudad. Comercios, murales y el transporte supieron exhibir en antaño carteles con publicidades, nombres y marcas hechos a mano por artistas que eligieron instalarse en San Luis para desarrollar un actividad que vivió una época dorada hasta la aparición de las nuevas herramientas tecnológicas. Ramón Córdoba llegó hace cuarenta años a la provincia, es uno de los últimos letristas que quedan y junto a su familia resiste el paso del tiempo.

 


“Ya poco me buscan, pero sigo siendo el artista de siempre. Es algo que se lleva en el corazón. Antes uno hacía la letra del negocio, después le ponía una sombrita, un detalle por aquí un filetito por allá, otros adornos y surgía la magia. Ahora todo eso se perdió, porque se busca lo ágil, y no se remunera lo que vale el trabajo del dibujante”, expresó Ramón.

 


Si tuvieran que elegirse dos palabras para describir al sexagenario artista sin dudas “humilde” y “tenaz” encabezarían la lista. Estudió Bellas Artes, en Buenos Aires, y trabaja en el oficio desde los catorce años . Cerca de los veinticinco vino a pasear a San Luis, le gustó y se quedó.

 


“Allá pinté kilómetros de letreros y después acá fue un poco más tranquilo. Por ahí quedan algunas paredes donde pasó mi mano. Acá en la ciudad éramos cuatro o cinco los que nos dedicábamos a esto. Los mejores eran los hermanos Velazco, después el ‘gordo’ Godoy que pintaba camiones y carros. Y había un señor que sellaba sus trabajos de una manera muy particular, ponía un loguito que decía: ‘vio, vio otro de Alcaraz’”, recordó emocionado.

 


Aunque la cartelería manual ya casi se extinguió, la familia continúa con el oficio de la pintura y siempre trabajaron junto a Ramón. “Acá somos todos pintores pero ninguno me superó hasta ahora”, dijo entre risas.

 


Unas de las cosas que ya no se hace es la aplicación de la letra de oro, una técnica que se usaba en los hoteles y restoranes de las grandes ciudades y que consistía en aplicar las letras con láminas de veinticuatro quilates sobre el vidrio. “Acá lo hice en un banco y en un negocio donde dibujamos un tiburón. Ninguno de mis hijos aprendió a hacer esta técnica y se perderá cuando ya no esté”, afirmó.

 


Entre los trabajos que los Córdoba realizaron el que se resiste el paso del tiempo, es el del Hotel Huarpe en calle Bolívar, dónde además de letras, Ramón pudo plasmar un poco de su arte en el mural del Indio. Entre los últimos se encuentra  el de las letras del Corralón San Luis, frente a puente Favaloro. 

 


“Dicen que soy un soñador  y que vivo buscando el pelo en la leche, en realidad le busco el sentido a la creación y a la vida, en ese aspecto soy más artista que cuando pinto letreros”, concluyó.

 


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