23°SAN LUIS - Viernes 29 de Marzo de 2024

23°SAN LUIS - Viernes 29 de Marzo de 2024

EN VIVO

Absuelven a la acusada de matar a un hombre a cuchilladas

El tribunal consideró que Gimena Fernández no fue responsable, aplicando el beneficio de la duda.

Por redacción
| 29 de noviembre de 2017
Tras la tensión, lágrimas. Al finalizar la lectura del veredicto, Fernández lloró. Atrás, su familia. Foto: Martín Gómez.

Gimena del Valle Fernández conservó cierta tranquilidad –o una fachada de ella– inclusive hasta el momento en que la secretaria de la Cámara Penal 1, Isabel Olguín Yurchag, leyó la última palabra del veredicto dictado, el martes, a poco de que iniciara la siesta. Los integrantes del tribunal se retiraban de la sala cuando su abogado, Guillermo Levingston, le dijo “Ya está”, y se acercó para abrazarla, satisfecho. Fue ése el exacto momento, y no antes, en que la joven, de 24 años, embarazada, cayó en la cuenta de lo que había pasado. Recién ahí entendió: la habían absuelto del cargo de haber matado a un hombre, Roberto Franco “Pelusa” Albornoz, hace siete años y ocho meses, en San Luis. Y rompió en llanto.

 

La Cámara presidida por Silvia Aizpeolea y cuya integración completan José Luis Flores y Jorge Sabaini Zapata, resolvió de modo unánime condonarla, aplicando el principio del beneficio de la duda. Por su parte, la fiscal de Cámara 1, Carolina Monte Riso, había solicitado, tras desplegar en un alegato conciso todos sus argumentos, que el tribunal la considerara autora del delito de “Homicidio simple”, y que la  jueza de Familia y Menores a la que le derivaran el dictamen le aplicara un castigo de 6 años de prisión.

 

El tribunal podía establecer su responsabilidad penal, pero no fijar la condena, dado que cuando el hecho ocurrió, el 21 de marzo de 2010, Fernández era menor. Tenía 16 años, y esperaba al primero de sus hijos. Llegó a juicio embarazada del tercero. Por ello, en casos así, quien debe imponer la condena es un magistrado del fuero de Familia y Menores.

 

Tanto la fiscal como la dupla defensiva –conformada por Levingston y su hija, María Belén Levingston– esperaban que ayer finalmente compareciera Rubén Darío Oses, un hombre que habría sido testigo directo de la agresión. Pero la secretaria Olguín Yurchag informó que habían arbitrado todos los medios, y que fue imposible ubicarlo.

 

Entonces, la representante del Ministerio Público Fiscal y los defensores optaron por desistir del testimonio. No habiendo más testigos por escuchar, la presidenta de Cámara preguntó si, tal como había anticipado el abogado Levingston, la acusada iba a declarar. Lo hizo.

 

En resumen: la chica dijo que esa noche iban del domicilio de su novio, José Luis “Coquelo” Mercau, a la casa donde ella vivía con su hermana, a buscar ropa, y que, en el camino, tres hombres que estaban en el playón ubicado en Martín Güemes y Falucho empezaron a llamar a su novio, al grito de “gorriado”. “Coquelo” se cruzó, aunque ella le había pedido que no lo hiciera, para no tener problemas, dijo la joven. Contó que un instante después se dio vuelta y vio que Albornoz le asestaba un botellazo en la cabeza a su novio, y que corrió hacia donde estaba él.

 

Aseguró que cuando llegó –estimó que estaba a unos 40 ó 50 metros–, el único de los tres hombres que aún estaba allí era un tal “Vinelli” –Ndp: es un hombre de apellido Herrera–, que intentaba parar el sangrado de la cabeza y los oídos de “Coquelo” con una remera. Según ella, Albornoz y el otro individuo, del que no recordó nombre o identidad, se habían ido.

 

“Yo estaba perdida (…) corría de un lado para el otro, para pedir ayuda. Quise parar un remis, para llevarlo (a Mercau) al hospital. Yo pedí ayuda, pero no paraba nadie. Hice una cuadra, hasta Falucho y 25 de Agosto, para buscar un remis. Y ahí fue cuando lo vi a Albornoz sentado, apoyado en una pared. Incluso pensé que estaba bien. No le vi nada. Al lado había un cuchillo, y lo agarré”, narró.

 

Según la joven, Albornoz no le dijo nada, y ella a él, tampoco. En ningún momento expresó haberse arrimado a él, haber discutido o peleado, y mucho menos haberlo atacado.

 

Sí manifestó que tomó el cuchillo, y explicó que lo hizo para que él no la agrediera. Declaró que luego volvió a donde su pareja estaba con "Vinelli". Aseveró que este hombre, al verla con el elemento cortante en la mano le aconsejó que lo tirara, y que ella lo hizo.

 

Dijo que finalmente consiguió que un taxi parara y los llevara al Hospital San Luis. “Lo levantamos con la ayuda del taxista, que era del barrio. Como una hora después, llegó la ambulancia. (En el hospital) había unas personas. Yo me acerqué a preguntarles si eran familiares de Albornoz. Eran como 50. Me pegaron, me arrastraron de los pelos”, relató Fernández, que fue puesta al resguardo por policías del centro de salud.

 

Monte Riso fundamentó que estaba acreditado que la acusada le dio al menos dos puñaladas a Albornoz, causándole la muerte. Y que tenía un móvil: responder a la agresión que la víctima le habría causado a su novio "Coquelo".

 

Enumeró, primero, las constancias médicas: el informe del médico policial José Luis Peralta, el informe de la autopsia –que confirmó que la víctima murió por un shock hipovolémico, una profusa hemorragia– y la declaración del forense que hizo este examen y declaró en el debate, Jorge Giboín.

 

Además, señaló que las heridas eran compatibles con las que podían producirse con un cuchillo como el que la Policía secuestró en la escena, en el que, según pruebas de laboratorio, había sangre del mismo tipo y factor que la víctima.

 

En su hilvanado argumental incluyó también la declaración de Herrera, en tanto y en cuanto este hombre aseguró que la chica le había expresado “que se había mandado una cag…” (en referencia a la agresión a Albornoz) y que “éste –en alusión al fallecido– no le iba a pegar más” a su novio.

 

Y valoró como indicios de su participación su presencia en el lugar del hecho, la declaración del hermano de la víctima, los testimonios de los familiares de la acusada –la hermana, por caso, calificó a la chica de “asesina” y se negó a ser entrevistada por una trabajadora social, como parte de un informe socio-ambiental– y el informe del psicólogo del Poder Judicial Jorge Rodríguez. Éste detectó contradicciones y mendacidad en los dichos de la menor, además de inmadurez emocional, baja tolerancia a las frustraciones, escasos recursos personales de afrontamiento de situaciones complejas y posibilidad de reaccionar de manera impulsiva, e incluso agresiva, ante estímulos que superen su umbral de tolerancia, recordó Monte Riso.

 

Levingston padre inició su alocución afirmando que estaba totalmente en desacuerdo con lo manifestado por la representante del Ministerio Público, en cuanto al encuadramiento, a la pena pedida y a los argumentos que esgrimió. “La fiscal habla de indicios, sólo indicios. Pero no hay pruebas. Hay que tener certezas para acusar (…) No hay testigo presencial del hecho. Nadie vio  (…) No sabemos qué pasó”, afirmó.

 

Para él, las constancias enumeradas por Monte Riso, no acreditan, por sí solas, quién fue el autor. “Nos preguntamos, ¿por qué no (pudo haber sido) Oses (el homicida). ¿Por qué no pudo haber sido otra persona?”, dijo el abogado en un intento por desplazar las dudas sobre el testigo que no fue ubicado.

 

El letrado citó jurisprudencia para sostener su pedido para que Fernández fuera absuelta, en primer término, y para que, en caso subsidiario, el hecho quedara encuadrado en una legítima defensa de tercero o en un exceso en la legítima defensa de tercero, haciendo referencia al “instinto de conservación” y de protección, “innato en el ser humano”.

 

Refirió, en esa línea argumental, que Albornoz había iniciado el problema y que tenía “carácter fuerte”. “Era agresivo, lo dijo el mismo testigo Herrera. Soloa –en referencia al comisario general Hernán Soloa, que dirigió la investigación policial– lo conocía. Era consumidor. Era un provocador. Era un pendenciero”, calificó a la víctima. “Esta causa no existiría si esta persona no hubiera causado la provocación”, completó.

 

“Todo esto le sucedió a Gimena, una mujer de bien, trabajadora, sin ningún tipo de antecedentes, que pretendía vivir en paz. Se vio vulnerada por gente de mal vivir, por zánganos de notoria y pública ociosidad, que trabajan de delincuentes, bebiendo e intoxicándose con todo tipo de sustancias (…) Cuando la cabeza les explota y la adrenalina está en lo máximo () molestan y mansillan a los más débiles”, dijo, colocando a su defendida en las antípodas del fallecido Albornoz.

 

LA MEJOR OPCIÓN PARA VER NUESTROS CONTENIDOS
Suscribite a El Diario de la República y tendrás acceso primero y mejor para leer online el PDF de cada edición papel del diario, a nuestros suplementos y a los clasificados web sin moverte de tu casa

Suscribite a El Diario y tendrás acceso a la versión digital de todos nuestros productos y contenido exclusivo