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Sin más espacio para la intolerancia

Por redacción
| 01 de noviembre de 2018

Aunque las escenas repetidas de los últimos años indiquen que el margen para la intolerancia es cada vez más pequeño, (sobre todo cuando es ejercida de parte de figuras públicas y poderosas); ese laboratorio capaz de germinar odios y violencias, persiste con una crudeza lamentable. Incluso en las naciones más poderosas de la tierra.

 

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, visitó la sinagoga de Pittsburgh, escenario del peor ataque antisemita en la historia del país, mientras más de mil personas se congregaron en esa ciudad para mostrar que el mandatario no era bienvenido.

 

“¡Presidente del odio, vete de nuestro estado!” y “Trump, renuncia ya al nacionalismo blanco”, se podía leer en carteles exhibidos en la concentración cerca de la sinagoga del Árbol de la Vida, donde ocurrió la masacre el sábado. Acompañado de su esposa Melania, su hija Ivanka y su esposo Jared Kushner, ambos judíos, encendieron una vela por cada una de las 11 víctimas.

 

La polémica visita se produjo tras los primeros funerales desde la tragedia. Trump viajó a ofrecer sus condolencias en medio del creciente debate sobre si su virulenta retórica en los mitines de campaña y en Twitter es en parte responsable de polarizar el clima político antes de las elecciones de mitad de mandato de la próxima semana.

 

“Simplemente da mucha rabia que pueda ocurrir un crimen de odio así aquí y que el líder de nuestro país no denuncie el antisemitismo, no denuncie el nacionalismo blanco, no denuncie el neonazismo. Y ese es el problema”, dijo un familiar de las víctimas.

 

“Siempre va a haber antisemitismo, siempre lo ha habido, pero nunca hemos tenido un presidente de este país que no luche duro contra él”, es el reclamo de estos días.

 

Miles de personas asistieron a los funerales. Muchos sollozaban y se abrazaban, mientras los ataúdes eran llevados en carrozas fúnebres.
Mientras tanto, los manifestantes se reunían cerca de la sinagoga del Árbol de la Vida para mostrar su enojo.

 

Uno de los organizadores leyó una carta abierta a Trump, señalando: “La violencia del atentado fue la culminación directa de su influencia. Presidente Trump, usted no es bienvenido en Pittsburgh hasta que rechace de manera terminante el nacionalismo blanco”.

 

Por su parte, Jeffrey Myers, el rabino del Árbol de la Vida que estuvo presente durante el ataque, dijo que “el presidente de Estados Unidos siempre es bienvenido”. Pero los manifestantes rechazaron esa afirmación. “Creo que divide más que une”, dijo la bibliotecaria de 57 años Nonie Heystek sobre la visita de Trump.

 

La masacre en Pittsburgh ocurrió la misma semana en que un hombre de Florida, Cesar Sayoc, ferviente partidario de Trump, fue arrestado bajo sospecha de enviar por correo más de una docena de bombas caseras a opositores y críticos del presidente.

 

Los dos incidentes motivaron acusaciones de que Trump alentó la violencia en sus casi diarios tuits y discursos cargados de duros comentarios sobre sus opositores.

 

Pero Trump reaccionó culpando a los periodistas críticos de alimentar el extremismo. “Hay una gran ira en nuestro país causada en parte por la información inexacta, incluso fraudulenta, reportada en las noticias”, tuiteó.

 

Y el resultado es una escala creciente de intolerancia, aún cuando todo indica que no hay más espacio para ello. La intolerancia se nutre del miedo, alimenta a la violencia y son los líderes más importantes los que pueden frenarla. Pero si los líderes facilitan el odio, todo es mucho más difícil.
 

 

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