10°SAN LUIS - Martes 16 de Abril de 2024

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Los productores no pasan el examen de la sociedad

Muchas veces se ha tratado de catalogar al productor agropecuario a través de diferentes estudios de opinión, análisis sociológicos, consultorías de mercado y cuestiones por el estilo. Ese encasillamiento, en algunos casos, buscó demonizarlo; y en otros, los menos seguramente, no estigmatizarlo y ponerlo simplemente como un empresario que se dedica a trabajar la tierra y a ganar dinero haciéndolo.
Pero a pesar de la intención siempre subjetiva que busca generar el estudio que sea, hay una realidad innegable. La mirada general sobre el productor agropecuario siempre divide aguas y genera diferencias de opiniones. Y,  como casi ningún otro sujeto, su definición es orquestada, cuestionada y manipulada. Tal vez la propia indiferencia del productor, los errores que cometen aquellos que lo representan o su propia idiosincrasia liberen el camino para que esto suceda. Difícilmente dejemos de hablar de la diferencia campo-ciudad, del “llanto del productor” o de su (falta de) compromiso con el resto de la sociedad.
Sea como sea, los estudios y las encuestas de opinión seguirán acumulándose y dejándonos sus sentencias sobre el productor, el campo y el trabajo rural. Será cuestión de quienes las propongan o de quienes las consuman sacar las conclusiones al respecto. Inclusive por estos días estamos inmersos en un Censo Nacional Agropecuario que además de aportar datos valiosos, también ayudará a alimentar el monstruo de la suspicacia y la división. En este punto vale la pena destacar un dato no menor sobre el relevamiento que termina el próximo 30 de noviembre. Quienes no hayan dado cumplimiento al censo, desde el 15 de diciembre no podrán realizar ningún trámite bancario según lo ha establecido el Banco Central de la República Argentina.
En este contexto, en las últimas semanas se conoció un nuevo informe basado en una encuesta de opinión realizada por el analista político Jorge Giacobbe (hijo), cuyo concepto o definición principal es que el productor agropecuario tiene la mitad de imagen positiva que el trabajador rural.
Tal vez no suene raro que el trabajador tenga mejor imagen que el productor, porque la propia definición conmueve. Lo que sí es raro es que el productor sea considerado un trabajador en menor medida.
Claro, la lucha histórica de la oligarquía contra el proletariado juega en la cabeza del encuestado, que tiende a pensar que aquel que recibe un salario trabaja más que quien lo paga. Se olvidan seguramente los encuestados que en el universo de personas consideradas "productores agropecuarios" también hay un gran número que no paga salarios porque trabaja solo, ya que es para lo único que le alcanza la renta que obtiene de su actividad. 
De esta manera, cuando analizamos lo que contestan los encuestados que forman parte del estudio elaborado por Giacobbe (con el acompañamiento del consultor Iván Ordóñez), sobre el productor y sobre el trabajador rural, resulta normal que la imagen positiva del trabajador rural sea del 68,3% y que la del productor agropecuario sea de 34,6%. Tal vez el problema no es la respuesta, es posible que sea la pregunta, ya que insistimos: el productor rural también es un trabajador.
Pero no sólo determinar la imagen positiva del productor fue el objetivo del estudio de Giacobbe-Ordóñez. Y por eso la encuesta también viene a preguntarse otras cosas:  
-¿Cuáles son los mitos y prejuicios que operan en las mentes de los argentinos cuando piensan en los productores agropecuarios?
-¿Cómo opera esa maraña de ideas en el mapa mental de los ciudadanos, y cómo luego los lleva a tomar decisiones de opinión y de voto?
-¿Qué grande es la diferencia respecto de la auto percepción de la gente del campo?
Y en esta búsqueda de mayores consolidaciones en la opinión de los encuestados, el trabajo busca definir a ambas categorías (trabajadores rurales y productores agropecuarios) con palabras supuestamente sueltas y desbocadas, pero en realidad cargadas de prejuicios históricos y una construcción de dos imágenes colectivas siempre enfrentadas.
Entonces no sorprende que el resultado sea que para los encuestados las palabras que definen al trabajador rural incluyan los conceptos: laburantes, explotados, sacrificados y esclavos; en tanto que los productores agropecuarios fueron definidos como: trabajadores, especuladores, oligarcas y explotadores.
Para definir todos estos interrogantes, el estudio analiza las respuestas de 2.500 casos efectivos representativos de toda la población nacional, los cuales fueron consultados entre el 4 y 10 de octubre de este año.
Hay otro dato que es fundamental, y aunque no debería representar una  sorpresa vuelve a refrendar algo que hablamos a menudo: el productor no sabe comunicar lo que hace bien y lo importante que es para la comunidad en la que está inserto y para el país en su conjunto. 
En este sentido, los datos recopilados a nivel nacional exponen la diferencia de visión que los productores agrarios poseen de sí mismos respecto de la que exhibe la población general. De esta manera, si la propia visión del sector no se vuelve la de la mayoría, difícilmente se logre el apoyo del resto de la sociedad en cuestiones inherentes al campo.
Es decir, como puede pretender el productor recibir el apoyo y la protección social si no es capaz de imponer una imagen sobre sí mismo que convenza al resto de la sociedad. Un claro ejemplo es por ejemplo lo que sucede con los impuestos. El campo es el sector que más paga, pero el inconsciente colectivo considera que los productores, los terratenientes o quienes sean que tienen campo se quedan con toda la torta, son insensibles con la pobreza de las grandes ciudades y tienen que pagar aun más impuestos de los que ya pagan. 

 

La mirada de los analistas
Además de los números o de las palabras frías que se desprenden del relevamiento, los desarrolladores de la encuesta también expresaron sus conclusiones en Salta, durante la presentación del trabajo. 
Según señalaron, "el productor agrario aparece como un antihéroe depositario de recelos, envidias, mitos y prejuicios que los deja en una posición claramente vulnerable". Y advirtieron que esto hace “más fácil para cualquier político meterle la mano en el bolsillo al productor agrario, porque la sociedad está de acuerdo con que así sea"
"Si usted es un productor del agro, y además planta soja, a los ojos de la opinión pública resulta un actor social a quien recelar, relegar y condenar socialmente. Aunque resulte injusto, usted se parece más a un malvado barco ballenero japonés que a un amigable leñador canadiense, o a un heroico bombero de Nueva York" reflexionan Giacobbe y Ordóñez. Y lo más triste es que seguramente tengan razón. 
Pero, ¿por qué una actividad tan propia de nuestro país, en la que somos realmente eficientes, en la que generamos dinero, en la que estamos mano a mano con los mejores del mundo, es tan bastardeada por aquellos que no la llevan adelante? ¿Por qué denostar al productor agropecuario en particular y al campo en general es una especie de deporte nacional desde hace muchos años?  
La verdad es que todavía no hay una única respuesta para eso, o por lo menos no hay coincidencia sobre las causas de tal situación. Tal vez la última de las conclusiones de Giacobbe y Ordóñez se acerque un poco: "La salida es armar una estrategia cultural, comunicacional y política. El campo debe crear muchos más líderes comunicacionales que slogans". Sobre este tema, quienes siguen esta columna saben que lo hemos tratado de manera reiterada. Durante muchos años “la culpa era del otro”, en particular cuando se tenían gobiernos que con sus políticas, de alguna manera, permitían disimular los errores propios del sector. ¿Ahora con un gobierno de “amigos” que vuelve a “castigar” al sector, ¿no habrá llegado el momento de asumir los errores propios y empezar a trabajar para corregirlos?

 


 

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