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Lo que no se puede

Por redacción
| 03 de diciembre de 2018

Antes que nada, antes que cualquier conclusión pueda obtenerse de la reunión del G20. Antes de toda crítica demoledora o toda exaltación; antes de la euforia o el pesimismo, Argentina debe entender que no fue capaz de organizar un partido de fútbol entre sus dos equipos de fútbol más populares. No pudo hacerlo. Las razones de esa imposibilidad, quizás deban discutirse antes que nada.

 

En Japón todos saben que en la ciudad de Sapporo, desde 1950, cada mes de febrero, se realiza el Snow Festival. Más de dos millones de turistas viajan a disfrutar del mejor encuentro del mundo en torno a la nieve. Esculturas por centenares, alegría, belleza, respeto. Es de lo mejor que tiene Japón para mostrar al mundo. Lo cuidan como a un tesoro.

 

En Alemania, con epicentro en Munich, entre la segunda y la tercera quincena de setiembre de cada año, se celebra una de las mayores fiestas populares del mundo: Oktoberfest. El altísimo valor de esa tradición puede inferirse en cada foto de la persona más importante de Alemania, su canciller, bebiendo cerveza en jarra. Como todos. Una foto repetida, desde hace muchos años.

 

La ciudad de Nueva York, en Estados Unidos, recibe cada año más de 40 millones de turistas. 15 millones de ellos, van a ver obras de teatro al Circuito Brodway. Cada alcalde de Nueva York comprende la importancia de mantener cada uno de los 40 grandes teatros en óptimas condiciones. Esencialmente porque es una parte fundamental de su economía. Como el Snow Festival de Sapporo, o la Oktoberfest de Munich.

 

Del mismo modo las autoridades de Madrid, saben cuántos turistas por año visitan el Museo del Prado, o el Reina Sofía. En Roma preservan, muestran y están orgullosos de la Fontana di Trevi, y el Coliseo. En París con la torre Eiffel, el Arco del Triunfo, y Champs Elysees, Bolivia muestra orgullosa su Salar de Uyuni, y Perú sorprende al mundo que llega a Machu Pichu.

 

Argentina posee paisajes maravillosos, una amplitud térmica solo comparable a Estados Unidos o Australia. Y aunque el turismo no es una fortaleza (las razones son obvias), muchos extranjeros llegan a conocer a la nación que está al sur del sur. En “el fin del mundo”. Así describieron en 2013 al país del que provenía el Papa Francisco.

 

Nombres propios tiene la Argentina para que el mundo registre su existencia: José de San Martín, Carlos Gardel, Jorge Luis Borges, Juan Manuel Fangio, Emanuel Ginóbili, y los más populares entre los populares: Lionel Messi y Diego Maradona.

 

El maltrecho, maltratado, corrompido y humillado fútbol argentino, es, a pesar de todo, un producto de exportación. Un genuino producto argentino. Dentro de ese producto idiosincrásico, nada supera a sus dos emblemáticos equipos de fútbol: Boca y River; River y Boca. Y cada vez que ambos equipos se ven las caras en una cancha de fútbol, sacan pecho los argentinos por el “mejor clásico del mundo”.

 

Es un acontecimiento que registran con genuino interés los italianos, que poseen su Lazio-Roma; los españoles, con su Barcelona-Real Madrid, los ingleses con su Liverpool-Manchester United, los escoceses con su Celtic-Rangers, y hasta los vecinos uruguayos, con su Nacional-Peñarol. Nada es comparable a un River-Boca, a un Boca-River.

 

Los resultados, la historia, y los méritos colectivos de estos dos equipos, brindaron la oportunidad irrepetible de una final por el torneo más prestigioso del continente: dos partidos para definir el campeón de la Copa Libertadores. Pero Argentina no pudo organizarlo.

 

El desprecio por las reglas, las sospechas de trampas, la desconfianza, el miedo a perder, la mediocridad, la improvisación, y una larga lista de previsibles defectos, hizo imposible que el campeón se coronase en su tierra. La final se jugará en Madrid. Absurdo. Una vergüenza. Una mancha de esas de las que no se regresa.

 

El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y el Gobierno de la Nación, solo tuvieron ojos para el G20, al punto que no advirtieron que tenían el tesoro de una fiesta popular entre sus manos. Y la arruinaron. No pudieron organizar el partido más importante de la historia argentina, y probablemente de toda la historia del fútbol mundial. No pudieron organizar ese partido porque estaban en otra cancha, jugando un partido diferente.

 

Esta desmesura de la improvisación, de la falta de orden, de la estupidez mediada por los medios; no define a la Argentina. Define a Buenos Aires. Buenos Aires entonces, que se arroga la representatividad de toda la Nación Argentina, deberá pensar en “lo que no pudo”, antes que narrarle al resto del país, su reunión del G20.

 

 

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