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“Sin territorio y sin memoria no me podría subir a un escenario”

La gran cantante entrerriana explica cuáles son las condiciones necesarias para la creación de una trayectoria. Con la misma voz con la que interpreta a la perfección joyas del cancionero popular, dice que la música responsable construye la cultura de un país y que la identidad siempre es un misterio.

Por Miguel Garro
| 12 de marzo de 2018

Fue un momento extraño, incómodo. Liliana Herrero lloró sobre el escenario puntano al considerar que el error que cometió tenía la angustia de lo imperdonable. En la lista de agradecimientos redactada a las apuradas le habían anotado un nombre y al lado algo relacionado con el lugar donde estaba tocando, el auditorio de la UNSL. Entonces Liliana lanzó la frase de la equivocación: “Pido un aplauso para Mauricio López, que debe ser el encargado de este lugar”.

 

El silencio que se vivió segundos después fue más extraño y más incómodo. Liliana lo notó. Hasta que alguien del público le marcó el error: Mauricio López no era el encargado del auditorio, sino un ex rector de la Universidad, desaparecido por la dictadura militar. La cantante sintió como nunca antes que a veces en la casa de herrero, el cuchillo es de palo.

 

Y pareció que el mundo se le vino abajo.

 

“Es que yo estoy muy comprometida con la lucha de los derechos humanos. No me puede pasar algo así”, le dijo la cantante a Cooltura terminado el recital y todavía dolida por el mal momento que había pasado. Sabido es que la entrerriana es una referente de las luchas, algo que no la obliga a conocer el nombre de todos los desaparecidos. Sean 30 mil o sean 9 mil.

 

El mayor capital que tienen artistas como Liliana, más allá del caudal sorprendente de su voz, es su compromiso. Y posturas como las que tiene al respecto agigantan el cariño de los sectores de la sociedad a los que la cantante direcciona sus intereses. Los jóvenes son uno de ellos. “Yo hago muchos conciertos gratis para que los chicos que están sin trabajo y no tienen dinero puedan ir a verme. Eso me alegra. Ellos saben que podemos conversar pese a la diferencia generacional”, sostuvo la intérprete.

 

Efectivamente, al final de cada recital, Liliana suele quedarse un largo rato con la gente, en un intercambio que va de la música a la situación del país como un vaivén melódico.

 

Las canciones de la vida

 

Para que Liliana elija una canción y la incorpore a su repertorio en vivo o a sus discos tiene que pasar por una serie de visiones internas de la intérprete. “Trabajo sobre el olvido, sobre la suspensión del tiempo. Y sobre el territorio. Tiempo y territorio son una obsesión a la que regreso siempre”.

 

Lo primero que hace la cantante al escuchar un tema es prestarle atención a la melodía. Si bien tiene una raíz folclórica, está abierta a otros géneros. “Tal vez un peque- ño diseño melódico hace que me fije especialmente en ese tema. Con las letras me pasa lo mismo, una pequeña frase me puede llamar la atención para siempre”.

 

 Algo así le pasó cuando oyó por primera vez “La canción de las cantinas”, el tema de Manuel José Castilla y Rolando Valladares que Liliana grabó tres veces, para tres discos distintos. La primera pregunta que se hace el tema, (“¿Qué se amontona en la noche? ¿Qué canción vuelve a crecer?”) retornó a la cantante a la idea del territorio y fue suficiente para la interprete.

 

“Por ahí, uno se inventa esas cosas, esa insistencia por la tierra, que es un tema que puede tener múltiples vistas. Yo no creo en la repetición de la música popular, pero es muy claro que cuando se habla de identidad se sabe que siempre es un misterio y hay que ir al hueso. No se puede cantar con medias tintas”, sostuvo la mujer, orgullosa de que nadie la obligue a sacar discos y de poder tomarse su tiempo entre trabajo y trabajo. Hay otra cosa que Liliana puede hacer a diferencia de otros artistas que no gozan de su prestigio: reconocer que un disco propio no la dejó del todo conforme. Al recorrer sus 30 años de carrera, además de vértigo, la cantante siente que hizo cosas que le gustaron mucho y otras que no le gustaron nada. A esas, se animó a cambiarlas sobre la marcha. Por ejemplo, “Canto al río Uruguay” y “Esa fulanita”, dos canciones que aparecieron en sus dos primeros discos, tuvieron una reformulación diez años después, cuando Liliana decidió registrarlas nuevamente para otro trabajo discográfico.

 

Esa actitud es atribuida por la cantante a una forma de pensar una carrera musical. “Yo nunca dejé de buscar, algunos por ahí hubieran hecho otra cosa, otra canción, pero yo le quise dar la oportunidad a ese mismo tema y reivindicarme de las cosas que hice mal”.

 

La trayectoria le dio a la entrerriana una idea en relación a la música que le permite interrogar una tradición aunque los autores que elija sean contemporáneos e incluso menores que ella. Es muy claro cómo se divide esa circunstancia en la carrera de Herrero: los primeros discos están repletos de obras de autores clásicos, como Gustavo Leguizamón, Atahualpa Yupanqui y Jaime Dávalos; los de su etapa intermedia acuden a algunos contemporáneos como Fernando Cabrera, Teresa Parodi, Luis Alberto Spinetta, Fito Paez y León Gieco; y en la etapa más reciente se volcó a una camada nueva encabezada por Lisandro Aristimuño, Raly Barrionuevo y Diego Schissi.

 

Sin embargo, si Liliana tiene que elegir un autor como su preferido, las dudas nunca la envuelven. “Juan Falú es mi amigo y mi hermano. No me importa el tiempo en que fue hecha una canción de él. Puedo tomarla y hacerla mía, para eso soy una cantora”.

 

Esa postura empuja a Herrero hacia el descreimiento de ciertas tendencias que eventualmente dominan el mercado musical, la world music, por ejemplo, una expresión que la cantante considera más propia de la industria que del arte.

 

Al contrario de muchos colegas que consideran que sus actividades no tienen fronteras, Liliana cree que los límites y los territorios deben existir aunque en diálogo entre sí para conformar una obra. “Sin territorio y sin memoria no creo que me pueda subir a un escenario”, dijo y sostuvo que por más que el país sea cercano, hay que saber diferenciar las piezas. “Con Uruguay, por ejemplo, debemos conversar más seguido por que tiene una tradición musical extraordinaria, pero es distinta a la nuestra. Hace poco fui a cantar a un homenaje a Alfredo Zitarrosa y tuve que pensar la canción de otra manera cuando ensayé con los instrumentistas de allá. Con Violeta Parra en Chile pasa lo mismo, pese a que la hemos pasteurizado un poco”.

 

El trabajo de territorio que Liliana aconseja emprender a los músicos jóvenes tiene una postura muy clara que ejemplifica en primera persona. Cuando un entusiasta intérprete le dice que hizo una nueva versión de una canción que Herrero ya había versionado, la cantante le pide que trabaje sobre la original. “Les ruego que hagan lo que yo hice pero a su modo. La música es un juego responsable, no estamos en cualquier lugar, así se construye la vida cultural de un país. Por haber cantando una determinada canción, no tengo la propiedad cultural de nadie”.

 

Cuestión festivalera

 

Desde que hace un par de años, Liliana Herrero fue silenciada en el escenario de Cosquín por la Televisión Pública luego de una actuación con Juan Falú, su decisión es mantenerse alejada de los grandes encuentros folclóricos. La responsabilidad de esa determinación está dividida entre los organizadores y el público. “A veces me da la sensación –dijo- que la gente que va a esos lugares está más estandarizada que la música. La alianza entre los medios y el mercado parece que hiciera que la gente quiera escuchar más de lo mismo”.

 

La convicción de la folclorista es que el arte debe provocar otra cosa, otra curiosidad, aunque sin la intelectualización en la que suelen caer algunos artistas amigos de la elite. Con humildad, la cantante aseveró que nunca su actitud fue subirse a un escenario para demostrar cómo se debe interpretar. “Yo hago la música como la entiendo”.

 

Más de un problema le ha causado a Liliana usar el escenario como lo usa deliberadamente, aunque tenga perfectamente claro que el hecho de subirse a cantar no la pone en una tribuna política. La cantante es consciente que el mensaje puede alcanzar esos ribetes. “Un acorde bien hecho es un acto profundamente político, no en el sentido partidario”. En ese punto, la conexión de Liliana con las huestes kirchneristas es notoria. Un bar de San Telmo, propiedad de la legisladora Gabriela Cerutti, la tiene como habitué en su estadía porteña. Allí comparte mesa con Víctor Hugo Morales y Martín Sabatella, entre otros.

 

Esa condición hace que el gobierno de Mauricio Macri sea uno de los centros de las críticas de la cantante. “No diría que es un dictadura, pero tampoco puedo decir que es una democracia. Estamos en tiempos de peligro, de pobreza, de represión, de concentración de poder mediático. Una de las soluciones es integrar a los barrios marginales, pero este gobierno no se interesa por eso. Fuimos a parar a un lugar muy feo”.

 

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