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Juzgan a un anciano que mató a su amigo de una puñalada

El día del crimen, ante un sobrino de la víctima y ante la Policía, José Félix Becerra dijo que creía que la víctima estaba durmiendo. El homicidio ocurrió en Riocito.

Por redacción
| 21 de marzo de 2018
Achacado. Becerra ve poco y tiene dificultades para caminar. El martes no declaró ante el tribunal. Foto: Alejandro Lorda.

José Félix Becerra tiene 72 años. Ve muy poco, tanto que ayer, durante la audiencia, cuando quiso tomar agua tuvieron que alcanzarle el vaso casi hasta ponérselo en la mano. Y camina doblado hacia adelante, con dificultad, así que los policías que debían trasladarlo, más que custodiarlo debieron sostenerlo y guiarlo por el pasillo de tribunales, indicándole cuándo debía doblar. Además de los achaques, le pesa la acusación de haber asesinado a un amigo. Por eso lo empezó a juzgar ayer la Cámara del Crimen 2 de San Luis.

 

El anciano no ha querido declarar. Con su silencio se guarda los pormenores del homicidio que cometió el lunes 30 de noviembre de 2015, en la casa donde vivía de prestado, en Riocito, entre El Trapiche y Pampa del Tamboreo, a la vera de la ruta provincial 19. Allí, no se sabe a qué hora de un día que se hizo largo en vaciar cajas de vino, mató de una puñalada en el abdomen a su invitado, Diego Pereira, de 59 años.

 

Lo que Becerra no dice no lo puede contar nadie. No hubo testigos del crimen, un típico hecho en el que dos hombres “se desconocieron”, como suele decirse para resumir ese drama de personas que no tienen otro pasatiempo que juntarse a tomar alcohol. La casa donde ocurrió la muerte es de un hombre de apellido Flores, apodado “El Cumpita”, que ese lunes temprano enfiló hacia su trabajo en una cantera, una de las actividades laborales más comunes en la región. De modo que no hubo un testigo presencial.

 

Tal vez al crimen lo hubiera descubierto una familia vecina, del campo de al lado, que tiene su casa muy cerca de la de Flores, cuando, en algún momento del día, saliera al patio y viera que  en el del vecino estaba tirado el invitado de Becerra, boca abajo y sobre un charco de sangre.

 

Pero lo descubrió Horacio Pereira, sobrino de Diego, que pasaba camino hacia una despensa de la zona y, como de costumbre, se acercó a preguntarle a Becerra si no quería hacerle algún encargo, ya que sabía de lo poco que el hombre ve y de las dificultades que tiene para moverse.

 

—No, guachito, no quiero nada. ¿Querés un trago de vino? — le contestó Becerra al vecino comedido.

 

—No, ando rejodido del estómago — le explicó Horacio.

 

—Por ahí anda tu tío, el Diego…

 

—¿Dónde?

 

—Ahí ¿no ves?… Se ha quedado dormido bajo el sol… no se despierta…, le dijo el anciano, señalando las gramillas del patio.

 

Becerra se hacía el que no sabía qué le había pasado a su amigo. Porque, según todas las pruebas, él fue quién le había asestado una cuchillada en el vientre, además de causarle una herida cortante de menor gravedad en la espalda.

 

La actitud que tuvo ante el sobrino de la víctima la mantuvo después, cuando llegó la Policía a su casa. Esa noche, alrededor de las diez, cuando los hombres de la división Homicidios, de San Luis, convocados por sus pares de la Comisaría 17ª de El Trapiche, arribaron a la escena del crimen, Becerra estaba acostado en su pieza. “Decía que no sabía qué había pasado”, recordó ayer, ante el tribunal, el instructor del sumario policial, oficial principal Diego Albornoz.

 

El policía de Homicidios explicó que el anciano “tenía unas manchas pardo rojizas en el calzado”, y presumieron que era la sangre de la víctima. Cuando requisaron la habitación, debajo de la cama del ahora acusado, dentro de una bolsa de papas, había un cuchillo que el dueño, al parecer, había limpiado para borrar huellas de su crimen.

 

“Tenía la particularidad de que en la hoja tenía orificios y ahí habían quedado restos que pensamos que podían ser tejidos humanos, por eso le hicimos hisopados que mandamos a Criminalística, para que los analizara”, dijo Albornoz.

 

También hallaron una tijera, que fue secuestrada, y otros cuchillos que no levantaron de la casa, por parecerles que, por sus características, no eran el arma homicida, explicó.

 

El policía comentó que Becerra “estaba como perdido”, probablemente aún bajo los efectos del alcohol, pero a la vez “parecía que quería ocultar algo”. Y recordó que el anciano, cuando le preguntaron por su amigo, les contestó: “Pensé que estaba durmiendo, no sabía que estaba muerto”.

 

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