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Una evidencia de fuerte descomposición social

Por redacción
| 11 de agosto de 2018

Angelo Calcaterra es hijo de María Pía Macri, la hermana de Franco Macri, padre del actual presidente de la República Argentina. En el año 2000 se sumó a las empresas de su tío. Se presentó como imputado arrepentido y reconoció haber pagado coimas al gobierno kirchnerista. Además está imputado en la misma causa su amigo y ex directivo de su compañía, Javier Sánchez Cavallero. Su abogado alguna vez patrocinó a Mauricio Macri. En su declaración no refiere a coimas, habla de "desembolsos" como "fondos para la campaña política", por un monto muy inferior a los valores que trascendieron. Se trata de uno de los tantos empresarios acusados por los episodios a los que refieren los famosos cuadernos. El domingo anterior en este mismo espacio se mencionaron los nombres y los cargos de cada uno de los imputados en la causa. Son figuras destacadas del empresariado argentino. Son integrantes de poderosas cámaras empresariales. Marcaron el rumbo de la industria nacional. Son la muestra más elocuente de un grado de descomposición del tejido social que abruma y escandaliza. En las últimas horas el juez interviniente ordenó detener a Juan Carlos Lascurain, que fuera titular de la Unión Industrial Argentina.

 

Hay una fuerte tendencia a priorizar la información respecto de la intervención de políticos, gobernantes y funcionarios. Y esas decisiones y acciones de hombres públicos son de una innegable gravedad. De comprobarse son delitos graves. Dañan a la democracia, a la política y la fe pública. Pero la extensión brutal de la corrupción en la Argentina, ya habla de un sistema, de un método, de una forma casi única de entender la contratación de bienes y servicios por parte del Estado. Y abarca asociaciones gremiales, deportivas, culturales, sociales. Evidencia el delito al grado tal de visualizar cada obra o contratación como un nicho de coimas, sobreprecios y ganancias fuera de toda regla, e incluso de toda lógica. Se llega al extremo de hablar del pago de obras que nunca se hicieron. Y todo este entramado requiere forzosamente de, por lo menos, dos partes.   

 

Con todo, los analistas de opinión pública intentan explicar que no se puede hablar de una gran sorpresa entre la población. Como que se presumía con cierto grado de certeza la existencia de estos negociados o similares. Se destaca el monto, la magnitud y la extensión. Es impactante el número de involucrados. Está claro que todo hay que probarlo, que cabe la presunción de inocencia y que el proceso debe ajustase a derecho. Pero lo visto y escuchado alarma y preocupa. El contexto económico y social le pone a este escándalo un tinte dramático. Millones de pobres y excluidos contemplan despavoridos una danza obscena de millones mal habidos que duele y desconsuela. Y no desvela quién gana y quién pierde votos. Duele la república. Cuando se informa que en algún búnker festejan, aparece como incomprensible. ¿Quién puede festejar este desastre? ¿Quién puede presumir un beneficio de semejante situación? Hay que ser muy mediocre para evaluar con tanta miopía. Ante una situación de tal gravedad, poco importa el nombre del próximo presidente, interesa hacer justicia, evaluar los daños  y comenzar a convivir de otra manera. Con otra equidad y con todos los argentinos incluidos. 

 

En otro orden de cosas, que cargo particular el de vicepresidente de la Nación. O qué particulares sus ocupantes. Desde quien huyó raudamente abandonando la historia. Quien se limitó a eventos sociales, marginado por el primer magistrado. Quien votó “no positivo”. Quien fue condenado por cohecho. A quien lo ocupa hoy. Como todos parecía otra cosa: no distingue prendido de apagado, y va de un exabrupto al otro. Insulta y descalifica en medio de la sesión del Senado, y con escasísimo sentido de la oportunidad festeja en medio de una tirantez muy difícil de manejar. Otra vez patético. Y van…

 

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