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Sobre la posverdad

Por redacción
| 23 de agosto de 2018

La distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales, recibe el nombre de “posverdad". El término es reciente, apareció en 1992, pero sólo a partir de 2010, las ciencias políticas lo utilizan de manera consistente, y aunque aún es considerado un neologismo, la Real Academia Española lo aceptó recientemente en su diccionario.

 

En la “posverdad”, las emociones y las creencias personales, tienen mayor importancia que los hechos objetivos, concretos. En la política de la “posverdad” el debate apela a las emociones para desconectarse de la política pública. Deliberadamente, las discusiones “son guiadas” a lugares donde los hechos reales, son ignorados.

 

Mientras algunos especialistas observan este fenómeno como el “signo de los tiempos” y en consecuencia tratan de adaptar discursos, decisiones y estrategias, para otros esto es sencillamente mentira (falsedad) o estafa, encubiertas con el término políticamente correcto de “posverdad”, que ocultaría la tradicional propaganda política, el eufemismo de las relaciones públicas y la comunicación estratégica como instrumentos de manipulación y propaganda.

 

Técnicamente, la “posverdad” difiere de la falsificación de la verdad, porque esencialmente le da una importancia “secundaria”, a la verdad. De allí, que conceptualmente, pueda definirse en una idea base: “Algo que aparente ser verdad, es más importante que la verdad en sí misma”.

 

Hay pensadores que, desde ese punto de vista, sostienen que para quienes intencionalmente utilizan esta “nueva herramienta”; ya no hay rumores falsos, todo es verdadero mientras sirva para obturar la realidad. Bajo esta lógica, “se usa para destruir el rol del Estado, para volver “invisibles” escenarios de represión y crimen, o para ocultar fraudes electorales de todo tipo”.

 

El debate sobre la “posverdad” hoy está centrado en la utilización de las redes sociales por parte de especialistas en publicidad, comunicación social y psicología, con el objeto de manipular la opinión pública. Con estas estrategias se venden productos y también se ganan elecciones. Y ha sido tan influyente con el uso de las redes sociales, que ha ganado una opinión favorable sobre conflictos o guerras, por razones de toda índole.

 

Hay ejemplos puntuales que plantean la relevancia de las cuestiones emocionales sobre la racionalidad. Ejemplos en los que según los analistas, la opinión pública se expresó a través del voto, más con las vísceras y el instinto, que con la razón o la lógica.

 

En junio de 2016, cuando se realizó el referéndum en el Reino Unido que definió la salida del país de la Unión Europea; los británicos votaron a favor argumentando que la UE había cambiado mucho en las últimas décadas y que tenía cada vez más control sobre sus vidas diarias. Sentían además que las autoridades debían recuperar el completo control de las fronteras y que era necesario reducir el número de extranjeros que llegaban al país en busca de trabajo.

 

Todos esos argumentos fueron “implantados” en los votantes, por los partidarios del Brexit (en este caso el Gobierno). Aunque para el “resto del mundo” y para millones de británicos, aún hoy el resultado resulta “inexplicable”, es uno de los ejemplos más notorios de la utilización “exitosa”, de la “posverdad”.

 

Si la “posverdad”, es la manipulación de la realidad, resulta difícil distinguir ¿a quiénes favorece cada día? Porque la multiplicidad de información falsa que existe, logra algunos resultados impactantes, pero en el largo plazo, termina aplastada por la evidencia.

 

El poder debiera cambiar la vida de las sociedades en términos positivos, reales, palpables, veraces. Pero si elige los titulares de los diarios, que van a leer millones de ciudadanos, para no discutir los aumentos de las tarifas; entonces ese poder elige la “posverdad”, antes que la verdad. En Estados Unidos, o en Argentina. 

 

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