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Un golpe hace 45 años

Por redacción
| 12 de septiembre de 2018

Hay muchas formas de mirar el 11 de setiembre. Todas significativas. En Argentina se conmemora la muerte en Paraguay en 1888 de Domingo Faustino Sarmiento. El mundo evoca el brutal atentado de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York, que cambió la historia de la humanidad. Los latinoamericanos recuerdan y sufren ese instante. Sin embargo, algunos años antes América del Sur vibró desde el oeste. Un brutal golpe de estado sacudió la historia de Chile para siempre. Pocos lo describen como una escritora profundamente chilena, y profundamente latinoamericana:  

 

“No renunciaré, saldré de La Moneda sólo cuando termine mi período presidencial, cuando el pueblo me lo exija o muerto. Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa. Lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno, que fue leal a la lealtad de los trabajadores... Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos... Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Vivan los trabajadores!” El 11 de setiembre de 1973 al amanecer se sublevó la Marina y casi enseguida lo hicieron el Ejército, la Aviación y finalmente el Cuerpo de Carabineros, la policía chilena. Salvador Allende fue advertido de inmediato, se vistió de prisa, se despidió de su mujer y partió a su oficina dispuesto a cumplir lo que siempre había dicho: de La Moneda no me sacarán vivo. El presidente permaneció con el fusil en la mano junto a la bandera chilena rota y ensangrentada del Salón Rojo en ruinas. Los soldados irrumpieron con las armas listas. La versión oficial es que se puso el cañón del arma en la barbilla, disparó y el tiro le destrozó la cabeza”. Todo lo dicho corresponde a la precisa descripción que de la situación realiza Isabel Allende en "Paula", una novela conmovedora. Hace cuarenta y cinco años se producía uno de los golpes de Estado más sangrientos que haya conocido la golpeada historia de América Latina. Lo que sigue es bien conocido. Represión, muerte, desaparición, Estadio Nacional de Chile y demás fragmentos de una historia nefasta. El problema no es ideológico, la cuestión alude a la concepción totalitaria de entender que la voluntad popular es manejable y que puede ser torcida por los más diversos motivos. Siempre cercanos a la soberbia, la ignorancia y la violencia. En la Argentina esa misma noche la avenida Entre Ríos, frente al Congreso de la Nación, recibió a una multitud solidaria y enfervorizada. Incrédula y desinformada. Incapaz de avizorar que menos de tres años serían necesarios para repetir, en lo sustancial, tan trágica experiencia. La memoria de los ciudadanos chilenos reservó un lugar de privilegio para Salvador Allende. La historia profunda de una sociedad lo reconoce. Es muy fuerte la imagen, la noción contundente de dejar la vida, antes de dejar el gobierno que recibió por mandato popular. Se trata, por cierto, de una decisión opinable.  Tendrá que ver con una forma de morir que honra la vida y que honra el profundo respeto por la decisión soberana de un pueblo que no se abandona ni en las peores circunstancias. 

 

Hoy los latinoamericanos viven otra realidad. Han salido de una oscuridad, que sobre todo en la Argentina, parecía perenne. Una larga noche que no aclararía jamás. Se celebra un presente distinto. Se ha quebrado un ciclo y una sucesión de desatinos. Está todo por hacerse. En paz, en democracia. Sin olvidos, sin rencores y con la proa al futuro para honrar a algunos mártires.

 

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