23°SAN LUIS - Viernes 29 de Marzo de 2024

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Cómo enfrentar a un peleador

En los tiempos convulsionados que vivimos, mucha gente vive constantemente peleando, o “en guerra” con los demás. Son aquellos que hacen de la confrontación un estilo de vida. ¿Conocés a alguien así? Veamos a continuación los principales rasgos de un peleador:

 

• Acepta sus limitaciones pero le producen una sensación de impotencia. Como consecuencia, vive con tal ansiedad que busca siempre el conflicto con el otro.

 

• Como los demás le recuerdan que “no puede” (sus limitaciones) y esto le provoca ira, suele estallar emocionalmente para mantenerlos lejos. La mayoría de las personas elige alejarse del “insoportable”, del “loco”, de la “loca”.

 

• Es alguien impulsivo, debido a que se maneja puramente desde lo biológico. Rara vez hace uso de la razón, lo cual lo lleva a gritar, discutir y hasta golpear en algunos casos. Pasa más tiempo peleando que disfrutando.

 

• Es alguien amargado. Pero también les amarga la vida a los demás, estableciendo así relaciones interpersonales pobres. Uno acostumbra preguntarse sobre este tipo de personas: “¿Qué humor tendrá hoy?”.

 

• Carece de recursos para administrar las situaciones difíciles. Por ese motivo, busca acallar o anular al otro para que no reaccione ante su ira.
 

 


El peleador vive con ansiedad, amargado, busca siempre el conflicto y suele estallar emocionalmente.

 

 

¿Por qué una persona se enoja con facilidad?

 

En primer lugar, porque por lo general se trata de alguien con un gran sentimiento de frustración. Tal vez por lo que le ha tocado vivir. Todos los seres humanos poseemos la maravillosa capacidad de elegir inteligentemente qué y cómo comportarnos con el entorno. Es decir, de construir puentes para conectar con los demás.

 

El peleador no hace uso de dicha capacidad y, en vez de construir un puente, levanta un muro que lo separa de la gente (aunque lo haga de manera inconsciente). Como no sabe hablar, no logra hacer conexión con su familia, ni con sus amigos, ni con los desconocidos. Si una mamá le pide a su hijo que ordene su habitación y este le responde enojado: “¡No ordeno nada!”. “¡Te dije que ordenes!”, le grita la mujer y después llama al padre y le cuenta lo que pasa. El hombre habla con el hijo y le dice: “¡Vas a ver esta noche!”, también con ira. Los tres terminan enojados y, sin darse cuenta, pierden todos porque cuando uno se mueve con esta emoción y busca el enfrentamiento, jamás puede construir un puente de conexión con el otro. Sólo levanta una pared que lo aísla del mundo.

 

Todos nos enojamos alguna vez y eso es normal. Pero cuando el enojo es muy frecuente e intenso, se transforma en tóxico y puede derivar en violencia. Tampoco resulta inútil reprimir la ira porque tal actitud nos puede llegar a enfermar.

 

Tanto quien no logra expresar su enojo como quien lo expresa de forma desmedida son incapaces de ponerse límites a sí mismos. Y también, de ponerles límites a los demás. Lo ideal es aprender a comunicarnos con sabiduría porque de este modo cuidamos nuestra vida a nivel físico y emocional y evitamos volvernos “peleadores a tiempo completo”.

 

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