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“Las tiras diarias de la tele son cada vez mejores”

A partir de la fama que consiguió en “Los exitosos Pells”, el actor fue otro ejemplo del muchacho del interior que logra establecerse en las pantallas y los escenarios de Buenos Aires. A “Cooltura” le contó los años y las experiencias que pasaron del chico que subía a los árboles en Maipú, en Mendoza, y veraneaba en El Trapiche al artista completo que es ahora.

Por Miguel Garro
| 18 de septiembre de 2018

La relación que desde niño tuvo Mike Amigorena con San Luis fue estrecha y continua. Cuando era un chico y vivía en Maipú, Mendoza, venía seguido a visitar parientes en El Trapiche y Potrero de los Funes. Y la pasaba muy bien. La provincia para el actor es parte de su infancia, como lo son las tortas dulces y saladas que hacían sus tías abuelas y los juegos al lado del río.

 

Con los años, el niño inquieto se volvió uno de los personajes más afrancesados de la colonia artística argentina y fue quedando poco del pequeño Ricardo Luis Amigorena que venía a la provincia todos los años a pasar los veranos. “Me encantaba comer pollo con la mano y me acuerdo que en San Luis era el único lugar donde lo podía hacer, porque mis tías me consentían todo, nunca me retaban”, recuerda. Es imposible, ahora, a sus 46 años, imaginar a Mike comiendo pollo con la mano. Entre otras cosas porque es una persona educada que atiende los llamados telefónicos con un inusual “Aló”.

 

Las dos horas y media que separaban su ciudad natal de San Luis eran transitadas con una enorme expectativa por el niño con nombre de galán de telenovela –una profesión que finalmente abrazó, en parte, aunque cambió de nombre-, que sabía que en los lugares turísticos a los que iba podría ser libre. “Tengo los mejores recuerdos de San Luis, yo era muy chico y mi tía abuela, que era muy amiga de mi abuela, nos recibía siempre de la mejor manera”.

 

Su elegancia, su acento al hablar, su perfil de romántico fuera de los parámetros temporales, su vestir adelantado a la moda, su voz de galán gardeliano, su mirada de Humphrey Bogart salido de una “Casablanca” a colores convierten a Mike en una rara avis que elige dónde trabajar, cómo cortarse el pelo y hasta se atreve a ir a cantar gratis a los geriátricos, para que los viejitos sientan el poder de la música. De todo eso habló en una charla con “Cooltura”.

 

—Tu película más reciente es “No llores por mí, Inglaterra”, ¿cómo fue la filmación?

 

—Me encantó trabajar en esa película, fue como volver a jugar a los soldaditos. Cuando Néstor Montalbano, el director, me convocó, me di cuenta que hace mucho tiempo quería hacer algo de cine clásico, que era justamente lo que me proponían. Fue un gusto estar ahí.

 

—¿Cómo fue componer a un personaje como Guillermo Beresford, de quien pese a la controvertido, mostrás un costado desconocido?

 

—Como primera medida, estuve dos horas por día en maquillaje para darle forma al rostro. Es un personaje que se rige mucho por su madre, que parece un nene de mamá pero es vil, déspota y tirano que se quiere quedar con todo, hasta con el amor de una mujer que no le pertenece y cree que con el duelo a espada se solucionan las cosas. Estoy muy satisfecho y orgulloso por el papel que me tocó.

 

—La película habla de la interferencia del fútbol en las sociedades ¿Cómo creés que es en la realidad?

 

—Como lo muestra “No llores por mí…”, que describe cómo, desde 1806, en la época de las invasiones inglesas, el fútbol rige las pasiones de los hombres y cómo los gobiernos tratan de usarlo para mantener entretenido al pueblo a la espera de resoluciones de conflictos urgentes. No lo digo de modo crítico ni peyorativo, es lo que hay, es la realidad.

 

 


 

—Hay coincidencias con la realidad…

 

—Es una gran metáfora porque por culpa del fútbol, el deporte que tanto nos caracteriza y por el que muchas veces perdemos la cabeza, tenemos algunos descuidos en cosas que deberían tener nuestra mayor atención. Así perdemos todos y nos invaden de a poco, como pasa en la película. Pero repito que no quiero hacer una valorización de eso, no me corresponde cuestionar los gustos de la sociedad.

 

—¿Te interesa el fútbol?

 

—No mucho. Soy de River pero no soy muy fanático. Me gusta el programa de ver el fútbol con amigos en la cancha o por la televisión, pero no me vuelvo loco por el resultado.

 

—¿Qué otras cosas mirás en la tele?

 

—Ahora no miro tanto, pero hubo una época en donde no me perdía ningún capítulo de “Cha cha cha” o “Todo por dos pesos”. Me gustaba esa concepción del humor. Esos programas marcaron una época en la televisión y sobre todo en el humor. Es difícil que se repita una revolución de ese tipo, al menos en el corto plazo.

 

—Fuiste exitoso con algunas tiras de televisión, ¿qué te parecen las que se emiten en la actualidad?

 

—Creo que están mejorando mucho respecto a años anteriores. Hubo hace algunos años, tal vez una década, una producción muy potente, con muchas ofertas buenas, pero luego llegó una etapa de silencio y pocas ideas, pocas cosas creativas. Con “Simona” y “100 días para enamorarse” y probablemente alguna otra que se me escapa, se confirma que el nivel ha subido y que las tiras de la televisión son cada vez mejores.

 

—Uno de los momentos más difíciles de tu carrera fue cuando abandonaste “El pacto”, la miniserie que describía la venta de Papel Prensa a los grupos Clarín y La Nación ¿Cómo ves esa realidad con la perspectiva de los años?

 

—Igual que la vi por entonces. Se hizo una gran bola de nieve por una cosa muy pequeña. Yo accedí a contar una historia de amor y cuando me di cuenta de que el guión se metía de manera personal con alguien (N de la R: el CEO de Clarín, Héctor Magnetto) y con su enfermedad decidí bajarme. No estaba ni está en mi interés atacar a alguien que no conozco, y menos desde una ficción. Es algo que me pone tenso, sea quien sea el personaje interpretado. Salirme de aquel proyecto no estuvo relacionado ni con presiones ni con una idea política, simplemente no me sentía cómodo, como se los dije a los productores.


 

 

—¿Sos de consumir cine argentino?

 

—Me gusta, pero no soy muy cinéfilo. De todos modos, siempre aconsejo salir al cine porque lo considero un gran programa de noche. Este año, o el otro, no me acuerdo, fui a ver “La cordillera” “El ciudadano ilustre” y “La reina del miedo”. Siempre me cuelgo un poco con los estrenos por eso todavía no veo lo más nuevo.

 

—¿Te dejó algo trabajar con Francis Ford Coppola?

 

—Sí, experiencia. Y la idea de que un director no es la persona ideal para trabajar sólo por su nombre. Tiene que tener otras cosas: en las filmaciones de las que participé antes y después de ese trabajo, los actores estábamos en contacto permanente, íbamos a almorzar todos los días, algo que no pasó con ese proyecto.

 

—¿Qué recordás de tu infancia?

 

—Los viajes a San Luis, el hecho de subirme arriba de los árboles, los muchos amigos que tenía, mi admiración por “El Zorro”, andar a caballo cuando se podía. Era muy travieso y hacía lo que quería.

 

—¿Dónde quedó la música en tu vida?

 

—Siempre estuvo, siempre está y va a seguir estando. Estoy por grabar mi segundo disco solista que todavía no tiene nombre pero ya definí algunas canciones, y mientras tanto estoy viajando mucho para hacer presentaciones en vivo por las provincias, ojalá pueda ir pronto a San Luis. Además en mi obra de teatro, “El amor sos vos”, hay muchas canciones, por lo que la gimnasia del canto está siempre presente.

 

—¿Cómo es la obra de teatro?

 

—Quise mostrar las contradicciones del amor, o mejor dicho, el amor en todas sus posibilidades: reciente, asentado, cuando se está yendo, cuando se prepara para buscar otro. Todo lo entrelazado por medio de la música, de las canciones, que buscan llegar al corazón. Pese a todo, el mensaje final de la obra es de esperanza y de confianza. Hay que confiar un poco más en el amor.

 

—¿Te sorprendió la repercusión que tuvo la noticia de que salís a cantar a los geriátricos?

 

—No, no me sorprendió. Me gusta que se haga expansivo para que la gente sepa qué se puede hacer por el otro, qué podemos hacer todos por el otro. Podemos hacer que se tome conciencia de lo que viven las otras personas por el sólo hecho de ir a cantarles o recitarles un poema. Eso es buenísimo para el alma de uno y para la de los otros.

 

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